Entre las exageraciones que rodean a la superfinal desde hace varias semanas, hay una que no es tan exagerada: el triunfo de uno o de otro se convertirá en un argumento letal en mesas de café, conversaciones de WhatsApp y charlas futboleras en general. Será como tener un ancho de espadas siempre a mano, de acá hasta que sucede algo parecido (que puede ser nunca).
Cada club tiene su lista de eventos desafortunados para dejar a un costado si hoy sus hinchas van al Obelisco a hacer flamear su bandera. Los de River, en el caso de que festejen la Libertadores en su cancha, podrán ignorar todos los males de su historia, o al menos los males de su historia con Boca: la desventaja en el historial (12 partidos abajo), aquella final perdida en 1976 con el gol del “Chapa” Suñé o la mudanza del barrio de origen. Incluso dosificar la peor desgracia deportiva de su historia: el descenso a la Primera B Nacional, en 2011.
Para los hinchas de Boca, ganar en el Monumental sería un jaque mate dialéctico e histórico: se consagraría campeón de la Libertadores en la cancha de su rival y con eso marcará una hegemonía no con River, sino con el resto del fútbol argentino: al igualar a Independiente en cantidad de Libertadores, hasta podría arrogarse la condición de nuevo rey de copas. Por supuesto, también olvidaría la supremacía de River en los últimos cinco años, que le ganó la final de la Supercopa y lo eliminó dos veces de torneos internacionales; y aquellos goles del Beto Alonso con la pelota naranja y la vuelta olímpica que le dio River en la Bombonera.
La victoria en la superfinal de hoy, para Boca o para River, será un hecho que no admitirá interpretaciones, en términos inversos a los que publicó póstumamente Nietzsche. Será la consagración indiscutible, la bala de plata para cualquier discusión: la única verdad.
Técnicos. Pero si River tiene un poco más para perder en lo que respecta a la historia de sus hinchas y de su institución, la situación de los técnicos de los dos equipos es inversa: Marcelo Gallardo reunió tantos triunfos y pergaminos, que perder hoy sería un golpe durísimo, obvio, pero no desestabilizador. Esto no quiere decir que una derrota para Guillermo sea su fin en el banco de Boca. Pero lo cierto es que el Mellizo necesitaría validar los resultados que obtuvo en el ámbito local –Boca ganó las últimas dos Superligas y estuvo 671 días seguidos como líder del fútbol nacional– con una copa internacional y contra River: dos de las exigencias de la dirigencia y también de sus hinchas.
Hoy, Gallardo y Barros Schelotto tendrán dos vistas distintas del partido: uno estará en un palco y no podrá dar indicaciones; el otro estará en el banco tratando de que su esquema o sus decisiones incidan en el desarrollo. Los dos lo saben, como lo saben todos a esta altura: lo que está en juego es la historia. Y el futuro de cada chicana o discusión.