DOMINGO
LIBRO / Reflexiones sobre la democracia argentina

30 años, 20 miradas

<p>En la edición de hoy de PERFIL concluye, con el artículo de Carlos Gabetta sobre los derechos humanos, el dossier especial referido a la recuperación democrática preparado con los aportes de veinte especialistas de diversas áreas y distintas perspectivas ideológicas. Los artículos han sido reunidos en un libro del que aquí se publica el apasionado prólogo de Robert Cox (foto), referente profesional y moral para toda una generación de periodistas.</p>

2011. Cristina y su amplia victoria, que otorgó a una misma fuerza política el período más largo de poder desde 1983.
| Marcelo Aballay

Los ensayos de este libro proveen al lector un análisis comprensivo sobre la democracia en la Argentina luego de treinta años de constitucionalidad ininterrumpida. Veinte especialistas han sido minuciosamente escogidos para informar e iluminar a los lectores sobre las áreas de la sociedad que cada uno de ellos estudia. Creo que los lectores estarán muy animados, como yo lo estuve.
Al regresar a la Argentina después de más de treinta años de exilio forzoso −primero por una dictadura militar asesina, y luego por asuntos familiares− me sentí exultante. Con mi esposa Maud volvíamos a la tierra de la libertad con la que yo había soñado desde que empecé a trabajar en el Buenos Aires Herald, en 1959. O por lo menos eso creía. Pero no tardé mucho en darme cuenta de que difícilmente todo sería como aparentaba que iba a serlo.
Se suponía que la Argentina se encaminaba a ser una democracia. Sin embargo, tanto Néstor Kirchner como su esposa, Cristina Fernández, quien fue su sucesora bajo un arreglo parecido al de una monarquía constitucional, probaron ser gobernantes autoritarios. Se llenaban la boca hablando en defensa de los valores democráticos, pero eran antidemocráticos.
Temí por un tiempo, particularmente cuando la prensa y la Corte Suprema fueron atacadas, que la Argentina se pudiera volver una dictadura encubierta. Fue extraño vivir esa experiencia una vez más, tal como lo hice desde 1973 hasta 1979, en un país donde había tanta gente en constante negación de la realidad.
Por supuesto, hay una gran diferencia entre vivir bajo un régimen que asesina a sus oponentes y vivir bajo uno que meramente procura silenciarlos. Y lo que dificultó aun más mi cooperación con esta realidad oculta fue el hecho de que mientras el Gobierno intentaba sofocar a la democracia había más libertad de expresión que la que yo jamás había vivido durante toda mi entrañable relación de cincuenta y cuatro años con la Argentina.
Pasé años preocupándome por la represión de la democracia, alertando sobre el tema y escribiendo durante tres años una columna semanal para el Buenos Aires Herald hasta el 26 de mayo de 2013.
Pero cuando supe los resultados de las elecciones PASO, entendí que los argentinos no van a permitir que se les arrebate la democracia, y que en el futuro el país no va a asemejarse a una provincia de estilo feudal como lo es Santa Cruz, y mucho menos a Cuba o Venezuela.
La democracia es como las finas artes, la literatura y la música. Uno sabe lo que es al verlo, leerlo o escucharlo. Puede unir gente de visiones diferentes, incluso opuestas. Como los periódicos en la época de Jefferson, la democracia es mucho más importante que un gobierno.
Hoy en la Argentina tenemos un gobierno que ha sido contenido por la opinión pública, expresada a través de las urnas. Ya no existe el peligro de que la familia Kirchner se mantenga en el poder. Esa extraña creación que significa el kirchnerismo, o esa otra aun más rara, el camporismo, están desvaneciéndose ante el gradual retorno de la realidad.
Entiendo que al haber vivido en países con sistemas democráticos sólidos, como los de Estados Unidos o el Reino Unido, no todo es posible en una democracia, pero gracias a los años que pasé en la Argentina sé que nada que valga la pena puede ser construido sin democracia.
Era una época de esperanza democrática cuando aterricé en la Argentina, el 4 de abril de 1959. La elección de Arturo Frondizi después de décadas de predominio de gobiernos antidemocráticos prometía una eventual evolución hacia un gobierno representativo, a pesar de la proscripción del movimiento peronista, que parecía ser una bomba lista para estallar si no era desactivada. La democracia de Frondizi, inteligente pero vulnerable, y peligrosamente limitada, era una flor muy delicada como para subsistir.
En 1959 y 1960 aprendí mucho sobre dictaduras y democracia. Mientras trabajaba como redactor en el Buenos Aires Herald, también elaboraba informes para la revista Time. Mi jefe era Piero Saporiti, un conde italiano que se vestía como tal, con un sombrero de ala ancha y un abrigo que parecía más una capa, y que empuñaba con aire imperial un bastón de ébano con mango de plata.
Saporiti había sobrevivido a la dictadura de Benito Mussolini, informando sobre la caída de Il Duce y escribiendo un libro sobre el tema llamado Empty Balcony (El balcón vacío). Lo primero que me enseñó fue a reconocer que el fascismo estaba vivo y en buen estado en la Argentina, y que se llamaba peronismo. Me explicó también el nocivo legado que dejan las dictaduras. El problema, decía, era que los regímenes dictatoriales socavan al periodismo. Y cuando un país sufre durante muchos años una dictadura, los periodistas se vuelven perezosos. Se acostumbran tanto a hablar únicamente de la historia oficial que continúan en ese marco incluso cuando las restricciones a la prensa son levantadas.
