Detrás de las sonrisas para las cámaras, de los éxitos deportivos, de la fama garantizada por la burbuja NBA y de la falsa predisposición en eventos benéficos, hay una gran alcantarilla mal tapada que desnuda el costado imprudente de los jugadores de la liga más importante del mundo. Un universo paralelo mucho más oscuro e incorrecto.
En él, Carmelo Anthony no se luce por sus volcadas sino por las tres veces que fue arrestado borracho y con marihuana en el auto y Gilbert Arenas amenaza a un compañero con un arma dentro del vestuario. En él, A.J. Price, uno de los mejores armadores novatos de la temporada, es descubierto robando notebooks de sus compañeros en la secundaria y Allen Iverson exhibe el prontuario temeroso de su doble vida: amigos asesinados en tiroteos, rejas durante cuatro meses, sillazo a una mujer en combate racial, un auto a su nombre con marihuana, posesión ilegal de armas y peleas barriales con tiros incluidos, entre otros percances. Días atrás, para cerrar el combo, confesó ser alcohólico.
Pero de todo este escenario no se puede hablar en voz alta porque algunas de las miserias de la cultura norteamericana quedarían horrorosamente expuestas. Y la NBA no sabe cómo combatir la rebeldía de sus empleados, se siente excedida. Hace un tiempo creó un programa de transición con el fin de preparar y asesorar a los jóvenes que se sumaban a la liga: educarlos para la fama, desapegarlos de las malas compañías y avivarlos sobre las tentaciones negativas.
Sin embargo, en medio de ese proceso de concientización forzado de menos de una semana de duración, dos novatos (Mario Chalmers, de Miami, y Darrell Arthur, de Memphis) fueron pescados con dos mujeres, fumando marihuana. Pasó en 2008. Sintetizó años de desconcierto. Giros bruscos. El problema es de raíz.