Juan Martín del Potro cargaba un elefante sobre los hombros el 16 de septiembre de 2016. Con la serie 0-1, el equipo argentino de Copa Davis enfrentaba una semifinal imposible contra el campeón Gran Bretaña, que tenía a Andy Murray (inminente número uno del mundo), su hermano Jamie (doblista estelar) y dos juveniles que venían de un US Open sorprendente. Después de perder el tercer set contra Andy, el tandilense bajó al vestuario para una charla breve con Daniel Orsanic.
—¿Cómo estás?
—Muy cansado.
—Arriesgá más. Pegale más fuerte. Si errás, no importa, pero jugátela.
El capitán había decidido aplicar una presión leve sobre un jugador reacio a escuchar demasiadas indicaciones. El razonamiento era urgente. La única manera de ganarle al escocés era sorprendiéndolo en velocidad. Del Potro terminó jugando el mejor tenis de su historia. Orsanic se había jugado una carta fuerte aquel viernes: poner a la mejor raqueta nacional de arranque, sabiendo que el desgaste lo dejaría virtualmente afuera del resto de la serie. El riesgo tuvo recompensa el domingo, cuando Leo Mayer puso el 3-2 que selló el triunfo más espectacular de la historia argentina en la Copa.
“El factor grupal se había impuesto como una fuerza poderosa”, dice Orsanic en Así ganamos la Davis (Planeta), el libro que dedica “a todo aquel que prioriza el propósito por sobre la persona”. Un año después de la final contra Croacia, repasa el camino a la gloria en el salón de la Asociación Argentina de Tenis, un tercer piso del Microcentro porteño con muebles setentosos, pósters de Gabriela Sabatini y copas en vitrinas. Alto y fibroso a los 49 años, el capitán regula pensamientos y energías; siempre parece equilibrado y en foco.
La coraza. Para la final en Zagreb, Orsanic armó una coraza alrededor de un equipo que debía soportar presiones mediáticas, expectativas familiares y una hinchada de cuatro mil personas desesperadas por la ensaladera. El capitán y su ladero Mariano Hood fueron claros con los jugadores: nadie fuera del entorno íntimo debía acercarse al equipo. La excepción se llamó Diego Armando Maradona. En su habitación de hotel, el Diez se mostró respetuoso y pasional; escuchó y transmitió su experiencia en finales.
—¿Cómo manejaban el estigma de nunca haber ganado el torneo?
—Alguno te podía recordar lo que nos estábamos jugando, pero esa coraza sirvió para enfocarse en los detalles, mantener el pensamiento lo más simple posible, agarrado de lo que había que hacer ese día, en ese partido, contra ese rival. El viernes Fede Delbonis jugó muy bien contra Cilic. Perdió en el quinto set, pero la sensación fue buena. Juan Martín le ganó a Karlovic un partido muy trabado y sufrido, esperando la oportunidad. El domingo jugó un partidazo contra Cilic, y lo de Fede en el quinto punto fue una obra de arte.
—En Pésaro, contra Italia, volvían a compartir equipo Del Potro y Mónaco. ¿Cómo fue esa dinámica?
—Como si se hubieran reencontrado dos amigos de la infancia. Tenían todo el día para hablar y estaban contentos de poder hacerlo. ¿Me sorprendió? Bueno, me encantó verlo.
—¿Cómo eran las charlas después de cada serie?
—Son hechos históricos. Se hablaba desde el corazón, se decía lo que habíamos sentido, bueno o malo. Uno empieza a aflojar tensiones por todo lo que entregó, a sentir el cansancio físico y emocional, a brindarse al grupo. Muchas veces lloramos de emoción.
El capitán. Cuando asumió el cargo, Orsanic se propuso que los jugadores se abrieran emocionalmente para entregar todo adentro de la cancha. “Nuestro objetivo jamás fue que el equipo saliera campeón de la Copa Davis –escribió– sino trabajar en mejorar las relaciones entre sus integrantes, provocar la aceptación, el respeto entre todos ellos y generar un sentido de identidad”.
—¿Cómo te habías preparado para el cargo?
—Leí muchos libros de psicología, he trabajado con psicólogos deportivos. Esa curiosidad me fue dando herramientas para formar mi carácter y mi manera de relacionarme. También viene de lo que me han infundido mis viejos: mucho respeto por el otro y siempre hacer lo correcto, más allá del resultado.
—Si el equipo no hubiera ganado el torneo no habrías tenido la posibilidad de hablar de esto.
—Sin duda. El resultado deportivo convence.
—¿Eso te da bronca?
—Lo entiendo, es así. Nosotros trabajamos para que los jugadores se respetaran entre todos, para hablar cara a cara más allá de las diferencias personales, de prioridades y voluntades. El mayor desafío está en mostrar esa buena imagen de equipo, para que cuando los más chicos lleguen a representar al país respeten y acepten al que esté al lado tal cual es. Que hablar de valores sea algo lógico.
—Además de capitán de la Davis, sos director de Desarrollo de la AAT. ¿Qué tendría que pasar para volver a tener una generación como la de Nalbandian, Gaudio y Coria?
—Los programas deportivos son similares a los que había cuando ellos surgieron. Pero en ese momento Argentina pasaba por el “1 a 1”. Era mucho más sencillo programar viajes y conseguir entrenadores. Aquella camada fue para admirar, una diversidad de jugadores que ayudó mucho a popularizar el tenis. Pero hoy no pienso “quiero tener otra generación como esa”. Me pregunto qué chicos tengo y cómo pueden mejorar.
Por el ascenso
En febrero de este año, la derrota contra Italia forzó a Argentina a un repechaje con Kazajstán. Fue otra caída, esta vez a la Zona Americana. En abril de 2018 deberá jugar con el ganador de la serie entre Chile y Ecuador. Si gana, volverá al repechaje en septiembre. Los planes inmediatos de Orsanic pasan por “hablar con los jugadores para ver cuáles son sus prioridades. En 2017 prefirieron respetar el circuito, lo cual es muy entendible, pero obviamente afectaron al rendimiento del equipo”.
—¿Se puede volver a ganar la Davis sin Del Potro?
—Hay que ver el cuadro, el momento, con qué jugadores contás y contra quién jugás. Históricamente, cada país que la ha ganado tuvo un top 10. Creo que somos el que la ganó con peor ranking. Del Potro (que llegó a la final en el puesto 38) es ese jugador de jerarquía. Pero sin él, en 2015 llegamos a la semifinal y perdimos en el quinto punto contra Bélgica.