Tenía 37 años, pero el mismo corte de pelo y los mismos trajes caros de ahora. Ya era millonario, pero no hablaba de inmigrantes, de muros, ni de terrorismo. Donald Trump, quien acababa de inaugurar la megatorre con su nombre en el corazón de Manhattan, sólo hablaba de las incorporaciones del New Jersey Generals, un equipo de fútbol americano que había comprado en 1983, y que abandonó tres años más tarde envuelto en acusaciones por estafa.
Fue la primera vez que Trump puso un pie en el deporte, acaso una de sus facetas menos conocidas y rentables. Ya en ese tiempo, aunque no tenía la visibilidad de hoy, era señalado por sus frases discriminatorias: la actriz Lisa Edelstein recordó este año que Trump trataba de “putas” a las porristas que bailaban en el intervalo de los partidos de los Generals. Edelstein, nacida en New Jersey, era una de ellas.
Tres décadas más tarde, Trump intentó volver al fútbol americano: quiso comprar Buffalo Bills, de la NFL. Pero su oferta no pudo superar la de otro magnate, Torry Pegula, que desembolsó US$ 1.400 millones.
Escapando de los Generals, la megalomanía de Trump originó su propia carrera de ciclismo. El Tour de Trump –que imitaba al Tour de France– se corrió en 1989, 1990 y 1991, hasta que el empresario se retiró de un negocio que nunca había funcionado.
Cross a la mandíbula. Trump también patrocinó veladas en Las Vegas y Nueva York. Allí conoció a Julio César Chávez, el legendario boxeador de Obregón (una ciudad que está a 500 kilómetros de la frontera) y a Mike Tyson. Fueron amigos durante décadas. “Debería ser el presidente. Intentemos algo nuevo”, pidió Tyson. Chávez, en cambio, se despegó del magnate cuando éste anunció que si gana la presidencia echará a los mexicanos de Estados Unidos y los obligará a construir un muro. “Me extraña que esté hablando tanta mierda. Con esto dejamos de ser amigos”, cuenta Chávez en un video que aparece en YouTube.
Muchos boxeadores latinos se pusieron al frente de una campaña para evitar que Trump llegue a la Casa Blanca. Oscar de la Hoya, mítico campeón devenido promotor, organizó en mayo la pelea entre Canelo Alvarez y Amir Khan para desafiar el discurso xenófobo del empresario. “Canelo es mexicano. Khan es musulmán. Eso me dio la idea de enfrentarlos. Ahora todos estarán unidos por esta pelea entre un mexicano y un musulmán en Estados Unidos, le guste o no a Trump”. De la Hoya, otro ex amigo de Trump, contó cómo el candidato hizo trampa en un partido de golf que tuvieron en Los Angeles, en uno de los tantos campos que tiene el candidato.
Después de la noche en que noqueó a Amir Khan, Canelo Alvarez se convirtió en la voz latina contra Trump. Esta semana cuestionó al presidente Enrique Peña Nieto por haber recibido al candidato republicano en el DF. “Me decepcionó”, dijo. El próximo sábado Canelo buscará el título mundial OMB ante el inglés Smith. Peleará en el norte de Texas, el último de los estados antes de la frontera con México que Trump promete amurallar.
Lejos de San Lorenzo
Fue insólito, pero algunos lo tomaron en serio. En agosto del año pasado, el diario New York Post dio la versión de que Donald Trump quería comprar San Lorenzo, “el equipo del papa Francisco”. El presidente del club, Matías Lammens, se rió de la situación cuando se lo dijeron, y el mismo magnate estadounidense lo desmintió un día más tarde.
La falsa noticia llegó semanas después de que Trump hiciera una oferta de cien millones de dólares para quedarse con Atlético Nacional de Medellín. Los dueños del actual campeón de la Libertadores pretendían 150 millones, y Trump se enfureció. “No estamos dispuestos a pasar por estúpidos. Es una pena porque teníamos un plan de desarrollo muy importante para Nacional. Vamos a evaluar otro club”, dijo Trump en un comunicado publicado en... New York Post.