DEPORTES
ALMIRANTE BROWN

El far west queda en Isidro Casanova

Su barra esta dividida en cinco facciones. Balearon a un chico de cuatro años. Migliore se robo la utileria. Y aparecio una granada en la popular.

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tierra de nadie. Parte de la barra de Almirante, que tiene bajo amenaza a toda la zona. El equipo está duodécimo en las posiciones de la Primera B Metropolitana. | cedoc

Las madres piden ayuda pero nadie las escucha. Sus hijos gambetean las balas en medio de una disputa que no da tregua. Isidro Casanova es tierra de nadie. La situación de Almirante Brown preocupa a propios y extraños, al punto tal de asemejarse más a una película bélica que a una humilde entidad del Ascenso que pelea por sacar a los jóvenes de la calle. Lo cierto es que, mientras el equipo de Alberto Pascutti deambula por la segunda categoría del fútbol del Ascenso, en el corazón de La Matanza se exhiben negocios, traiciones y muertes con la pasión mirasol como excusa.

La barra de Almirante Brown ha sido la primera del país en tener un cordón policial en medio de la tribuna para separar diferentes barrios y que no se mataran durante un partido. Aun así, la interna por el dominio territorial atraviesa su peor momento. Por un lado está el grupo de Los Dengues, liderado por Jesús Carrizo, que ocupa la Tribuna Sur del estadio Fragata Sarmiento. Dicho sector, del Barrio San Alberto, luego de un arreglo con la dirigencia, negoció uno de los sponsors de la camiseta, motivo por el que Francisco Argento, presidente del club, decidió retribuirle dicha gestión con treinta metros de estática en la cancha para usufructuar con cinco carteles publicitarios. De todas formas, no todo es bueno para los barras especialistas en marketing. Es que hace algunas semanas, Mario Barrios, hombre fuerte de Los Dengues, fue asesinado a balazos tras una emboscada de La Banda Monstruo, uno de los grupos más violentos del Conurbano. La muerte estuvo vinculada con la de Isaías Ruzak, otro barra de Brown caído en combate, antes de un partido contra Estudiantes de Caseros que se terminó suspendiendo, no sólo por el crimen sino también por un balazo que dio en el brazo de un nene de cuatro años que iba al jardín de infantes con su abuela.

La Banda Monstruo, cercana a la barra de Boca, suele ubicarse en la Popular Norte. Liderada por Víctor Oblander, Miguel Benítez y Fernando Migliore, hermano del arquero del club, conforman la facción con mayor cantidad de soldados dispuestos a matar o morir. Todo bajo la órbita de La Chocolatada, una banda delictiva encargada de comandar la tribuna vía celular desde la asociación vecinal 9 de Julio, a pocas cuadras de la cancha.

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A la misma cabecera va La Justina, cuadrilla violenta liderada por Pirucha, y en su mayoría compuesta por empleados del Mercado Central. Y como si fuera poco, a un costado de los paraavalanchas principales aparecen Los de Siempre, de holgado currículum a la hora de los enfrentamientos.

Cabe destacar que días después del crimen de Barrios, Juan Manuel Lugones, titular de la APreViDe, tomó la determinación de habilitar una sola tribuna de cara al partido ante Colegiales. Esta medida obligó a dos socias a presentar un recurso de amparo, argumentando el peligro de juntar a todas las facciones en la misma popular. Aunque después de una orden judicial lograron separar a Los Dengues del resto de las barras, primero encontraron una granada bajo una tribuna y, una vez finalizado el partido, se produjo una nueva balacera a pocas cuadras del estadio. Esta vez se enfrentaron La Banda Monstruo y La Justina, y la batalla terminó con cinco heridos de bala en el Hospital Paroissien.

Aquel incidente, que de milagro no se cobró otra vida, hizo que el clásico ante Morón se disputara a puertas cerradas en Campana, en la cancha de Villa Dálmine, a 90 kilómetros de La Matanza. Lejos de tomar esta sanción a modo de escarmiento, minutos antes del partido frente a Deportivo Español por la última fecha del año, dos integrantes de Los Monstruos pasaron por la esquina del club a bordo de un vehículo blanco con dos ametralladoras listas para descargar: “La tribuna se gana a los tiros en la calle”, reclamaron ante los ojos de diez policías incrédulos. Luego se produjo otro hecho curioso: Pablo Migliore ingresó a la utilería y se llevó todas las camisetas del plantel, que finalmente terminaron en manos de los barras afines a su hermano.

Almirante Brown, además de ser un club de fútbol, es uno de los bastiones políticos más importantes de La Matanza, distrito más poblado de la provincia, aún representado por el kirchnerismo a través de Verónica Magario. Es por eso que desde el gobierno provincial le encargaron la negociación con los barras a Jorge Lampa, ex integrante de la hinchada de Brown, dirigente del PRO y jefe de la agencia PAMI Casanova. En el marco de este intento de Cambiemos por tomar las riendas del club, hace unos meses, Alejandro Finocchiaro, director general de Cultura y Educación de la Provincia, se hizo presente en el Mercado Central junto a un sector de la barra, con el objetivo de inaugurar un colegio dentro del centro comercial. A su vez, Juan Manuel Lugones, ladero de Cristian Ritondo, hizo sacar del estadio una marquesina de Cristina Fernández de Kirchner y Fernando Espinoza, ex intendente, en la cual se les agradecía por la construcción de una tribuna. Esto reavivó aún más una batalla de la que participan barras y políticos, y termina perjudicando a uno de los clubes más grandes del fútbol del Ascenso. Almirante Brown es tierra de nadie. La guerra ya se ha cobrado varias vidas. Y va por más.


Los chicos, las otras victimas

La interna de la barra brava de Almirante Brown no sólo afecta a sus propios hinchas, sino que además perjudica a doscientos chicos con autismo del Instituto San Martín de Porres, una escuela ubicada muy cerca de la cancha.

Es que cada vez que La Fragata juega de local, los organismos de seguridad encargados del operativo obligan a la institución a cerrar sus puertas por temor a quedar en medio de un choque de barras.

“Esto sucede de manera permanente desde hace más de dos años”, le explica a PERFIL Claudio Hunter-Watts, coordinador general del Centro Educativo Terapéutico.

Y agrega, ya desde su lugar de profesional: “El autismo es el trastorno psiquiátrico más severo que un niño pueda padecer, y este tipo de cosas les cambia la rutina y los altera”.

Al parecer, los problemas de la cancha no quedan sólo en la cancha.