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Bolsonaro, eso no se hace

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Dos caras. Con las camisetas de Flamengo y de Palmeiras. | cedoc

Durante mucho tiempo, cuando aún era un “sapo barbudo” que asustaba por su amistad con Fidel Castro y su pasado sindical, los periodistas brasileños acosaban a Lula da Silva con la misma pregunta: “¿Usted se define como alguien de izquierda?”. “No –respondía siempre el fundador del PT–, yo soy del Corinthians”.

Más allá de la salida elegante del ex presidente para evitar ser encasillado y comprometer sus chances electorales –de hecho, en 2002 y 2006 ganó sus dos mandatos por “correrse” hacia el centro–, la respuesta revela que, tal como en Argentina, el fútbol es una marca de identidad poderosa para un brasileño promedio.

La famosa escena de El secreto de sus ojos en la que el personaje de Guillermo Francella reflexiona sobre el hecho de que la pasión, y específicamente la pasión futbolística, es la única identidad que persiste en un hombre a lo largo de los años, se aplica perfectamente a nuestros vecinos.

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Hasta el lenguaje refleja con claridad esa identificación. En el portugués brasileño no se dice “soy de River”, o “soy de Independiente”, sino que se dice “soy Flamengo”, “soy Corinthians”.

En política, esa identidad se hace más evidente dada la facilidad con la que muchos dirigentes saltan de un partido a otro sin ruborizarse. Hay candidatos presidenciales que se han presentado a elecciones por tres partidos diferentes a lo largo de los años. Pero su pasión futbolística se mantiene.  

La única excepción, como en tantas cosas, la representa Jair Bolsonaro. Debe ser el único presidente de un país tan futbolero que dio muestras públicas de amor a dos clubes distintos y con una gran rivalidad. Ahí están sus fotos con las camisetas de Flamengo y Palmeiras. Como si Alberto Fernández posara con la de Vélez o Mauricio Macri con la de River.

Eso no se hace. Pobre Brasil.