La violencia ha acompañado al hombre desde el principio de los tiempos. Parece formar parte de sus más primitivos instintos, y ser una amiga fiel que sale de su somnolencia, cada vez que algún evento imprevisto adereza los humores del lado oscuro de ese ser que llamamos humano.
De considerar la mítica creación relatada en la Biblia, un arrebato de furia del iniciador haría que Adán y Eva fueran expulsados del paraíso y que por lo tanto perdieran su condición de perfección, que sufrieran el dolor de la carne, que murieran y que se gestara el primer fratricidio de la humanidad, el primer acto de violencia del género humano. Pero, de entrada, dejemos de lado estas cuestiones ligadas más a una visión cosmológica o religiosa que a una posición antropológica o científica, según los aportes que pueden brindarnos hoy día la historia y la arqueología. Las evidencias hasta hoy reunidas muestran que el hombre, desde sus inicios, ha vivido tiempos calamitosos que no dejan de sorprender a quienes se cuestionan sobre la capacidad de gestión del impulso natural y el momentáneo abandono que sufre el sentido común en situaciones apremiantes, de extrema euforia, histeria o peligro. Emprenderemos, pues, un viaje de pocas ficciones y de mucho horror al pasado y presente de la humanidad, embutido de eventos trágicos en los que, como hemos de suponer, primaron la ceguera y la fuerza, en lugar de la sensatez. Insistimos: el sentido común parece ser arrebatado, en momentos cruciales, por las fuerzas del mal, de manera tal que el hombre queda desposeído de ese ingrediente que lo mantiene atado a los valores más elementales para convertirse en presa de sus propios impulsos primitivos, que lo llevan a exteriorizar sus instintos de fiera indomable y violenta. (…)
A este punto cabe preguntarse qué es la violencia. ¿Cómo definir un hecho detestable desde muchos puntos de vista que parece aún enmarcar la condición humana? El término se aplica a las acciones de personas y grupos con un carácter desmedidamente pasional, impetuoso o colérico, que se dejan llevar fácilmente por la ira. El origen de la palabra violencia lo encontramos en el latín. El vocablo vis hace referencia a la fuerza. Para el autor Jean-Claude Chesnais, violencia se refiere a la noción de restricción, “del uso de la superioridad física sobre el otro”. El autor observa que, visto así, el término parece neutro, pero que una mirada más profunda nos lleva especialmente a entender que los fines de la violencia están íntimamente ligados a un conflicto de autoridad, a la lucha por el poder y, en consecuencia, ella es aprobada o denunciada, lícita o ilícita, según normas sociales que no están claramente definidas, pero no hay términos medios, aunque haya violencias toleradas y otras aborrecidas, según la arista desde la que se las mire. Pensemos en la violencia criminal, que siempre ha sido intolerable en cuanto a que expone los valores morales fundamentales establecidos y deja a las víctimas desposeídas de todo cuanto les es esencial en su dignidad humana.
Una premisa que cobra fuerza en estos días, y con mucha razón, es que la violencia no conoce edad, género, condición social, origen, nacionalidad simplemente es violencia venga de donde venga. La Unesco ha repetido de manera insistente en el Manifiesto de Sevilla que la violencia no es “innata”, sino que se aprende a lo largo de nuestra vida.
Dicho manifiesto ha permitido avanzar en la concepción de la violencia al considerarla un ejercicio de poder, ya que refuta el determinismo biológico que trata de justificar la guerra y de legitimar cualquier tipo de discriminación basada en el sexo, la raza o la clase social. La violencia es, por consiguiente, evitable y debe ser combatida en sus causas sociales (económicas, políticas y culturales).
Por ende, es incorrecto afirmar que el ser humano habría heredado de sus ancestros los animales la propensión a hacer la guerra, ya que es un fenómeno específicamente humano, producto de la cultura. De igual forma, no se puede pretender que haya sido heredado genéticamente, pues la personalidad está determinada por el entorno social y ecológico (…).
Jean-Claude Chesnais señala que la violencia, en el sentido más estricto de la palabra, se refiere a la violencia física, pues es la única que se puede cuantificar y medir. Está definida por el uso material de la fuerza e implica rudeza voluntaria y muchas veces crueldad por parte del agresor, siempre en detrimento del otro. Las más de las veces esta violencia física se ve acompañada de violencia verbal. Sea como fuere, la violencia física pone en riesgo la integridad de la víctima, su vida, su salud, su libertad, su integridad corporal. El extremo, fácil de entender, se alcanza cuando el victimario siega la vida, bajo el pretexto que fuera, de la víctima, en muchos casos tras haberle infligido múltiples heridas.
*Autor de Barbarie, editorial El Ateneo.