Ser el jugador mejor pago de una de las ligas más competitivas del mundo no es todo. Ser un goleador que rompe récords, tampoco. Ser una estrella que provoca fervor cuando llega y rencor cuando se va, menos. Es así, creer o reventar. A veces para completar el álbum falta una figurita. Y esa figurita puede ser la difícil. Si no que lo diga Gonzalo Higuaín. ¿El Pipita? El mismo.
Cuando lo incorporó hace poco menos de dos meses, la Juventus pagó 90 millones de euros, la misma cifra que, por ejemplo, cotiza todo el plantel de Boca. Una fortuna. Esta inversión lo convirtió en el jugador más caro de Italia. Los goles del Pipita ahora se traducen en millones, en muchos millones. Se podría sospechar entonces que un jugador que cotiza lo que cotiza Higuaín y que convierte la cantidad de goles que convierte Higuaín, en su país debería ser una estrella, un tipo adorado con destino de remera. Sin embargo, con el Pipita no ocurre nada de eso: en la Argentina es denostado, recibe cachetazos de todos los rincones. Casi que no lo toman en serio. A veces ocurre. Enamoró a Monica Bellucci pero todavía no pudo conquistar a la piba de Barracas.
Sin grises. Que el pase del Napoli a la Juventus se haya concretado un mes después de la final de la Copa América Centenario es una paradoja futbolera. Cuando viajó a Estados Unidos para sumarse a la Selección, Higuaín venía de ser goleador histórico de la serie A de la liga italiana con 36 tantos. Había batido el récord que el sueco Gunnar Nordahl mantenía desde la temporada 1949-1950. Un ídolo, un semidiós sentado a la derecha del Dios Diego. Pero cuando se puso la celeste y blanca volvió a fallar en una final: partido cero a cero, error de Medel, mano a mano con pelota dominada, achique de Bravo y definición de delantero de la B Metro. Después, en los penales, la copa fue para Chile. La frustración argentina tuvo una cara: la de Higuaín.
El casi gol de la última Copa América fue, en realidad, el tercer casi gol del currículum del Pipita. En la edición anterior, en Chile, también falló en la final: no logró empujar un centro rasante de Lavezzi a centímetros de la línea. Para peor, después erró un penal en la definición y el trofeo quedó en Chile. Y un año antes, en el Mundial de Brasil, desaprovechó otro regalo en la final con Alemania: se equivocó Toni Kroos, Higuaín encaró a Neuer, se apuró, disparó desde el borde del área. Muy desviado.
Ahí está la paradoja: el goleador que desaprovecha las chances en cada final que disputa con la Selección argentina es una gloria en el fútbol europeo. Con la casaca celeste y blanca fue centro de todas las gastadas posibles, pero con la negra y blanca de la Juventus es un goleador infalible. El contrasentido se podría graficar con la siguiente síntesis. Argentina: erró un gol hecho en la final de la Copa América. Italia: Juventus lo contrató por una cifra récord. Argentina: le pidió al Patón Bauza que no lo convocara a la serie por las Eliminatorias. Italia: convirtió tres goles en tres fechas. Y todo ocurrió en dos meses. Los dos meses más bipolares de la carrera del Pipita.
Para poner en imágenes la idolatría de Higuaín basta con un par de episodios que ocurrieron cuando abandonó el Napoli. Un comercio prometió pizzas en oferta cuando se lesione, a alguien se le ocurrió vender remeras con almohadones a la altura de la panza y una página web propuso un plan canje para que los hinchas cambien las camisetas del Pipita por otras sin su nombre en la espalda. Se sienten traicionados, dicen. El goleador cambió de vereda. El goleador es un “traidor”. Lo notable es que ningún hincha odiaría con tanto énfasis a un jugador que no haya amado. Un marcador de punta con poca proyección y flojo en la marca nunca traiciona. Al contrario, si lo transfieren provoca alivio. Así es el presente del Pipita: mientras en Italia provoca sentimientos extremos, en la Argentina inspira gastadas en las redes sociales.