DOMINGO
LIBRO

China y su guerra al virus

El desarrollo científico ayuda a combatir la epidemia.

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Shanghai. El poderío de una ciudad global que impacta al mundo. Las nuevas tecnologías aplicadas para combatir el coronavirus y el desarrollo de “telecirugías” a través de la tecnología 5G, en la que el país es pionero. | cedoc

China ha atravesado uno de los procesos de industrialización y urbanización más intensos y acelerados de la historia y consiguió en treinta años lo que a Inglaterra y a los Estados Unidos les tomó doscientos. En 1950, solo un 13% de la población china era urbana. En 2020 ya lo será el 60%, y el 75% en 2030. Las ciudades con más de un millón de habitantes, que eran 15 en 1980, ya son más de 120. La reducción de la pobreza más intensa que ha conocido la humanidad también puede verse en la experiencia china: más de 850 millones de personas han salido de ella en los últimos 40 años. Con ello, según el Banco Mundial, el porcentaje de población en condiciones de pobreza en ese país ha caído desde el 88% en 1981 a menos del 1% en la actualidad.

China es ya el primer exportador de bienes, la principal potencia manufacturera, el principal acreedor de los Estados Unidos y, medido en paridad de poder adquisitivo (PPP, por sus iniciales en inglés), la economía con el mayor PIB del mundo. Esto se ha conseguido en apenas cuatro décadas y en el país más poblado del mundo. Por ahora, sus empresas están a la cabeza de las redes 5G, clave en la difusión de las nuevas tecnologías. La contraparte de estos impresionantes logros es un salto violento en la concentración del ingreso (desde un coeficiente de Gini de 0,3 en 1980 a valores cercanos a 0,5 en la actualidad) y un drástico costo ambiental, que afecta seriamente la calidad del aire, del agua y de la tierra cultivable. Se estima que el costo ambiental de este intenso proceso de crecimiento ascendería al 10% del PIB de 2009.

El impresionante avance de China en las más diversas áreas económicas globales viene ocurriendo a expensas del deterioro relativo de los Estados Unidos y particularmente de Europa. Ello se traduce en un conflicto de hegemonías: los Estados Unidos intentan mantener su liderazgo económico y político, mientras China los desafía cada vez y busca ocupar ese lugar. En la cultura china se habla del “sueño chino” como la reconquista del lugar central que el país tuvo en la civilización y economía mundiales hasta el siglo XV. La interacción y la convivencia entre la potencia actual y la emergente serán los principales temas de la economía política y la geopolítica del siglo XXI.

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A eso aluden las autoridades chinas cuando recuerdan, en este contexto geopolítico, la llamada “trampa de Tucídides”; es decir, el conflicto de hegemonías que se ha dado a lo largo de la historia entre potencias emergentes y potencias desafiantes, conflictos que, en la mayoría de los casos, han culminado en guerras. (...)

El peso mundial de China en ciencia y tecnología

La prensa internacional recoge cotidianamente numerosas noticias sobre avances chinos en materia de ciencia y tecnología. Frente a esa acumulación de novedades, hay voces que argumentan que se trataría de avances solo parciales o exagerados. Lo menos que puede decirse es que el listado de logros parece impresionante y da buena cuenta del ritmo acelerado con que las nuevas tecnologías se están impulsando en China.

Algunos datos provocativos:

+ En China, cada año se gradúan cinco veces más estudiantes TEM115 (es la sigla en inglés que engloba carreras de Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas) que en los Estados Unidos.

En 2015, el gasto chino en investigación, desarrollo e innovación (I+D+I) superó al de la Unión Europea. El gasto de China en investigación y desarrollo (I+D) representa el 21% del gasto mundial respectivo. El dato, de por sí ilustrativo, es además relevante porque esa participación excede a la de China en el PIB mundial.

El gasto chino en I+D en 2015 sumó 409 mil millones de dólares, en tanto el norteamericano alcanzó los 497 mil millones. La tendencia indica que en seis u ocho años el gasto chino sobrepasará al estadounidense.

En 2018, China superó a los Estados Unidos en publicaciones científicas. Esa tendencia ya viene desde 2016, momento en que los investigadores chinos fueron responsables del 18,6% de las publicaciones científicas globales (NSF, 2018: 0-19).

Desde hace cinco años, China es el país que registra mayor cantidad de patentes.

Cada año, en China se gradúan 30 mil doctores en materias científicas y técnicas.

Hace 15 años, las empresas extranjeras tenían doscientos centros de I+D+I en China. En 2018 eran alrededor de 1.800.

Hace diez años, China explicaba el 1% de las transacciones globales de e-commerce. Hoy es responsable del 42% y procesa 11 veces más pagos móviles que en los Estados Unidos.

China aporta el 34% de los unicornios globales y el 43% de su valor.

