Sin arquero. La Copa Roca fue un certamen disputado exclusivamente entre Argentina y Brasil entre 1914 y 1971. En enero de 1939, el seleccionado albiceleste viajó a Río de Janeiro para enfrentar a su par local en el estadio São Januário. Empataban 2-2, hasta que a los 86 minutos un pase de Romeu Pellicciari a Adilson rebotó en la mano del defensor Sabino Coletta. El toque pareció casual, mas el árbitro brasileño Carlos de Oliveira Monteiro marcó el punto del penal, hecho que desencadenó la rabia de los argentinos, que derribaron al árbitro a los empujones. La policía y los futbolistas albicelestes se trenzaron en una escaramuza pródiga de bastonazos, patadas y trompazos.
Los jugadores visitantes retrocedieron y se refugiaron en el vestuario. Sin embargo, el partido no finalizó allí: en una actitud inaudita, el árbitro colocó el balón sobre el punto de los once metros y ordenó a sus compatriotas que hicieran efectiva la pena máxima, ¡a pesar de que en la meta argentina no había arquero! Sin ponerse colorado, el delantero José Perácio ingresó al área y disparó a puerta vacía. Con el marcador 3-2 y sin escuadra albiceleste que sacara del medio, el referí pitó el final. Mientras los brasileños festejaban su “victoria” sobre el césped, sus rivales aprovecharon para escapar del estadio con la Copa Roca en su poder, convencidos de que la habían ganado en buena ley después de un triunfo y un “empate”.
Perder por un corner. En abril de 1973, el seleccionado Sub 18 de Argentina, conducido por Miguel Ignomiriello, viajó al sur de Francia para intervenir en el Torneo Junior de Cannes, que incluyó cuatro combinados nacionales (el albiceleste, Brasil, Francia y Holanda) y cuatro clubes europeos (Benca de Portugal, Royal Standard Liège de Bélgica, Juventus de Italia y la escuadra local AS Cannes). Debido a que se trataba de un certamen “relámpago” que se extendió apenas un fin de semana, con partidos de ochenta minutos divididos en dos tiempos de cuarenta, el reglamento indicaba que, en caso de igualdad en el tanteador, se consagraba ganador el equipo que hubiera logrado más tiros de esquina. Si la paridad persistía también en este rubro, se imponía el conjunto con menor promedio de edad, según la planilla oficial.
Comenzó el clásico con Brasil y, en apena diez minutos, Argentina ganaba por uno a cero –gol de cabeza de Mario Kempes– y sumaba tres córners contra ninguno. El panorama parecía sencillo. Sin embargo, Brasil empató antes de que culminara la etapa inicial. En el complemento, igualó también la cantidad de tiros de esquina. Faltando pocos minutos para el pitazo final, el delantero brasileño Mauro se escapó solito y, en lugar de encarar hacia el arco que defendía un pibe llamado Jorge Tripicchio, corrió hasta el banderín de la esquina y se plantó, esperando que lo alcanzara el defensor Pastor Barreiro. El ingenuo zaguero de Newell’s corrió desesperado y se arrojó a los pies del inteligente rival que, con gran categoría, hizo rebotar la pelota en su oponente para que saliera por la línea de fondo. Sin darse cuenta, el torpe despeje de Barreiro equivalió, en los hechos, a un gol en contra, porque enseguida el referí decretó la conclusión del juego con marcador insólito: uno a uno en goles, cuatro córners a tres para Brasil, que pasó a la gran final y allí venció a Holanda.
Referi no grato. El empate dos a dos entre Argentina y Ecuador por la Copa América de 1983 jugado en el estadio de River provocó un incidente diplomático. Sucedió que, con el marcador 1-1 y el tiempo casi cumplido, el referí boliviano Oscar Ortubé sancionó un penal para el equipo visitante que Hans Maldonado transformó en gol. El partido continuó con la excesiva adición de doce minutos hasta que el pícaro Ortubé volvió a pitar una “pena máxima”, en este caso para la selección albiceleste. Jorge Burruchaga igualó el encuentro, que se cerró con un polémico 2-2. La furia por la evaporación de lo que hubiera sido una histórica victoria se extendió hasta la Casa de Gobierno ecuatoriana, en Quito. El presidente constitucional, Oswaldo Hurtado, ordenó a su ministro de Relaciones Exteriores, Rodrigo Valdez, que se declarara “persona no grata” al referí boliviano y se le negara la entrada al país.
Dieron una mano. Después del rutilante triunfo 2-1 de Argentina sobre Inglaterra en el estadio Azteca, el 22 de junio por los cuartos de final, varias agencias de juego británicas decidieron devolver el dinero a quienes habían apostado por el empate entre ambos combinados, por juzgar que el primer tanto de Diego Maradona, marcado gracias a la “mano de Dios” ante el desconcertado arquero Peter Shilton, no había sido legal. Más de veinte años después de ese partido, un resentido apostador inglés llamado Ian Wellworth intentó atacar a Maradona cuando Diego debutó como técnico de la selección argentina en Escocia, el 19 de noviembre de 2008. El hombre, fuera de sí, fue detenido por la policía cuando pretendía ingresar al estadio Hampden Park armado con un machete para “cortarle la cabeza al ladrón”. Wellworth, de 43 años, dijo a los agentes que lo detuvieron que, en 1986, había apostado mucho dinero a favor de la victoria inglesa. Después de los dos goles del 10, el tipo quedó endeudado y su mujer lo abandonó.