El asesinato de Fernando Báez Sosa en Villa Gesell movió los cimientos del rugby como ningún otro episodio lo había hecho antes. Que una manada de diez jugadores del Club Náutico Arsenal Zárate haya matado a piñas y patadas a un pibe de 18 años expuso las miserias de un ámbito que ya venía siendo escenario de episodios violentos. Durante el verano pasado hablar de rugby era hablar de machismo, alcohol, discriminación, salvajismo, violencia de género, xenofobia. Las alarmas, que titilaban, se encendieron de golpe y la luz roja despabiló a muchos dirigentes que hasta ese momento miraban para otro lado.
Miembros de la Unión Argentina de Rugby (UAR) y la Unión de Rugby de Buenos Aires (URBA) tomaron conciencia de la situación y reaccionaron: era el momento de hacer algo. Ese algo fueron dos programas que implementaron durante el año pasado con el objetivo de concienciar a jugadores, capitanes, entrenadores y dirigentes que eran parte de un problema, que los superaba y que debían enfrentarlo.
“En principio no sabíamos qué hacer, el impacto y la preocupación fueron muy fuertes. Entonces empezamos un trabajo intenso, enfocado en cómo enseñarles a las nuevas generaciones. Nos tuvimos que adaptar a los nuevos tiempos, a los nuevos códigos”, señala Luis Martín y Herrera, dirigente de Champagnat e impulsor de un programa de concientización para los clubes de la URBA.
Así nació la Comisión de Fortalecimiento Integral y Mejora del Comportamiento (Fimco) que a través de trescientas reuniones por zoom convocó a 7 mil personas de los distintos ámbitos del rugby con una premisa: debatir la problemática entre todos y proponer soluciones. Participaron los 91 clubes afiliados y en cada uno se nombró un referente que será el responsable de monitorear el programa.
“Pusimos la problemática sobre la mesa, y hubo momentos muy duros. Sobre todo con los dirigentes de más edad, que argumentaban que era un problema de violencia en la sociedad, que el rugby no tenía nada que ver”, explica Martín y Herrera.
El programa que impulsó la URBA fue desarrollado por Miguel García Lombardi, ex rugbier y psicólogo social. “La violencia en el rugby es un tema incómodo. Hasta el año pasado no estaba en nuestra agenda, lo escondíamos debajo de la alfombra. Habíamos tenido avisos, pero no hicimos lo que tuvimos que hacer”, se lamenta.
Hasta que los diez pibes del club de Zárate asesinaron a Báez Sosa. Ahí ya no hubo vuelta atrás. Y cuando lanzaron el programa se enfrentaron a confesiones alarmantes. El capitán de un equipo, por ejemplo, expuso en uno de los talleres virtuales: “Por centímetros no tuvimos más muertos”.
Después de diez meses de actividad, García Lombardi ofrece un balance de la iniciativa: “Lo más positivo es que está instalado que tenemos un problema. Para el mundo del rugby esto fue como Cromañón, como el caso Carrasco. Ahora tenemos que deconstruirnos”.
UAR. En el primer comunicado que publicaron cuando se conoció la tragedia de Villa Gesell, la UAR se lamentaba de “el fallecimiento” de Báez Sosa, no del asesinato ni del crimen. Se tomaron un tiempo, pero parece que al fin asumieron la problemática.
En marzo del año pasado la UAR impulsó el programa “Rugby 2030, hacia una nueva cultura”, una iniciativa junto con la fundación Funrepar que propone “crear una nueva cultura y reducir la violencia en todos sus aspectos”.
Entre otras temáticas, esta iniciativa propone “incorporar paradigmas positivos no discriminatorios frente a un otro diferente, incluyendo prejuicios y estereotipos”. Y está orientada a todas las categorías: jugadores y jugadoras desde los 10 años y entrenadores de niños y niñas a partir de 6.
Modificar convicciones y hábitos tan instalados es un trabajo a largo plazo. Lo bueno es que las entidades que regulan el rugby dieron el primer paso y asumieron el problema. Ahora queda ver de qué manera estas iniciativas transforman una realidad que salpicaba a todos y recién la enfrentaron cuando ocurrió una desgracia.