 

Peso de China en las ciencias mundiales

En 2017, el gasto chino en I+D representó el 2,15% del PIB, inferior aún al 2,7% del PIB de los Estados Unidos, pero superior al promedio mundial (1,8% del PIB) y bien cercano al de la OCDE (2,4% del PIB) (NSF, 2018: 0-19).

El crecimiento del gasto chino en I+D ha sido vertiginoso, desde un 0,6% del PIB en 1996 a un 1,7% en 2009 y más de 2% desde 2015. Las estimaciones indican que China alcanzaría el promedio de gasto en I+D de la OCDE en 2019 (NSF, 2018: 0-19). La mitad de ese gasto chino proviene de 136 mil empresas tecnológicas. El número de centros de I+D en China crece con rapidez, incluyendo centros extranjeros. Eran solo 24 en 1997 y en 2018 se estimaron en 1.750 (NSF, 2018: 0-19).

China cuenta con el mayor número de trabajadores relacionados con la ciencia: 6.210.000 investigadores en 2017, cifra que, sin embargo, aún deja al país debajo de otras naciones en términos de densidad de fuerza laboral científica.

Desde 2008 y hasta octubre de 2018, los científicos chinos publicaron más de 2.270.000 documentos internacionales, lo que los colocó en el segundo lugar mundial. Las publicaciones de las universidades norteamericanas de Harvard y Stanford siguen siendo las que generan mayor número de citas bibliográficas, salvo en ciencias de los materiales e ingenierías, ámbitos en el que las publicaciones chinas son las más citadas.

No obstante, el impacto y la calidad de los documentos científicos de China no son de primera línea, y las publicaciones científicas chinas en la última década recibieron un promedio de diez citas per cápita, clasificando a China por este concepto en el lugar 16º de las 22 naciones que habían publicado más de 200 mil documentos durante el mismo período, de acuerdo con los datos de 2018.

En ese año, los científicos chinos ocuparon el segundo lugar, detrás de los Estados Unidos, en dos campos nuevos para ellos: la ciencia de la tierra y la ciencia de plantas y animales. En total, el país ocupa el segundo lugar mundial en diez campos científicos, entre ellos, ciencia agrícola, química, informática, ingeniería, ciencias ambientales, matemáticas, física y productos farmacéuticos.

La cantidad de fondos para I+D asignados a la investigación básica sigue estando en China muy por detrás de lo que invierten los países desarrollados. Solo el 5% de los fondos de I+D se asigna a ciencias básicas, comparado con el 17% en los Estados Unidos (NSF, 2018). La contraparte de ello es el gasto destinado a desarrollos experimentales: 84% en el caso chino y 64% en el norteamericano.

La tendencia mundial es que el grueso de la investigación en I+D sea financiado por la industria (62% en los Estados Unidos, 66% en Alemania, 75% en China). La fracción de I+D que en los Estados Unidos realiza la propia industria es muy elevada (70%). Este dato es importante, pues parte relevante de esta investigación no queda reflejada en papers; esto indicaría que la productividad del gasto norteamericano en I+D puede estar subestimada.

Además, el número de colaboraciones internacionales y de personal extranjero en China, tanto en la investigación como en las industrias de alta tecnología, es notablemente más bajo que en otras potencias tecnológicas, como los Estados Unidos.

 

Aumento del gasto en investigación y desarrollo

De acuerdo con el informe PxC’s Strategy, de la consultora Price Waterhouse Coopers, durante 2017 el gasto en I+D de las mil compañías globales más innovadoras creció 11%, en tanto el gasto similar de las compañías chinas creció 34%. De las mil compañías consideradas, 145 son chinas. El informe registra, además, el crecimiento de la presencia de empresas chinas entre las “innovadoras de alto apalancamiento”, es decir, aquellas que obtienen mejor resultado en ventas por cada unidad gastada en I+D. En 2007, las compañías chinas representaron solo el 3% del total mundial, cifra que subió al 17% en 2017. De acuerdo con el Buró Nacional de Estadísticas de China, en 2018 la producción en industrias de alta tecnología y en industrias estratégicas emergentes había crecido en 12% y 9%, respectivamente.

 

Economías innovadoras

El informe Global Innovation Index 2018, preparado por la World Intellectual Property Organization (WIPO), Insead y la Universidad de Cornell, destaca el avance espectacular de China en los años recientes.

Como una de las 25 economías más innovadoras desde 2016, no ha dejado de ascender en el ranking, y se ubicó en el número 17º en 2018. En términos absolutos, es la primera o segunda economía en número de investigadores, patentes y publicaciones (Dutta, 2018: xxxiii). La dinámica de esta evolución es bastante intensa, pues, por ejemplo, mientras entre 2008 y 2016 el gasto en I+D creció 12% en los Estados Unidos, 14% en el Reino Unido, 23% en Alemania y 73% en Corea del Sur, en China se incrementó en 176%.

