A lo lejos, solo, abre los brazos. Parece querer abrazar la pelota; el abrazo del oso. Lo ve Cubero, acostumbrado a defender y raspar, no a esa mirada perisférica para dejar al delantero mano a mano con el arquero. La asistencia toma vuelo y cae en el botín derecho de Pratto, el Oso, que controla y define muy rápido, ante la rápida salida de Diego Rodríguez. El principio del fin.
Vélez ató el partido a esa escena y condenó a Independiente a la resignación. La única imagen antes del naufrágio del Rojo había quedado lejos, en el inicio del partido: Mancuello se había escapado del encierro de un equipo previsible y después de esquivar a dos rivales pateó cruzado. Después, otra vez, el Oso. El resto fue con premeditación y alevosía.
Paliza. Independiente no tuvo orden ni progreso. Aquel equipo de la primera fecha fue un espejismo contra un rival que invitaba al engaño: Rafaela es de los que peor marcan; o de los que no marcan. Con esas ventajas, el Rojo enhebró un ataque que por entonces parecía la aceleración de un Fórmula 1. Vélez anoche no le dio pista. Dejó a su rival en punto muerto y, encima, se preparó para golpear una mándibula de cristal. Atrás, Independiente tiene fisuras que muchas veces resultan invisibles por la tarea de Rodríguez, un arquero con certificado de garantías. Ayer tuvo responsabilidad en el tercer gol, el que le imprimó la verdadera diferencia a un partido que no fue partido. El cuarto fue el bonus track para ponerle un número ostentoso a un juego sin equivalencias.
Todo igual. Los cambios modificaron las planillas pero no los esquemas. Montenegro nunca se encendió y se fue entre sus sombras; entró Pisano, también la nada. Pizzini –el hombre de los cuatro goles en tres partidos, contando Copa Argentina– ingresó por Droppy Gómez, que lejos de su apodo no ocupó todos los espacios. El delantero ni siquiera encontró su lugar.
Mientras, Vélez se sentía cómodo en un partido que no sufrió. Dedicado a cultivar la pacincia, el equipo visitante puso el radar de la pelota lejos de su arquero.
Con toques precisos y rotación, Vélez construyó una goleada con el arte de un orfebre. Moldeó su juego con volantes que mantuvieron al equipo con sus líneas en pocos metros y articuló ataques definidos por Pratto y los que se animaban a llegar: antes de su gol, Rolón había tenido dos chances claras, que definió mal. Romero aprovechó la suya, en una de las mejores jugadas de un equipo inspirado.
En su noche perfecta, Vélez mantuvo la punta y se puso a salvo de que algún equipo lo alcance, al menos esta fecha. Con paso de candidato, puso de rodillas a Independiente. La estampa de Liniers quedó de pie con un mensaje claro: para bajar a este equipo habrá que jugar bien y tener paciencia. Más de la que ofrece Vélez.
“Como los mineros”
El presidente de Independiente, el sindicalista Hugo Moyano, se refirió a la situación que encontró al llegar al poder en el club de Avellaneda y la comparó con la de “los mineros chilenos”, afirmando que la institución se encontraba “más o menos 150 metros bajo tierra”.
En declaraciones a Radio Mitre, el jefe de la CGT disidente aseguró: “Nosotros venimos como los mineros chilenos, de 150 metros bajo tierra. Estamos recién en la superficie y no se puede pretender ya estar en la estratósfera. Venimos de la B, venimos de una situación económica desastrosa, estamos saliendo, estamos ordenando el club”.
El titular del club de Avellaneda expresó su orgullo por “haber pagado en tiempo y forma a los empleados del club y al plantel por primera vez en quince años”, según le comentó el secretario general de Futbolistas Agremiados, Sergio Marchi. Y añadió: “Esto es un avance muy grande, el resto vendrá solo. Si no está acompañado por los triunfos deportivos no valdrá tanto. Recién estamos en el segundo partido, tenemos esperanzas de que nos vaya bien en la quinta fecha (N. de la R.: el clásico ante Racing, que se jugará el próximo domingo a las 15.15 horas)”.