El de los músculos de acero tiene, a la vez, una cintura de avispa. La descripción no es literal, pero atraviesa la imagen de un barrabrava repleto de anabólicos en el cuerpo y una soltura definida para esquivar la contradicción de dos escenarios diametralmente opuestos. Mauro Martín grita, transpira, salta, traba molinetes, grita más fuerte, se pelea, simula amenazante un corte de cuello con su mano, arrea a un ejército de otros hombres violentos en una jungla de cemento. Abajo de la segunda bandeja donde La 12 alcanza el paroxismo, al jefe le gusta la pose jet set: se pasea por los vip de los boliches (Sunset y Pachá son sus fetiches) y se jacta de su estilo para nada gasolero. A esos lugares suele llegar en su estridente auto Mini Cooper.
El desdoblamiento entre el agite de la barra y el glamour de la noche no altera su sello identitario. El hincha rentado (según reveló el periodista Gustavo Grabia en TN, Mauro Martín administra una caja de 300 mil pesos mensuales) posee algunas marcas de Boca genuinas. Una señal es el escudo tatuado en su brazo derecho; la otra, el nombre de su único hijo: Blas es un homenaje a Giunta, uno de los ídolos del club xeneize.