Una revisión de la prensa internacional durante 2018 muestra logros relevantes en la red digital de banda ancha, en las redes 5G, en vehículos eléctricos, teléfonos inteligentes, reconocimiento facial, industria espacial, start-ups, inteligencia artificial, realidad virtual, ciudades inteligentes, telecirugías, unicornios globales, innovación ecológica, tecnologías blockchain y trenes de alta velocidad.

 

Made in China 2025

La propuesta Made in China 2025 puede considerarse una estación intermedia en dirección al objetivo del “sueño chino” que se alcanzaría en 2050, lo que exige dar un salto en innovación y aplicarla en las nuevas manufacturas y servicios. Eso es exactamente lo que pretende esta iniciativa, para lo que define metas precisas que deberían alcanzarse durante el próximo cuarto de siglo.

El plan busca enfrentar la desaceleración en la productividad y en la tasa de crecimiento económico, así como la caída en la tasa de expansión de la fuerza de trabajo –por el efecto de la política de un solo hijo en la transición demográfica– y el incremento en el costo de la mano de obra ante la competencia de otras economías asiáticas de menores ingresos, como Vietnam e Indonesia.

La apuesta se dirige a diez sectores:

1. Nuevas tecnologías avanzadas de información.

2. Robótica y máquinas automatizadas.

3. Aeroespacio y equipamiento aeronáutico.

4. Equipamiento marítimo y barcos de tecnología avanzada.

5. Moderno equipamiento ferroviario.

6. Vehículos con nuevas energías y su equipamiento.

7. Equipos de energía, eficiencia energética.

8. Equipos agrícolas.

9. Nuevos materiales.

10. Biofarma y productos médicos avanzados.

En cada uno de estos sectores se trabajará en cinco áreas:

Formar centros de innovación de calidad mundial.

Promover la fabricación inteligente.

Fortalecer la infraestructura industrial compatible con las nuevas tecnologías.

Generar empresas de fabricación sustentable.

Producir equipos de alta gama.

A fines de 2018, en China existían 168 zonas de alta tecnología. En 2017, esas zonas ya albergaban 52 mil empresas, las que generaban un 11,5% del PIB y el 20% de las exportaciones nacionales.

Los objetivos se han definido con bastante precisión para los próximos años. Para 2020, se trata de elevar la capacidad industrial, aplicando nuevas tecnologías, la construcción de parques de innovación científica y la atracción de investigadores de primer nivel.

Para 2025, la meta es ir reduciendo la dependencia de la tecnología extranjera. Los objetivos más precisos apuntan a desarrollar empresas líderes competitivas en el ámbito internacional, mejorar los estándares técnicos, de equipamiento y de calidad a niveles internacionales, crear una cadena de suministro industrial a largo plazo y una producción en masa perfecta. Para ello, es clave incentivar el registro de patentes, avances en propiedad intelectual y establecer plataformas de ingeniería y centros de innovación colaborativa para ciencia y tecnología. (...)

Para 2030, se espera que China ya contribuya con grandes aportes a la comunidad científica mundial, en particular con el objetivo de convertirse en el principal centro mundial de innovación de inteligencia artificial, seguridad del ciberespacio nacional, motores de aviones y turbinas de combustión, computación cuántica y comunicación cuántica, fabricación avanzada, producción de energía limpia y eficiente, tecnologías ecológicas y medioambientales, avances agrícolas, biología y salud, gestión de recursos en el espacio y el océano y exploración de la tierra profunda.

De cumplirse estas metas, se esperaría que en 2050 China ya estuviese en condiciones de disputar seriamente el liderazgo mundial en innovación y ciencia y tecnología.

El plan Made in China 2025 otorga un rol central a las ciudades como polos de innovación, y propone especializarlas en ámbitos del conocimiento y articular clusters productivos y tecnológicos en torno a ellas. Así, por ejemplo, Hangzhu se va convirtiendo en sede del e-commerce; Nanging, en la sede de start-ups chinas de autos eléctricos y Shenzhen en la futura Silicon Valley del hardware.

Es evidente que el solo listado de estos objetivos ha planteado una singular inquietud en los círculos empresariales y políticos estadounidenses, toda vez que a ellos China agrega importantes recursos y una planificación estratégica que ha ido dando resultados. Dicho de otra forma, no es para nada evidente que los Estados Unidos consigan mantener su hegemonía tecnológica en los próximos veinte años y, si bien tampoco lo es que China logre constituirse en líder tecnológico indiscutido, puede asegurarse que la pugna será intensa y de varios años, quizá décadas, pues las fuerzas se ven bastante parejas.

