Hace poco más de tres años, publiqué en la revista Management Deportivo una suerte de “decálogo del buen líder” en base a los postulados y las acciones con que Carlos Bianchi generó en Boca la mística ganadora de un grupo que, salvo por un breve período en que su conducción traicionó claramente aquellos lineamientos, demostró siempre desde la asunción a su frente del “Virrey” todo el rédito que puede generar a un club una cultura basada en el respeto, la humildad, el amor por lo que se hace y la solidaridad.
Fue eso, antes que planteos tácticos “modernosos” o contrataciones costosas, lo que permitió la notable vigencia en el éxito de un equipo que, desde 1998 hasta hoy, supo mantener bien en alto los valores que le inculcara el otrora goleador de Vélez, quien más allá de títulos logró durante sus pasos por la Ribera algo acaso mucho más importante -y redituable- para los intereses del club: generar a su imagen y semejanza una notable camada de “líderes positivos”, como él acostumbra llamar a ese tipo de jugadores que, con el tiempo, se convirtieron en referentes de este impactante ciclo boquense.
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