Hasta las conquistas del fútbol y el básquet en Atenas 2004, la última medalla de oro obtenida por Argentina en una justa olímpica era la lograda en remo por Tranquilo Capozzo y Eduardo Guerrero el 23 de julio de 1952, en los Juegos de Helsinki, Finlandia. Un éxito impactante, pero que, al igual que quienes lo consiguieron, nunca fue debidamente valorado ni aprovechado en el país.
Hoy, a 56 años de aquel sensacional triunfo, conocer la historia de aquellos humildes remeros puede servir justamente no sólo para dimensionar correctamente la hazaña que protagonizaron, sino también a fines de comprender por qué Argentina estuvo tanto tiempo sin obtener una presea dorada en las Olimpíadas.
Con esa intención, en definitiva, Perfil.com presenta aquí un repaso por las vidas de estos hombres que, sin dudas, dejaron grabado a fuego un ejemplo no sólo de temple y verdadero amor al deporte, sino también de la falta casi total de apoyo que habitualmente caracteriza a los deportistas argentinos amateurs.
EL ANTES
Nacido el 25 de enero de 1918 en Estados Unidos, Tranquilo Capozzo había llegado a la Argentina en 1936. Tenía 18 años y debía trabajar para mantener a su familia, pero no tardó en encontrar tiempo para el deporte. En principio, la actividad que eligió fue el ciclismo, en la que ya venía destacándose cuando comenzó a practicar remo en el club Canottieri Italiani, de Tigre.
En 1945, un dirigente que había advertido sus condiciones le propuso representar como singlista a la entidad. Al poco tiempo, ya era campeón argentino y sudamericano en la especialidad, desmintiendo con sus potentes brazadas el apodo de “El Viejo del Canottiere” que su prominente calvicie le había hecho ganarse.
Eliminado en semifinales en los Juegos Olímpicos de 1948 en Londres, en 1951 Capozzo decidió que ya era hora de colgar los remos como singlista. Fue entonces que le propusieron integrar el doble scull de Canottieri Italiani con Eduardo Guerrero, quien venía de ser campeón argentino en 1950 representando al club.
De entrada, Don Tranquilo no quiso saber nada. Y es que Guerrero, nacido el 4 de mayo de 1928 en Salto, provincia de Buenos Aires, no sólo tenía 10 años menos que él, sino además un carácter bohemio y rebelde que chocaba con el suyo. "Él va ser la fuerza, vos el conductor", le dijeron para convencerlo. Y así, la pareja comenzó a escribir su historia como tal.
LA HAZAÑA
Antes de aquel histórico día 23 de julio de 1952, la dupla ya había participado en seis carreras y ganado las seis. Así y todo, las cosas no parecían sonreírle demasiado en la previa de esos 2000 metros que debían recorrer en el fiordo de Meilahti por los XV Juegos Olímpicos. Su bote, que para colmo era prestado y mucho más pesado que los de las otras parejas (36 kilos contra 25), había llegado destruido a Helsinki, y no tenían un solo repuesto para repararlo.
Fue así que los muchachos argentinos debieron convencer a sus principales adversarios en la competencia, los rusos, para que les dieran una manito en el arreglo de la embarcación. Además, Capozzo tuvo que inventar casi de la nada un rompeolas para enfrentar como correspondía los muy revueltos 1500 metros del lago en que debían competir.
La llegada encontró a los argentinos primeros con un tiempo de 7m.32s.2, a seis segundos (tres largos) de los rusos y con Francia, Checoslovaquia y Uruguay detrás. En la Argentina, su arribo triunfal fue saludado a puro grito por la voz de José María Muñoz, quien hacía sus primeros palotes como líder de la radiofonía deportiva.
EL DESPUÉS
A su regreso de Helsinki, los remeros fueron recibidos en la Casa Rosada por el presidente Perón y una ya muy enferma Evita. Después de ello, el Estado nunca más los tuvo en cuenta.
Tras retirarse de la actividad y vivir por una década en Bolivia, Capozzo volvió a la Argentina y se radicó en Córdoba, donde murió el 14 de mayo de 2003 a los 85 años. Sus cenizas fueron arrojadas al río Luján de Tigre, frente a la estatua al remero ubicada en la zona en que esas aguas desembocan en las del río Reconquista.
Guerrero siguió remando competitivamente hasta que los brazos le dijeron basta. Su hazaña mayor, no obstante, se produjo acaso mucho tiempo después: a los 74 años, entre octubre de 2002 y enero de 2003, unió a golpe de remo y en solitario la misionera Puerto Iguazú con la bonaerense Olivos para conmemorar su hazaña del '52.
Hoy, con 80 primaveras a cuestas, Don Eduardo sigue arreglándose sin la ayuda de nadie gracias a su empresa familiar de catering. En todos estos años, sólo pidió una cosa al Gobierno: que lo apoye en la difusión de un proyecto fílmico propio sobre educación deportiva y vial e historia olímpica argentina. Después de tanto tiempo, ya sería hora de acordarse de él.