El desafío es considerable, tanto porque la brecha de China con los países más adelantados en términos tecnológicos también es considerable, como por el hecho de que la base industrial que es necesario cubrir resulta demasiado extensa. Solo el 60% de las empresas chinas utilizan software de automatización industrial, y, mientras Alemania tiene 309 robots industriales por cada 10 mil trabajadores de la industria, China tiene solo 68, ocupando el lugar 22º en este ranking mundial (NSF, 2018). El plan supone elevar el porcentaje de componentes locales en el uso de las principales tecnologías desde el 40% en 2020 a un 70% en 2025.

La economía digital se está convirtiendo en un boom de actividad en China. Las nuevas tecnologías están reformulando el modo de hacer negocios y al mismo tiempo transformándose en un nuevo motor de crecimiento. El gobierno ha puesto estos temas en el centro de la agenda. En julio de 2017, el Consejo de Estado estableció un plan para hacer de la industria de inteligencia artificial un nuevo motor de la economía china en 2020 y para establecer en 2030 un centro tecnológico que dé cuenta del liderazgo global de China en este rubro.

La economía digital está dinamizando el e-commerce. China es hoy el principal mercado de comercio electrónico y representa el 40% de las transacciones mundiales en este rubro. Estimaciones oficiales ubican el peso de la economía digital en torno a 17% del PIB, cifra que parece algo exagerada, pero que da cuenta del alto dinamismo del sector. En la China de hoy, el grueso de las transacciones cotidianas en bienes y servicios se cancela con el celular y ello incluye establecimientos de todos los tamaños. De esta forma, la digitalización de los pagos se ha transformado en un factor de modernización productiva y de la gestión empresarial.

Parte del debate se centra en la calidad del esfuerzo en ciencia y tecnología y, por tanto, en su efectiva rentabilidad. Desde Occidente se menciona que buena parte de los fondos se orienta a las grandes empresas estatales, en busca de generar “campeones nacionales”, en circunstancias en que el ecosistema de tales empresas tiende a ser poco ágil, burocrático y contrario al riesgo y a la innovación. Por la gran expansión de empresas de tamaño mediano y pequeño en los últimos años en China, si la política de innovación las incorporase de un modo más sustantivo, allí estos fondos podrían facilitar un mayor salto en innovación y aplicación de nuevas tecnologías.

Hay aquí una serie de temas claves que están detrás de la confrontación comercial entre los Estados Unidos y China, y que en particular fueron visibles en 2018. El primero es que, si China llega a cumplir en cierta medida sus objetivos tecnológicos en los próximos 20 años, estaría cuestionando severamente el sentido común implícito en Occidente, que indica que solo las sociedades libres y abiertas estarían capacitadas para innovar y avanzar con saltos en tecnología (Friedman, 2018).

El segundo es que muchas veces las nuevas tecnologías pueden tener tanto usos civiles como militares. De hecho, las tecnologías de redes sociales también se utilizan en el control de la opinión pública, para monitorear multitudes y eventos públicos o para mejorar la logística militar. De un modo más general, los avances en la llamada internet de las cosas, en big data, inteligencia artificial y robotización sirven tanto para mejorar la calidad de las políticas públicas como la eficacia de las fuerzas armadas. Esto ha abierto el campo para limitar la presencia de la inversión china en nuevas tecnologías en los Estados Unidos, con el argumento de que tales inversiones podrían ayudar a mejorar la eficacia del ejército chino.

En tercer lugar, se cuestiona el estrecho vínculo de los gigantes tecnológicos chinos con los institutos gubernamentales, suponiendo que detrás de ello actúan generosos subsidios que estarían distorsionando la competencia internacional. Este punto es bien cuestionable, pues la experiencia internacional muestra que, en la gran mayoría de las tecnologías disruptivas, el rol del Estado y la presencia de variados subsidios ha sido la norma.

El conflicto se centra, entonces, en la carrera de las nuevas tecnologías, ámbitos donde los Estados Unidos buscan preservar su hegemonía y retardar el cierre de la brecha tecnológica con China. Así, lo que está en marcha no es una mera guerra comercial ni una discusión por la magnitud del déficit comercial. Se trata de una lucha por definir las reglas del juego de la nueva economía global del siglo XXI, en la que los Estados Unidos han sido precisos en torno a mantener su liderazgo en semiconductores, robótica, computación en la nube, vehículos eléctricos y biotecnología (Friedman, 2018).

 

☛ Título: El sueño chino

☛ Autor: Osvaldo Rosales

☛ Editorial: Siglo XXI

 

Datos sobre el autor

Economista chileno, fue director general de Relaciones Económicas Internacionales de la Cancillería de su país.

Negoció los acuerdos de libre comercio de Chile con la UE, Estados Unidos, Corea del Sur y la Asociación Europea de Libre Comercio, e inició las conversaciones para un tratado con China.

Sus numerosos viajes a China lo han vinculado estrechamente con la comunidad académica que allí estudia a América Latina.