La madrugada del 20 de julio de 2013, en vísperas de la Noche del Destino del año 1434 del mes sagrado de Ramadán, EI llevó a cabo una de las mayores operaciones militares de su historia. El ataque simultáneo a las prisiones de Taji y Abu Ghraib, quizá el penal más infame de la historia de Irak, fue planificado al detalle. Y ejecutado con frialdad quirúrgica.
Camuflados por la noche, los centinelas de la prisión no advirtieron que los vehículos que bajaban por el camino no estaban dispuestos a detenerse ante los portones. Les dieron el alto a los gritos. En un intento desesperado por frenarlos, un guardia llegó a disparar, pero los bólidos siguieron sin remordimiento. Cargados de explosivos, necesitaban atravesar alambradas, rejas y piedras. En segundos, un cimbronazo sacudió la prisión entera mientras el cielo se iluminaba con una bola de fuego que escupía hierros retorcidos y pedazos de cuerpos al patio.
Este fue sólo el comienzo. Siguió una lluvia de morteros y granadas mientras un comando de EI irrumpía en la cárcel abriéndose paso con las llamas de ametralladoras pesadas. Disparaban a mansalva, en todas direcciones, con calibres que perforaban hormigón y despedazaban a quienes ofrecían resistencia. Otro grupo de los atacantes se internó en los pasillos para liberar a los presos. Abrían las rejas y les entregaban armas. Algunos tomaban las que hallaban tiradas en el suelo, de los guardias muertos y agonizantes. Ya no las necesitaban. El comando de EI cruzó a otro de los pabellones: su misión estaba destinada a los militantes de Al Qaeda en Irak (AQI), capturados por las tropas estadounidenses durante la ocupación posterior a la caída de Saddam Hussein en el punto culminante de la insurgencia, pero liberaban a cuanto reo podían. De pronto, los defensores se vieron superados y arrinconados por EI y por los prisioneros que se sumaban al ataque.
Un convoy de micros atravesó las puertas a toda velocidad, empujando los restos llameantes de los autos bomba. Otros miembros de la Organización llamaban a gritos a los presidiarios para que abordaran los vehículos y luego escapar. Los pocos guardias que seguían con vida no podían hacer nada más que observar cómo los micros desvencijados se ponían en marcha otra vez y huían hacia la noche entre cánticos de victoria, aclamaciones y disparos al aire. Ni el SOS desesperado a las bases aledañas para que los interceptaran sirvió de algo: guarniciones y helicópteros no estaban disponibles porque EI había despachado escuadrones de soldados para distraer con ataques relámpago y tenerlos ocupados. Si alguna de esas distracciones fallaba, habían montado falsos puestos de control en el perímetro para mantener los caminos despejados. Se habían tomado el trabajo de cortar toda comunicación del penal con el exterior antes de convertirlo en un infierno.
En el punto culminante de la guerra y de los años que siguieron, los muros contuvieron hasta 26 mil hombres y mujeres. Si se añade a quienes pisaron alguna vez Abu Ghraib, Camp Bucca, Cropper y Taji en esa época, suman más de cien mil. ¿Todos acusados de terrorismo? “El sólo hecho de ser un hombre en edad militar de ‘apariencia sospechosa’ y encontrarse en la zona próxima a un ataque bastaba para ponerlo detrás de los barrotes”, reconocieron Andrew Thompson, veterano de la Operación Libertad Iraquí, y Jereme Suri, profesor de la Universidad de Texas, en el editorial del New York Times del 1º de octubre de 2014. Esto, sumado a la escasa –por no decir ausente– planificación, a la falta de traductores árabes y a la niebla de guerra, confluyó en esa mezcla altamente volátil que se cocinó en los penales.
Entre julio de 2012 y julio de 2013, EI planificó y ejecutó siete fugas masivas. Esa noche, Abu Ghraib quedó casi vacía. En Taji, el ataque fue menos efectivo, aunque lograron liberar una parte importante de su población. El asalto a ambos penales coronó una campaña de ocupación de cárceles y rescate de prisioneros. Trascendió porque fue masivo y, sin duda, el más espectacular y ocurrió a las puertas de Bagdad sin que el gobierno ni las fuerzas armadas pudieran contenerlos. Absolutamente todo cuanto sucedió, había sido anunciado un año antes a viva voz por la Organización en su comunicado Rompiendo los muros, una constante en la historia de EI.
2020: el plan expansivo
Durante los dos años siguientes a la creación del Califato, entre junio de 2014 y septiembre de 2016, EI golpeó 143 veces en 29 países. Mató a 2.043 personas. Algunas veces lo hizo a través de sus operarios. Otras, influyendo en terceros. En unos pocos casos, permanece sin esclarecer quién ordenó y ejecutó el ataque. Estos números no incluyen los atentados cometidos dentro de Siria e Irak, donde acumuló el mayor número de víctimas.