Entonces entendí que ésa era la razón por la que los periodistas que asistieron a la primera conferencia de prensa gubernamental en la que participé no tomaron notas. Estaban esperando la gacetilla, el comunicado oficial, que no se repartió hasta que la conferencia terminó, para que los periodistas no se fueran antes.
El conde Saporiti me explicó su teoría sobre la naturaleza repetitiva de la política argentina, relacionando el país con el concepto de una calesita. Eso, en efecto, fue verdad durante los años 60 y 70. Como periodista joven, recuerdo haber cubierto más de treinta intentos de derrocar a Frondizi antes de que los militares lo removieran del cargo en lo que fue el preludio de una nueva ronda de intervenciones militares.
Conocí el interior de la Casa Rosada más que nada cubriendo golpes militares, en lugar de hacerlo realizando visitas a la Casa de Gobierno para entrevistar a ministros y presidentes. Recuerdo una de las últimas obras destacables de Eduardo Tiscornia, llamada El destino circular de la Argentina.
Tiscornia se tomó el retorcido deleite de explicar su libro, que data la historia argentina desde 1810 a 1984, como un worst seller.
No hay ninguna duda de que la obra no fue un best seller en la época en la que fue publicada, apenas iniciado el regreso a la democracia, bajo al gobierno de Raúl Alfonsín. Sin embargo, lo he recomendado una y otra vez como una incalculable introducción a cualquier interesado en entender la mística argentina. Tiscornia no era el tipo de autor best seller que lamentaba el momento de su país y se revolcaba en el pesimismo. Escribió un estudio enciclopédico porque quería romper el círculo del fracaso argentino para despertar su verdadero potencial. Tomó como inspiración el consejo de Spinoza: “No llores, no te indignes, comprende”.
Estas palabras son tan relevantes hoy como lo eran cuando fueron publicadas, en 1984. Sin embargo, treinta años de democracia han pasado desde aquel entonces, y hoy se sabe mucho más. Creo que los argentinos han sufrido demasiado durante las décadas de dictadura que llevaron a la reciente tiranía del horror, de 1976 a 1984, y también durante la época de violencia guerrillera y terrorista que le precedió, como para aceptar un regreso al país calesita. Después de las elecciones del 27 de octubre veo pocos riesgos de regresar (una vez más) a ese volátil círculo con medidas autoritarias que repitan los errores del pasado.
La tarea de entender la Argentina es fascinante. No sólo disfruté de aprender sobre los treinta años de democracia a través de los 19 ensayos de este libro, sino que también he fortificado mi optimismo sobre el futuro. Tomás Abraham escribe: “El futuro, hermosa palabra. Nuestro país no termina con el kirchnerismo”.
Entonces decide hacer un riguroso análisis de la realidad, para concluir: “Pero hablemos del futuro, nuestro tiempo ausente. Argentina es una reserva natural en un planeta que se agota. Agua dulce, tierra fértil, minerales estratégicos, energía, plataforma submarina con riqueza pesquera. Esta inmensa riqueza ha permitido que se organice una economía extractiva. Se chupa lo que hay. Se contamina el agua, se malgasta energía, se desertifican los suelos, y se deja contrabandear la pesca.
”Por eso es necesario que se piense al país con visión de futuro. Como lo hicieron algunos grandes de nuestra historia. Fuimos un país en el que millones de habitantes vinieron a ‘poner’ dinero, trabajo, ideas, proyectos, esfuerzo, en el que poco y nada se pedía salvo trabajo, libertad y paz. Nuestros padres y abuelos vinieron de lugares de hambre, persecución y guerra. Ese país tenía futuro. No era un país en el que se ‘sacaba’ dinero, riquezas, inteligencia. Hemos pasado del arraigo a la fuga. Revertir ese proceso es la tarea”.
Me fascinó cada uno de estos ensayos que grafican los treinta años de democracia, aun aquellos que no sintonizan con mi forma de ver las glorias y desgracias de la Argentina. Por eso no me resulta fácil destacar alguno en particular.
Sin embargo, como periodista no puedo resistirme a citar los párrafos finales del ensayo de Carlos Ares: “Treinta años después, con el recuerdo de José Luis Cabezas, sin olvidar a los casi cien periodistas desaparecidos durante la dictadura, con otros tantos expulsados al exilio, con miles perseguidos, amenazados, obligados a mendigar pautas publicitarias oficiales para subsistir y pagar espacios de radio y televisión donde hacer escuchar sus voces, el oficio resiste y se ejerce hoy, dignamente, por todos los medios, los tradicionales y los nuevos.
”En ellos, en los viejos y en los nuevos periodistas, perduran los valores de una profesión que sigue siendo indispensable para la construcción de una sociedad democrática. También, como se sabe, en los últimos años han aparecido ‘grupos’ de medios que
financian mercenarios y militantes con fondos públicos. Pero para ellos no hay ni habrá memoria, sólo pena y olvido”.