DOMINGO
Feminismo

Desandar caminos

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| Cedoc

Este trabajo surgió de una cuestión que me rondaba en la cabeza a partir de una escucha coincidente: la de cuatro mujeres que en los últimos dos años dijeron: “Yo me hice feminista en el exilio”. Ellas, Dora Barrancos, Susana Gamba, Susana Sanz y Tununa Mercado, hicieron referencia en distintos ámbitos públicos a ese recorte de sus pasados.

¿Por qué? ¿Por qué, me pregunté, en plena cuarta ola feminista, marea verde, apertura hacia las diversidades y debate sobre el aborto, estas mujeres que estuvieron exiliadas hace cuarenta años, que siguieron o no con sus militancias, pero ya con perspectiva de género, por qué lo cuentan recién ahora? Por eso, porque ahora hablan, es que este libro les cede la palabra. No pretende ser esta una justificación formal. Las intervenciones y reflexiones propias están reducidas a la mínima expresión, y tampoco intentan conformar una guía de lectura. (…) Es importante “escuchar” esas voces que tienen mucho que contar. 

La segunda pregunta que me surgió fue: ¿por qué esas mujeres, que venían del peronismo o de la izquierda, no se hicieron feministas antes en la Argentina, teniendo en cuenta que en las primeras décadas del siglo XX hubo varias y notables agrupaciones que, no sin conflicto y con interrupciones, golpes militares mediante, lucharon por los derechos civiles de la mujer? Hay probado consenso sobre la resistencia de las organizaciones armadas y las militancias de izquierda a incluir los derechos de las mujeres cuando cierto juicio de diletancia burguesa extranjerizante se arrojó “tácito o explícito” sobre el feminismo, como excusa para ocultar una matriz machista en aquellos que querían cambiar el mundo pero sin cuestionar el “problemita” del patriarcado. El peronismo en general y las organizaciones armadas en los 70 en particular, salvo excepciones, han sido pronatalistas (“hijos para la Revolución”), en algunos casos esgrimiendo argumentos antiimperialistas. Por esta razón, una de las principales reivindicaciones del movimiento de mujeres, el aborto, ha sido postergada en aquella década y después también, siempre a instancias de la Iglesia, como lo ha demostrado el resultado de la votación de su despenalización en la Cámara de Senadores en agosto de 2018, con resultado negativo.

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Algo es claro: enunciarlo así, “yo me hice feminista en el exilio”, contiene, aunque elíptica, una paráfrasis de la famosa frase que desnaturaliza la condición de mujer de Simone de Beauvoir y deviene en “feminista se hace, no se nace”. El no lugar, “el exilio”, además elide un tiempo (la última dictadura militar en la Argentina, que se prolongó entre 1976 y 1983) y un espacio: un otro país (o países) donde el feminismo, en ese tiempo elidido también, sin embargo fue posible. (…)

Los testimonios recogidos en este trabajo suelen ser coincidentes: existe la idea de que, antes de partir al exilio, había un protofeminismo que anidaba de maneras menos visibles, vinculadas con la empatía hacia otras mujeres, con la militancia o el trabajo y con cierta herencia familiar. (…)

Leer feminismo en el exilio y vincularse con mujeres que ya desandaron el camino desde la subjetividad naturalizada hacia la intelectualidad adquirida es otra manera de resignificar dos mantras: el beauvoireano “hacerse feminista” y el revelador “lo personal es político”. Hizo falta tomar distancia, salir de una patria desintegrada (y, en algunos casos, alejarse de la lengua materna) para cuestionar los valores recibidos.

El país de destino configura una nueva “matria”, donde las hermanas (sororas) se conectan entre sí. Se invierte el dicho popular “padre hay uno solo”; las madres, en el exilio, proliferan. La adquisición del saber sigue siendo jerárquica pero la diferencia lo es todo: esas otras mujeres ya se hicieron feministas porque tuvieron el conocimiento a disposición en países en los que las botas no pisaban todas las cabezas con impunidad.

El feminismo deviene un nuevo territorio interconectado a través de los libros y de los encuentros y conferencias internacionales: virtual y presencial.

En términos de Freud (1919), el exilio forzoso que implica la pérdida de un espacio conocido pero hostil (lo familiar que se vuelve siniestro), tierra desmembrada, se reconvierte gracias a las herramientas provistas por el feminismo. Según las categorizaciones de Deleuze y Guattari, las mujeres exiliadas que se vuelcan al feminismo (no todas lo hicieron ni todas lo cuentan), logran reterritorializarse y hacer rizoma entre ellas y con mujeres de otras comunidades. Descubren que había algo que ellas intuían desde lo subjetivo “o actuaban dentro de límites muy estrechos” y que en ese afuera se materializa, se conceptualiza, se convierte en una nueva verdad.

Con la vuelta a la “patria”, esa utópica “matria” se complejiza, se profundiza, pero también se desintegra, se atomiza. Volver significa juntar pedazos y despedazarse, unirse y separarse. Entrar en contradicción: desterritorializarse en el propio territorio. El aborto puede pensarse en términos de deseo. Y el Ni Una Menos obra en ellas otros sentidos, diferentes, donde los femicidios actuales remiten a otros, antiguos aunque recientes en términos históricos, en los que tampoco la palabra “femicidio”, como querer, como género, existía. El “vivas nos queremos” se resignifica en esta vuelta al y del exilio, desde la reflexión, hoy.

*Autora de Yo me hice feminista en el exilio, editorial Indielibros (fragmento).