Independiente no está rojo. Está gris. Insípido, inerte. Sin ideas y sin suerte. Porque anoche, contra Defensa y Justicia, no mereció perder, pero perdió. Entre otras razones, porque no mostró nada de lo que había mostrado en el semestre pasado, y porque le apuntó siempre mal al arco. Cuando le apuntó bien, para colmo, se encontró con el travesaño, como en el tiro de Romero, en el final del encuentro.
Lejos de mostrar la solidez que pretende Holan, el Rojo mostró fragilidad. No hubo conexión entre la defensa y el medio, ni entre el medio y el ataque. Y encima, las veces que pudo llegar, ni siquiera fue eficaz. Quizás, el mejor ejemplo de todo eso –las salidas desprolijas y la falta de efectividad– fue el mano a mano que tuvo Gigliotti a los 11 minutos: al delantero le quedó la pelota luego de un revoleó defensivo, pero tardó tanto que Barboza se la sacó cuando se preparaba para patear.
En ese escenario desprolijo en el que transitaba el partido, Independiente encontró una mínima conexión que terminó en un remate de Domingo que Unsain sacó del ángulo. Fue lo mejor que ofreció Independiente en todo el primer tiempo. Pero en ese instante, al menos, todavía el resultado no lo mostraba en desventaja: dos minutos después del tiro de Domingo, Nicolás Fernández recibió un cabezazo en la puerta del área y definió por abajo. Avellaneda quedó en silencio. Un silencio que pudo ser incluso peor si el palo no evitaba el segundo gol visitante.
El segundo tiempo fue casi un monólogo rojo. Intentó por todos lados, de distintas maneras, sin prolijidad ni juego asociado, es cierto, pero intentó siempre. Pero entre su mala puntería y las buenas respuestas de Unsain no pudo llegar al empate anhelado. Defensa y Justicia estaba replegado, en una versión más mezquina –y entendible– que la que había ofrecido en el primer tiempo. Y eso le funcionó: la foto final, la de los abrazos en el medio campo, lo dejó claro.