Que a las 17. Que a las 18. Que no, que a las 20. Al final, el esperadísimo fallo de la Conmebol fue oficial recién a las 22.33, cuando un comunicado informó por las redes sociales de la Confederación lo que se barajaba desde el viernes. Fue el punto final de una jornada cargada de presiones y contrapresiones, de llamadas a la lujosa sede de Luque desde Argentina y también desde Suiza, donde Joseph Blatter seguía el tema con un interés poco habitual. Pero si el presidente de la FIFA, como se repitió en los últimos días, quería que hubiera “una sanción ejemplificadora”, tendrá que esperar otra oportunidad.
La rosca. Especular con el peso que tuvo Daniel Angelici al presentarse sorpresivamente ayer en Paraguay es apenas eso, una lucubración a distancia. Pero también es una posibilidad real que su injerencia haya incidido notablemente. Porque hay un océano de distancia entre los dos años de suspensión a Boca de las competencias internacionales que se presuponía iba a dictaminar la Conmebol con la tibieza manifestada en la decisión. Cuatro partidos de local a puertas cerradas y cuatro de visitante sin sus hinchas es un triunfo sobre el que el presidente intentará pararse para salvar al menos algo de su pisoteada imagen. El tiempo dirá si le alcanzará para seducir algún votante en diciembre, aunque el sentido común debería reducir sus chances a la nada.
El problema, en todo caso, es creer que la sensatez juega al fútbol. ¿Cómo imaginar que algo pueda cambiar en un deporte bastardeado a cada minuto si los dirigentes deportivos de Sudamérica dejaron pasar una oportunidad histórica? El mensaje, en todo caso, es revelador: los violentos seguirán teniendo carta blanca para hacer sus negocios con la mirada complaciente –cuando no cómplice– de los que debieran centrar todos sus esfuerzos en librarse de ellos. Y hacer del fútbol lo que alguna vez fue, hace tiempo y allá lejos.
Elementos secundarios. River, recostado en el silencio desde que se terminó la noche de la Bombonera, saldrá a jugar el jueves su partido contra Cruzeiro por los cuartos de final. La queratitis química que afecta a cuatro de sus jugadores no podrá ser utilizada por sus dirigentes como aliciente de nada. Ni siquiera si efectivamente no pueden presentarse a jugar. ¿A quién le puede importar la salud de los futbolistas si el ente que debe ocuparse de velar por ellos demostró una vez más que lo que vale la pena es otro cosa? El fútbol, su parte lúdica, su salud, sigue siendo un elemento accesorio.