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Bochini, el hombre de la calle

Cuando Rapha Mascarenhas decidió instalarse en Brasil en aquel inestable 1986 enumeró las cosas valiosas que iba a dejar en Buenos Aires. En esos momentos es inevitable romper los lazos que insisten, que se ponen firmes y extorsionan la sensibilidad.

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Bochini, el hombre de la calle. | cedoc

Cuando Rapha Mascarenhas decidió instalarse en Brasil en aquel inestable 1986 enumeró las cosas valiosas que iba a dejar en Buenos Aires. En esos momentos es inevitable romper los lazos que insisten, que se ponen firmes y extorsionan la sensibilidad. Puede ser algún familiar, un puñado de amigos, la casa de los viejos o aquel amor inconcluso. En fin, cada uno padece sus propias ataduras. Pero Rapha tenía algo más, algo que ni el tiempo ni la distancia pudieron debilitar: tenía a Independiente. Por eso, cuando armó las valijas no cargó dulce de leche, ni yerba ni discos de Charly García ni las obras completas de Borges. Se resistió a la nostalgia de cliché. Solo viajó con lo esencial. Cuando decidió instalarse en Porto Seguro, Rapha se llevó a Bochini y lo hizo calle.

Rapha nació en Brasil y cuando tuvo 5 años vino a vivir a la Argentina. Se instaló en Ramos Mejía e ingresó en un colegio pupilo. El administrador de la escuela era socio vitalicio de Independiente y lo empezó a llevar a la cancha junto con otro compañero, un pibe inquieto y extrovertido que treinta años después llegó a la presidencia del club: Andrés Ducatenzeiler. Aquellos primeros domingos en la Doble Visera coincidieron con la presentación en sociedad del Bocha, con su sinfonía de goles, pasesgol y maravillas. Rapha y Andrés quedaron flechados. Y el primer amor, se sabe, es para siempre. Pasaron algunos años, muchas copas ganadas y a Rapha y Andrés les llegó la adolescencia. Ya no necesitaban que el directivo de la escuela los llevara al templo de Alsina y Cordero. Y se sumaron a la barra. A un sector, aclara hoy Rapha, que no era violento, no robaba ni apretaba a nadie.

Después de disfrutar al que tal vez haya sido el mejor Independiente de la historia, en el 86 Rapha concretó la fantasía de volver a Brasil. Se instaló en Porto Seguro e hizo de todo para sobrevivir: vendió agua y sándwichs en la playa, hizo pan casero, fue barman. Y entre tantos rebusques gastronómicos instaló una pizzería temática, con camisetas firmadas en las paredes, cuadros con fotos de jugadores, banderines y partidos en los televisores. Pizza do Rapha fue el lugar más futbolero de Porto Seguro, y le fue muy bien. Entonces recorrió Arraial d’Ajuda, una aldea cercana rodeada de selva y playas encantadoras, y compró un terreno sobre una calle cortada, que en Brasil llaman beco. Ahí levantó su casa y ahí se instaló. Hasta que reparó que ese callejón tan pintoresco no tenía nombre. Alguien tenía que bautizarlo, pensó, y ese alguien iba a ser él. Era el año 2000 y Rapha, influenciado por su formación porteña, donde las calles llevan nombres de próceres, tomó pintura y en el frente de su casa escribió, fondo rojo, letras blancas: Beco Bochini Nº 10.

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Meses después, una tarde que volvía de la playa se sorprendió con un cartel que había puesto la municipalidad en la esquina de su casa. Sujeto a un poste, el rectángulo de chapa lo legitimó: ese beco se llama Bochini.

Hay muchas maneras de enfrentar el desarraigo. Rapha eligió la suya: se llevó a su héroe a tres mil kilómetros de su adolescencia y lo hizo calle.