—Usted suele hablar de su infancia con un fútbol de baldíos y calles de tierra. ¿Qué más recuerda de aquellos años?
—Jugar a la pelota, que era algo que hacíamos desde bien chicos. Cuando era pibe, acá, en esta calle Arcos, hace ochenta años jugábamos todo el tiempo a la pelota porque pasaba un carro cada veinte minutos o cada media hora. Esta calle hacía dos o tres meses que había sido asfaltada cuando vine a vivir acá. Y mire cómo cambiaron las cosas que ahora no se ve ni un solo chico. Y además pasa un automóvil detrás de otro. Entonces los pibes de hoy ya no podrían jugar en la calle. A mí me provoca melancolía el recuerdo. Me da melancolía que no se vean pibes en la calle. Porque antes eso era lo más común, se daba todo el tiempo. Nos juntábamos todos los del barrio. Ahora no. A mí me iba mal en fútbol porque no jugaba bien. Jugaba cuando me dejaban, de arquero, pero era malo. Y si no en el medio. Iba donde decía el capitán, que era el que mandaba. Con tal de jugar… Entre la barra había uno que jugaba muy bien: Eduardo Ricagni, que después se hizo jugador de Platense, Boca, Chacarita y Huracán. Y además fue goleador. También jugó en la Juventus, en el Milan y en la selección de Italia. Cuando éramos chicos, él era el capitán del equipo del barrio. Y nunca me permitía jugar. Jamás me elegía. Por eso jugaba con otros pibes, porque no era parte del equipo oficial de la calle. Lo importante es que, aunque con otros, igual podía jugar. Porque era la diversión de todos jugar a la pelota en la calle. Una vez estuve de arquero y a los diez segundos de haber empezado el partido me metieron un gol, acá, en esta misma calle. Ricagni se enojó tanto que me corrió para darme la biaba. Yo tenía 8 años y él supongo que 9. Corrí como los dioses, porque el tipo sabía pegar. No me alcanzó pero me gritó lo peor que escuché en mi vida: “Alemán, culo de pan”. Volví a casa, me bajé los pantalones y me miré la cola en el espejo del ropero. “Tengo un culo igual al de todos, ¿por qué culo de pan?”, me preguntaba. Eso me marcó. Me sentí preocupado. Hoy me causa risa. Eran cosas de pibes. Era una infancia humilde, en la que no sobraba nada. Los sueldos de nuestros padres alcanzaban para comer bien y nada más. En cuanto a la pelota, se tenía una sola para el barrio.
—¿Por qué se hizo de Rosario Central y no de River, teniendo el Monumental tan cerca de su casa?
—Porque somos de origen santafesino y yo era hincha de Colón, pero en el 39, cuando por primera vez se insertaron dos equipos del interior a Primera, que eran Newell’s y Central, me hice de Central porque me gustaba cómo jugaba. La cancha de River recién se empezó a hacer a los dos o tres años que nos vinimos a vivir acá. Y con mi hermano mayor comenzamos a ir solo los partidos que jugaba Central. O sea, no me interesaba ver a River sino a Central. Pero después, cuando apareció La Máquina sí se me hizo interesante ir a verlo. ¿Cómo me iba a perder a ese equipazo de la década del 40? Todavía me acuerdo de memoria la delantera: Juan Carlos Muñoz, José Manuel Moreno, Adolfo Pedernera, Angel Labruna y Félix Loustau.
—¿Qué le gustaba de Rosario Central?
—Su juego. Aunque le cuento que hubiese sido de Colón si entraba directamente a Primera. Pero la primera vez que vi jugar a Central me gustó mucho y por eso me hice hincha. Y para siempre. Fue un partido contra River, en Núñez, en el que perdimos 2 a 1 pero jugamos muy bien. Pero aquel Central era distinto a todo lo que pudo verse después, porque era de esos equipos cuyos jugadores hacían de todo por la camiseta. No eran de correr por correr. Hasta se daban el lujo de jugar caminando, con tranquilidad, seguros de lo que tenían que hacer. Algunos hasta gambeteaban parados. Eso me gusta muchísimo. Por esos años, River, en cambio, tenía otro estilo de juego: de correr más.
—¿Qué tiene Rosario Central para atraer a gente como Alberto Olmedo, Roberto Fontanarrosa, el Che Guevara, César Luis Menotti, usted?
—Yo supongo que eso es una casualidad. O que todos los que usted mencionó son de allá, de la provincia de Santa Fe. Porque Central siempre fue muy popular y los de Newell’s eran como los de River, con otras pretensiones sociales. La misma diferencia que se produce entre River y Boca es la que se da entre Newell’s y Central: los de clase alta por un lado y los de la popular por el otro.
—¿Por qué cree que la pasión sobrevive?
—Porque es un juego muy atractivo, ¿no? La televisión incide para que el fútbol siga vivo, más allá de que la gente siga yendo a la cancha. Aunque no como antes, cuando proporcionalmente iban más. Me doy cuenta acá, cuando hay partido en River: antes se veían pasar barras numerosas y ahora veo gente muy sola yendo al estadio. Grupos como mucho de tres personas, no más. Otro cambio que veo es en la vestimenta. Antes los de clase media iban en traje o saco y pantalón. Ahora no. No se visten tan bien. Van así nomás. Recuerdo que los hinchas de River iban en saco y corbata a la cancha y los de Boca con una especie de pañuelo al cuello, que venía un poco de la tradición del campo, de los gauchos. Eran diferentes unos y otros.
—Coincide con que en los años 30 los jugadores también tomaron conciencia de que eran la parte menos tenida en cuenta de un negocio que empezaba a crecer.
—Yo digo siempre que después de los dorados años 20 se terminó la edad juvenil del fútbol, porque al empezar el profesionalismo se afirmó el negocio y las cosas cambiaron. También sigo pensando eso que escribí alguna vez: que jugar no es otra cosa que soñar. Lástima que vino el dinero. Ahí se perdió todo eso. Lo valioso de aquellos jugadores que fueron a la huelga en 1931 es que lo hicieron bajo un gobierno militar y no tuvieron miedo. Le dijeron basta a un amateurismo que era un negocio para los dirigentes. Ahí nace la Liga. Los directivos tuvieron que arreglar con los jugadores, porque desde el mismo gobierno temían que la falta de fútbol los domingos llevara a más problemas sociales, problemas que se quería evitar. Y los futbolistas consiguen además que no se juegue en verano después que se muriera insolado Héctor Arispe, un jugador de Gimnasia, en un partido contra Sportivo Barracas que se jugó con un calor insoportable. Si mal no recuerdo, con 38 grados. Por un lado fue bueno que los jugadores dijeran basta. Pero por otro, los clubes con más dinero contrataron a los mejores y se hicieron más poderosos. River, Boca, Independiente, Racing y San Lorenzo fueron los dominadores de los campeonatos. Y al mismo tiempo los referís empezaron a ser cuestionados por favorecerlos.
—¿Qué significa el fútbol para usted ahora?
—Como espectáculo, el fútbol es lo más hermoso que hay. Lástima que está el dinero en el medio. Pero si no, es el deporte que más entusiasma al ser humano. Es el deporte que nos refleja. Tiene muchos momentos muy humanos. Las casualidades que tiene la vida las tiene también el fútbol. Y es también el ejemplo de que se pueden hacer cosas en equipo. Me gustaría que el fútbol volviera a ser amateur, como antes; que no se haga solo por dinero sino por alegría. Es una especie de ideal que tengo. Un fútbol limpio, sin trompadas ni cosas por el estilo, porque es un juego maravilloso.