The Clarion Project, ONG creada en 2006 que se presenta como “una plataforma de recursos para enfrentar el extremismo islamista a través de hechos”, sintetiza los objetivos de EI en dos ejes: plazos y prioridades. En el corto plazo, consolidar su dominio sobre las tierras del núcleo duro del Califato y anexar nuevas tierras en Siria y en Irak. En el mediano plazo, tomar el control total de ambos países y avanzar hacia los vecinos, entre ellos, Arabia Saudita y Jordania. En el largo plazo, conquistar el mundo.
En el manifiesto de autor anónimo El Califato revivido, EI esquematizó los objetivos y prioridades de una campaña por etapas. Para 2020, planeaba fijar sus fronteras en el Sinaí egipcio y las costas mediterráneas, la península arábiga y el golfo Pérsico. Pretendía barrer las fronteras, como lo hizo con la línea sirio-iraquí, y conquistar Jordania, el Líbano e Israel, entre 2015 y 2019, siguiendo un norte geopolítico claro: “Quien gobierne Jerusalén gobierna el mundo”. Desde allí, un año más tarde, proyectaba dominar Medio Oriente, el Magreb africano y gran parte de Europa.
A Jürgen Todenhöfer, periodista alemán que visitó las entrañas del Califato con un salvoconducto del propio líder de la Organización, Abu Bakr al-Baghdadi, se lo confirmó uno de los oficiales germanos de EI.
—¿También quieren avanzar sobre Europa algún día?
—No es cuestión de si lo haremos, sino de cuándo ocurrirá. Pero es seguro... Para nosotros, no existen las fronteras, sólo hay frentes de batalla.
De acuerdo con los estrategas del Califato, la puerta a Europa es el norte de Africa: “Desde Marruecos, se puede liberar Al-Andalus [la España musulmana], y los misiles disparados desde las costas tunecinas fácilmente alcanzarán a Roma”, se lee en otro de los textos atribuidos a EI, Estado Islámico. Así se desatará la Malhama (la batalla final del islam), y toda Europa será subyugada para 2020. Túnez es clave en esta estrategia.
Cuando se contrastan los golpes en el exterior con la evolución de la guerra en Siria e Irak, se observa una fuerte correlación entre la pérdida de territorio por parte del Estado Islámico y sus derrotas militares y los ataques en el ámbito internacional, en especial cuando se trata de atentados en Europa y en Estados Unidos, líderes de la coalición árabe-occidental.
Mientras pudo conquistar territorio en Siria e Irak, su principal meta fue la construcción del proto-Estado y su gobernabilidad. Una vez que empezó a perder el control –en particular, de los pasos seguros en la frontera–, las prioridades cambiaron. Su vocero Abu Muhhamad al-Adnani urgió a quienes respaldaban a EI en el mundo a que no intentaran alcanzar el Califato. De poco le servía a la causa que cayeran presos en un control fronterizo o, en el mejor de los casos, terminaran deportados y en las listas negras de los servicios de Inteligencia occidentales. En cambio, podían aprovechar el anonimato para atacar a las fuerzas occidentales donde se encontraran. Después de todo, el Enemigo Lejano, “Roma”, siempre estuvo presente en el relato de EI, sólo que no se le había dado prioridad militar hasta entonces.
Golpear a mansalva
Como sostienen los analistas en contraterrorismo del Institute for the Study of War (Instituto para el Estudio de la Guerra) en Washington Jessica Lewis McFate y Harleen Gambhir en un artículo publicado en el Wall Street Journal el 22 de febrero de 2015, “EI ya no es un problema regional”. Si en la periferia del Califato la Organización se involucró de modo más directo y con recursos propios –proveyendo hombres y entrenamiento a grupos locales para incrementar su letalidad–, en el resto del mundo dependió de una ofensiva a distancia. El objetivo no era conquistar esas tierras en el mediano plazo, sino cultivar el sentimiento de odio en las canteras yihadistas y volverlo contra sus comunidades. Estimular el efecto blowback.
Para llevar adelante su plan, el Califato reasignó una unidad especial bajo el mando de su número 2, el sirio Al Adnani. La Emni amplió sus facultades de contrainteligencia a brazo ejecutor detrás de las líneas enemigas. Obtuvo carta blanca para despachar –o redireccionar– seguidores hacia distintos lugares del mundo con la orden de elegir el momento, los objetivos y los métodos para el mayor número de ataques posibles en sucesivas oleadas letales. Tan sólo en Europa unos cuatrocientos combatientes habrían retornado a sus países con esta misión. O eso es lo que informaron servicios de Inteligencia de Europa e Irak unos días después del ataque en el aeropuerto y el subte de Bruselas, en marzo de 2016. Abdelhamid Abaaoud, supuesto cerebro del 13 de noviembre de 2015 parisino, muerto en un tiroteo con la policía en Saint Denis a los cinco días del asalto, habría formado parte de esta unidad internacional.
