El concepto de “realidad” fue el eje central que atravesó el pensamiento del teólogo y filósofo contemporáneo Xavier Zubiri. A pesar de que su trabajo teórico es bastante poco conocido, sigue siendo de una inusitada originalidad y actualidad, ya que desarrolla la teoría de la “inteligencia sentiente”, que en breve pasaré a mencionar. Una posible razón de su olvido es que vivimos en una época en que pensar el mundo y pensarnos a nosotros mismos es visto como “poco útil”. Es duro decirlo, pero para la civilización del siglo XXI esto parece no tener relevancia, máxime cuando podemos contar con máquinas que lo hagan por nosotros.
Pensemos por un instante, por ejemplo, en la inteligencia artificial (IA). La posibilidad de hablar con un robot ya es una realidad a nuestro alcance. Hace tiempo que muchas aplicaciones y sistemas la utilizan en múltiples campos sin que nos demos cuenta, no obstante, ahora está tomando un perfil lúdico y emerge a la conciencia de manera masiva. Los nuevos “chats” (como ChatGPT o Bard, lanzado al mercado por Google), por el momento bastante limitados en cuanto a la calidad de información y contenido, no parecen aportar nada fundamental que no se pueda hacer con los buscadores tradicionales, aunque ciertamente en un futuro cercano se perfeccionarán y abrirán otras perspectivas. Se verá cómo sigue. Por ahora sería bueno no dar demasiada rienda suelta a la imaginación ni a la “mitología tecno”, que suele ilusionar, cuando no inquietar, con muy pocos resultados ciertos.
La moda de la IA permite plantear algunos interrogantes que desde luego quedarán abiertos. En primer lugar, ¿qué es la IA? No pretendo una respuesta técnica, sino ontológica. Esta pregunta es por el “ser de algo”, y si es por el “ser de algo” es una pregunta filosófica. Repregunto algo más coyuntural todavía: ¿qué es la inteligencia en sí? Las definiciones son múltiples y variadas, y no es el caso detenernos allí, pero lo central es que todas las conclusiones tienen un punto en común: hablan de una capacidad que ostentan únicamente los seres vivos, naturales, tanto animales como humanos, aunque en diversos grados de manifestación y desarrollo, razón por la cual nunca puede ser artificial. Por ello, decir “inteligencia artificial” es un oxímoron o una contradicción del término. El colocar a las máquinas y a las aplicaciones virtuales bondades antropológicas no solo es un subterfugio o un error epistémico, sino por demás ridículo, cuando no mal intencionado, al querer arrebatarle al humano su incuestionable singularidad.
Otro mito que hay que erradicar es el asunto ficcional de que las máquinas algún día no muy lejano tomarán conciencia, se mejorarán a sí mismas y ya no nos necesitarán. En primer lugar, la duda acerca de qué es la conciencia y de sus alcances es un tema de debate. Utilizamos ligeramente el lenguaje sin aclarar términos. Michel Foucault ya nos advertía que las palabras crean cosmovisiones, justamente porque desintegran las correspondencias que entendemos como positivas. Ahora, si llamamos “conciencia” a algo que esté prendido e “inconsciencia” a algo que esté apagado es otra cosa. Pero en todo caso debería estar debidamente señalado.
A todo esto, rescatar las ideas de Zubiri me parece sustancial para considerar este paradigma. Como mencionábamos al comienzo, el eje central de sus cavilaciones es la concepción de “realidad”. Claro que hoy por hoy, cuando tenemos el dilema de que también existe la “realidad virtual”, esta declaración cobra importancia elemental. En este poliédrico milenio hay muchas miradas y por supuesto muchas verdades. Sin embargo, para Zubiri solo el hombre puede ligarse con la realidad, no una máquina. No debería ponerse en tela de juicio. Esta es tan obvia e inmediata que únicamente el ser puede aprehenderse a ella mediante su compresión humana, de ese modo la unifica, la hace suya, penetra en su esencia. Es más, la “inteligencia sentiente”, como Zubiri la llama, llega más allá, al núcleo de las cosas, pone orden al ámbito caótico de los datos sensibles. Implica la corporeidad y no puede existir sin la superficie física. Es una interacción del cuerpo en el campo extenso del espacio natural. No refiere al procesamiento de información, sino que implica una dimensión emocional y afectiva ya que percibe, experimenta, su entorno de manera consciente y subjetiva. George W. Hegel –para Zubiri– cometió el error de oponer la sensibilidad al entendimiento, cosa que, según el pensador vasco, Tomás de Aquino mucho antes supo comprender con corrección. No hay inteligencia sin “lo sentiente”, sin humanidad, sin una persona concreta que plasme su voluntad en el mundo.
La IA relega al sujeto a un campo paralelo que simula algo que dice ser pero que no es, ya que dicha simulación no puede constituir la esencia de las cosas, solo puede ofrecer operaciones algorítmicas, y por tal, al no religar al ente con los objetos reales –ni ideales– sino virtuales, lo deshabita, lo vacía, dejándolo indefenso, presa fácil de irrealidades. El ser se confunde con el no-ser. Lo que requiere una revisión exhaustiva y, sobre todo, una nueva manera de entender y de nombrar las cosas para determinar si son o no son tales.
Para los tiempos que corren es vital revivir no solo el pensamiento de Zubiri sino la capacidad crítica tan en desuso. Cuestiones como: qué es el hombre, qué es el ser, qué es la realidad, qué son los sentimientos, si no mantienen su impronta y relevancia para el habitante de nuestro tiempo terminarán, probablemente, cayendo en la confusión de no saber quién es, de dónde viene y, sobre todo, adónde se dirige. Lo cual es la antesala de una próxima Edad Oscura, bárbara, posilustrada, llena de incertidumbre y tinieblas; pero eso sí, con una pantalla similar al “espejo mágico” de los cuentos de hadas cuya bondad dice tener todas las repuestas.
*Escritor argentino.