DOMINGO
Uso de idiomas

Aun así, el mundo funciona

06-11-2021-logo-perfil
. | Cedoc Perfil

Un gentío propio del Midtown Manhattan se amontonaba a mi alrededor a la hora del almuerzo en el restaurante japonés. Detrás del mostrador estaban los cocineros que habían preparado el aromático bol de fideos que ahora yo disfrutaba.

El jefe, un japonés entrado en años, leía los pedidos de los meseros y daba órdenes gritando en japonés a sus empleados. Dos jóvenes hispanos corpulentos, de brazos tatuados y gorras de baseball puestas al revés, se movían de un plato al otro en el espacio lleno de vapor, echando cucharones a esto, mezclando aquéllo, todo tan fluidamente que no me daba cuenta de cuándo terminaban una orden y comenzaban otra. En los momentos más tranquilos, llenaban recipientes con hierbas picadas y repasaban el mostrador con un trapo mientras hablaban en español entre sí y se dirigían a un tercer cocinero, otro japonés, en el pidgin inglés de la cocina del restaurante. Tres lenguas, dos de ellas extranjeras para quienes las hablaban, y el ritmo inmaculado de su ballet de fideos nunca se trababa ni disminuía de intensidad.

Es increíble que el mundo ande tan bien, teniendo en cuenta que la gente usa idiomas con los que no creció, que no estudió en colegios y en los que jamás fue evaluada o recibió certificado alguno. Aun así, el mundo funciona. La escena de los fideos tal vez se haya repetido ese mismo día cientos de millones de veces en todo el mundo, en mercados, restaurantes, taxis, aeropuertos, negocios, puertos, salones de clase y calles en donde tanto hombres como mujeres y niños de todos los colores de piel y nacionalidades se encontraron, comieron, compraron y vendieron, coquetearon, viajaron, trabajaron uno al lado del otro, se atendieron, se presentaron, se saludaron, se insultaron y pidieron indicaciones a otras personas que no hablaban su mismo idioma. Lograron hacer todo esto exitosamente, aunque hayan hablado con acento, usado palabras simples, cometido errores, parafraseado y hecho otras cosas que los marcaron como hablantes extranjeros. Tales encuentros entre hablantes no nativos siempre han entramado la experiencia humana.

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En nuestra era, estos encuentros están en su máximo nivel de expresión, ya que los lazos entre lenguas y geografía se han debilitado por la migración, los negocios globales, los viajes baratos, los teléfonos celulares, la televisión satelital y la internet.

Quizás el lector esté familiarizado con las historias de lenguas como el inglés, el francés o el latín, que son (o eran) un valioso capital cultural.

Este libro cuenta otra historia; se trata de otro tipo de capital cognitivo, la materia que uno lleva consigo para aprender un nuevo idioma.

Alguna vez vivimos en burbujas, desconectados del bullicio del mundo. Pero cada vez más estas burbujas, en las que se hablaban una o solo algunas lenguas, se conectan entre sí todos los días, y cada vez somos más quienes las atravesamos. Queda claro que los nichos multilingües están proliferando y que las personas monolingües (como yo) se ven en la necesidad de vivir y actuar de modo multilingüe. (…)

Otra cosa está pasando también: hemos comenzado a querer movernos naturalmente entre estas burbujas, con total libertad. (…). Las ideas, la información, los bienes y la gente están fluyendo más fácilmente en el espacio y esto genera una sensibilidad sobre el aprendizaje de idiomas que está más enraizada en las trayectorias de un individuo que en su ciudadanía o nacionalidad. Se volvió inherente a las demandas de la economía, no a los estándares de las escuelas y los gobiernos. Eso significa que también nuestros cerebros tienen que fluir para mantenerse plásticos y abiertos a recibir nueva información y a desarrollar nuevas habilidades. Una de esas habilidades tiene que ver con aprender a comunicarse de nuevas maneras.

Si se pudiese bajar el nivel de ansiedad de la gente sobre el aprendizaje de idiomas, podría resolverse aquello que se ha convertido en el desafío lingüístico fundamental del siglo XXI: ¿cómo puedo aprender una lengua rápido? ¿Cuán bien tengo que hablarla o escribirla para que me sirva? ¿Los estándares de quién tendré que seguir? ¿Alguna vez me tomarán por nativo? ¿Cambiará mi estatus económico, mi identidad y mi cerebro?

El modo en que aprenden lenguas los adultos viene asociado al surgimiento del inglés como lengua franca global. De hecho, la difusión del inglés es un claro ejemplo de la reconsideración de las destrezas “a nivel nativo” en una lengua. 

En las próximas décadas, unos dos mil millones de personas van a aprender inglés como segunda lengua. Una gran fracción de ellas serán adultos atraídos por el prestigio y la utilidad que en las pasadas cinco décadas lo convirtieron en el idioma más popular para estudiar. En China, el mercado de la lengua inglesa ha sido valuado en 3,5 mil millones de dólares, con hasta treinta mil empresas que ofrecen clases de inglés. Se calcula que diariamente hasta un setenta por ciento de todas las interacciones en inglés a nivel mundial ocurren entre hablantes no nativos. Esto significa que los hablantes nativos del inglés tienen menos control para determinar la pronunciación y gramáticas “correctas” del inglés. Algunos expertos en China y Europa ahora abogan por enseñar tipos de inglés extranjeros estandarizados que no se aceptarían en los países angloparlantes.

El inglés debe ser el único idioma global con más hablantes no nativos que nativos. Sin embargo, no es el único idioma adicional que la gente aprende en el mercado mundial de aprendizaje de idiomas, valuado en 83 mil millones de dólares: una cifra que no incluye el gasto en escuelas, docentes y libros de texto en los sistemas educativos. En los Estados Unidos, el setenta por ciento de los estudiantes universitarios en sus clases de lengua extranjera estudian español, francés y alemán; aunque el árabe, el chino y el coreano están volviéndose cada vez más populares. 

*Adiós Babel, Autoría editorial. (Fragmento).