Hace algunos años, un hincha viajó hasta el River Camp de Ezeiza con una misión: entrar al predio para pedirles un saludo y video para su casamiento a algunos jugadores. Cuando llegó, el encargado de seguridad le pidió sus datos y lo hizo esperar un tiempo largo. Finalmente pudo ingresar y cumplir con lo deseado. Advirtió, después, que el que había dado la autorización para que entrara había sido el mismísimo Marcelo Gallardo, a esa altura mucho más que el entrenador de River. El Muñeco era, básicamente, una suerte de intendente y supervisor general, un cargo simbólico y real que se extendía desde Ezeiza hasta Núñez.
La despedida de Gallardo genera un hueco imposible de llenar, no solo por el vacío sentimental y futbolístico, sino por el alcance que tenía su trabajo en el club millonario. Lejos de ser solo el técnico más importante de la historia, el Muñeco también se convirtió en el líder de un proyecto que incluía grandes temas como las divisiones inferiores, la preparación física o la neurociencia, hasta lo que parecían detalles –pero no lo eran– como el césped de las canchas donde se entrenaban los distintos planteles o la seguridad. Todo, o casi todo, estaba bajo su órbita.
Fue Gallardo, por ejemplo, el que le pidió a la dirigencia resolver desde la raíz el maltrecho pasto del Monumental, que muchas veces perjudicaba directamente el modo de juego de sus equipos. Con el receso por la pandemia como acelerador, se inició una obra que está a punto de terminarse con la inauguración de las plateas bajas ganadas a la pista de atletismo. Lo cierto es que, por el reclamo del DT, River inició un estudio geotécnico, bajó 1,80 metros la altura del campo de juego e instaló un sistema de césped híbrido con un riego de 35 aspersores de control independiente con vástagos de acero.
“A Gallardo le encantó el nuevo césped”, contó hace un año y medio el encargado de infraestructura de River, Mariano Taratuty. El entrenador, que venía supervisando todos los cambios, llevó ese día una pelota para ver cómo corría. Como no se frenaba, se puso contento. Debajo del césped que alegraba a Gallardo había una obra de 200 millones de pesos con nueve capas: tres superficies de geotextil, una de tosca, una malla impermeable, dos de piedra drenante, más 25% de arena que no permite ondulaciones en el campo. Gallardo ahora se irá, la obra quedará para las próximas décadas (River no modificaba su sistema de drenaje desde 1978).
Gallardo no solo lideró reformas visibles y faraónicas. También se interesó en cambiar las mentes de sus dirigidos, aunque al principio desconfiaban. Porque cuando Sandra Rossi llegó al plantel de River, en 2014, la pregunta que se hacían muchos futbolistas y directivos, y que también le hacían a ella en tono de chiste, era: “¿Vamos a meter más goles después de hacer todo esto?”. La médica deportóloga, experta en neurociencia aplicada al deporte, había llegado al River Camp con un software de computación para medir los milisegundos que tarda el cerebro en tomar una información y mandar señales a las distintas partes del cuerpo. Años más tarde, hizo entrenar al plantel con unos anteojos destellantes que sirven para fortalecer la atención y concentración. “Muchos mejoraron considerablemente la velocidad de reacción de la vista ante un estímulo. Los jugadores me dijeron que veían cosas en la cancha que antes no veían. Ampliaron la visión periférica, veían más hacia los costados de su campo visual”, le detalló a PERFIL en los primeros meses de la gestión Gallardo, cuando todavía no era estatua.
A la mente le agregó una revolución física: Gallardo no tuvo uno o dos profes, sino cuatro. A Pablo Dolce, el preparador físico que arrancó el ciclo en 2014, se le sumaron César Zinelli, Diego Gamalero y en 2018 el uruguayo Marcelo Tulbovitz, quien había acompañado al Muñeco en Nacional, durante su último año de carrera. Ellos eran el segundo soporte. El primero lo integraban Matías Biscay y Hernán Buján. Biscay se sentaba a su lado en cada partido. Buján, en cambio, iba a la platea. Gallardo lo quería ahí para que tuviera una perspectiva más amplia del despliegue táctico del equipo. Esos detalles, posiblemente, son los que extrañarán en Núñez cuando el ídolo ya no esté.