Cuánto es fidedigno en la información de fuentes anónimas y cuánto un mero intento de mantener el estado de terror en el que parecen moverse más a gusto los leviatanes occidentales es difícil saberlo. Nunca hubo información completa sobre las coordenadas de todas las fuerzas de EI, porque nunca se identificó por completo a los miles de combatientes que se enrolaron en sus filas, muchos de ellos extranjeros. Además, un importante porcentaje de los ataques fueron atribuidos a los llamados “lobos solitarios”, hombres y mujeres que no actúan bajo orden directa del Califato –o de cualquier organización–, sino por cuenta propia, inspirados por sus ideas y con resultados, a menudo, tan letales como los comandos más preparados. A muchos de ellos EI los reconoció como soldados propios, pero eso no los hace parte de EI per se.
La mayoría de los ataques cometidos en Europa y en Estados Unidos durante 2014 y 2015 fueron ejecutados por este tipo de atacantes independientes, a diferencia de los concretados en la periferia del Califato –Norte de Africa, Turquía y Medio Oriente–, donde primaron los ataques orquestados por terceras organizaciones en nombre de EI. Muchos gobiernos han amenazado a sus ciudadanos con revocarles la nacionalidad si les descubren cualquier tipo de vínculo con organizaciones foráneas catalogadas como terroristas.
Desde 2001, la cooperación de Inteligencia entre Europa y Estados Unidos se incrementó tanto en materia de intercambio de información financiera como de listados de sospechosos a través de agencias gemelas a uno y otro lado del Atlántico. Pero también crecieron las sospechas, con espionaje cruzado entre supuestos aliados, como reveló Edward Snowden al destapar el programa Prisma de la Agencia de Seguridad Nacional. En el fondo, Washington nunca se fió completamente de la capacidad de sus socios europeos para captar el peligro interno. Y en más de una oportunidad, el sistema probó ser falible, repleto de agujeros.
El caso del nigeriano Umar Farouk Abdulmurallab con sus “calzoncillos-bomba” en diciembre de 2009 es sintomático de las fallas de Inteligencia pos-11-S. Adoctrinado en Yemen por Al Qaeda, se embarcó en un periplo de casi veinte días por Gana, Nigeria y Holanda antes de embarcarse desde Amsterdam con visado estadounidense rumbo a Detroit. Fue descubierto y detenido por los pasajeros en pleno vuelo, cuando sus pantalones empezaron a humear.
—Si bien EI representa una amenaza inmediata para los ciudadanos estadounidenses en Irak y para nuestros intereses en Medio Oriente, también sabemos que miles de combatientes extranjeros, incluidos europeos y más de cien estadounidenses, han viajado a Siria –informó el 16 de septiembre de 2014 la cabeza del Pentágono Chuck Hagel ante los miembros del Comité de Defensa del Senado–. Con pasaportes que les permiten una relativa libertad de movimiento, estos combatientes pueden aprovechar los recursos de EI para planear, coordinar y ejecutar ataques contra Estados Unidos y Europa.
Las imágenes de miles y miles de sirios atravesando las fronteras de Europa a pie, amontonándose en rústicas embarcaciones para cruzar el Mediterráneo, en un desesperado intento por salvar sus vidas, desató la paranoia. Y una ola de xenofobia alarmante. No tardaron en circular versiones respecto a infiltrados de EI entre los refugiados.
“La evolución de combatiente extranjero a terrorista no es lineal ni es inevitable, y la mayor parte de los que vuelven de Siria posiblemente no representen ningún peligro. Pero subsiste la duda respecto a cómo distinguir los que sí de los que no. Puede que algunos de los combatientes extranjeros no regresen como terroristas a sus respectivos países, pero todos ellos habrán sido expuestos a un ambiente de radicalización sostenida y violencia con consecuencias desconocidas pero preocupantes” –afirmó Richard Barrett, de The Soufan Group–.
Todenhöfer, el periodista alemán que visitó el Califato y convivió con sus soldados, planteó otra perspectiva para el mismo fenómeno: los que vuelven –al menos, una gran parte de ellos– son los que escapan del Califato, por las razones que fueren. Por ende, no son el peligro real. La amenaza reside en los que no pudieron embarcarse hacia el Califato, esos a quienes EI habla por medio de las redes sociales, de sus publicaciones digitales, y trata de convencer de ejercer la Yihad en su propia tierra. Ellos son el verdadero peligro porque todavía gozan de voluntad.