Los dirigentes de fútbol manejan una cuota de poder para nada desdeñable. Algunos, como el actual jefe de Gobierno porteño, Mauricio Macri, usaron su condición de presidente de un club, en esta caso Boca, para proyectarse a la arena política. Pero ¿cuál es la responsabilidad que les cabe en la violencia que desatan los barras? Y ¿ qué responsabilidad le cabe en todo este embrollo a la clase política, que desde hace años utiliza como fuerza de choque o para llenar los actos a las barras futboleras?
El tema no es novedoso, pero si lo es la indignación que expresan los hinchas reales, preocupados por los resultados de su equipo y no por negocios espurios. Mientras las bandas criminales se enfrentaban en "El Fortín", el resto del Estadio pedía a gritos "que se vayan".
La semana pasada, el dirigente Héctor Cavallero, director de prensa y relaciones públicas de River, admitió parte de la responsabilidad que les corresponde. "Fabricamos un Frankenstein que no pudimos controlar y estos chicos se enfrentaron e hicieron este desastre que continúa", dijo desde México, para explicar el fracaso de la "política de inclusión", que sí tuvo buenos resultados en Vélez.
Pero Pedro Pompilio, ex aliado de Macri y actual presidente en ejercicio de Boca ante la licencia pedida por Macri, defendió a su casta. "Es un error centralizar en el dirigente deportivo...Todo lo que se genera a través de estos grupos no es tarea del dirigente, porque no tiene tareas policíacas. Sólo podemos tratar de controlar las actividades dentro del club, pero el día del evento. ¿Quién está en condiciones de manejar 40.000 personas? No hemos estudiado seguridad. Centrar el problema en el dirigente es fácil", se manifestó en declaraciones a una radio porteña.