DOMINGO
Radiografa del nuevo ministro de Economa

El gurú de Cristina

En El creyente, el periodista Ezequiel Burgo realiza un apasionante perfil sobre Axel Kicillof, que esta semana fue designado ministro de Economía, el primero con espalda y juego propio desde Roberto Lavagna, y que no convivirá en su gestión con el difícil protagonismo de Guillermo Moreno. “Kicillof es una persona que nunca se apartó de una trayectoria que lo llevó al lugar donde quiso: ser un líder y tener poder”, define Burgos.

Aspiración. “El sueño de Kicillof es dirigir la economía argentina, planificarla, moldearla a su gusto. Pareciera que es su oportunidad”.
| AP

Kicillof era militante del Frente Independiente de la UBA, un bloque de agrupaciones de cinco facultades que cuestionaba a Franja Morada y al resto de las organizaciones vinculadas con partidos políticos tradicionales. Non Bis in Idem de Derecho, Salven los Muebles de Ciencias Exactas, La Mariátegui de Filosofía, la Punta del Iceberg de Psicología y TNT por Ciencias Económicas. Kicillof era uno de los fundadores de TNT (...)
Los militantes de TNT se definían progresistas y más de la mitad había pasado por el Colegio Nacional de Buenos Aires o el Carlos Pellegrini. Pero también es verdad que en sus filas había estudiantes de derecha, de izquierda, nacionalistas, liberales, egresados de colegios públicos y hasta de privados de zona norte. En TNT había margen para que Kicillof fuera asesor del subsecretario de la Secretaría de Desarrollo Social, Jorge Milton Capitanich (...)

Un dato llamativo de Kicillof fue que dejó la política de lado teniendo una puerta abierta para continuar junto a Jorge Capitanich. Un docente auxiliar de un curso de macroeconomía superior había contactado a Kicillof para ofrecerle el trabajo. El dirigente político, que ya tenía como objetivo convertirse en el gobernador de Chaco, convenció a Kicillof de mudarse a Formosa con su esposa para trabajar en el Banco de Formosa. Pero a los seis meses retornaron a Buenos Aires. Y el economista le dijo a Capitanich que dejaba de acompañarlo para volcarse de lleno al doctorado. Fue entonces cuando Kicillof se convirtió en ayudante docente de quien sería su mentor en la economía, Pablo Levín, un profesor de Historia del Pensamiento Económico y de Economía Marxista que daba clases en la UBA.
¿Alguien se preguntó por qué Axel Kicillof? ¿Por qué él y no otro? ¿Entre cuántos economistas elige un presidente para decir “vos vas a ser uno de mis asesores de confianza”? ¿Qué condiciones deben cumplirse?
Exploremos por un instante qué sucedió con el caso de Kicillof. Pero antes una aclaración. Y es que Kicillof llegó adonde está porque luchó y peleó. Fue su ambición la que lo impulsó: por sus venas corre el ADN del emprendimiento. Lo fue TNT. Y también la historia de su abuelo Miguel. El sueño de Kicillof es dirigir la economía argentina, planificarla, moldearla a su gusto. Pareciera que ésta es su oportunidad.

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¿Por qué Cristina Kirchner decidió que él era el indicado? ¿Cómo llegó hasta ahí?
Para encontrar la respuesta a estas preguntas (o por lo menos a alguna de ellas) vale ensayar dos hipótesis. Una es brindada por un ex funcionario del gobierno, una persona que entabló una relación excelente con Néstor Kirchner hasta el día que murió. Esta persona sostiene que la Presidenta llegó a Kicillof por dos razones. Primero, es el economista que mejor interpreta las soluciones para la etapa actual del mandato. Segundo, es la persona del gabinete que mejor entiende la psicología de Cristina.
La segunda hipótesis de por qué Kicillof ganó la confianza de Cristina Kirchner es que simplemente la deslumbró. El a ella. Era una noche de diciembre de 2011 en la que amigos del Colegio Nacional de Buenos Aires se habían juntado. No se escuchaba hablar de trabajo. Pero Kicillof, ya entonces secretario de Política Económica y Planificación, dijo sin alardes: “A Cristina la tengo hipnotizada”.
Una persona que conoce a Kicillof, que fue compañero durante años en TNT y compartió horas de militancia a su lado, sugiere otro punto de vista. “Axel se ve como un economista académico de prestigio, llamado por la Presidenta para solucionarle temas”. ¿Ella lo necesitó? ¿El la deslumbró? ¿Cuándo fue que Kicillof comenzó a conducir el día a día de la agenda económica de la Presidenta? (…)

¿En qué está pensando Kicillof cuando la Presidenta asume unas semanas más tarde? ¿Qué piensa sobre la coyuntura del país? ¿Qué cree necesario hacer en materia de política económica?
Kicillof vislumbró desde el primer momento el enfriamiento de la economía. En febrero de 2012, el Indec publicó lo que el entonces secretario y la mayoría de los economistas sabían antes de fin de 2011: la economía había pasado de crecer 9,1% en octubre a 5,6% en diciembre.
El economista no coincide con la revisión de los subsidios anunciada desde el Ministerio de Planificación. Para Kicillof, las consecuencias de un aumento generalizado de las tarifas sobre la desaceleración de la actividad económica pueden ser todavía más graves. Por lo tanto, fija como objetivo blindar el frente macroeconómico.
Desde la estrategia del Banco Central hasta las de las empresas grandes deben coordinarse. El economista se siente y se comporta como el guardián de la macroeconomía.
En marzo de 2010, Kicillof protagonizó su primera medida de política económica. Curiosamente, se trató de un tema que excedía formalmente a su órbita, la reforma de la Carta Orgánica del Banco Central. En la Secretaría de Política Económica y Planificación Federal se jactan de que Kicillof fue el ideólogo que elevó el límite de los recursos prestables del BCRA al Tesoro. El proyecto fue trabajado en forma conjunta entre Carlos Zannini, secretario de Legal y Técnica de la Presidencia; Mercedes Marcó del Pont, presidenta del Banco Central; Hernán Lorenzino, ministro de Economía, y Kicillof. La discusión giró en torno a un borrador del Banco Central. El mismo que la presidenta del Central había defendido el 7 de marzo en una audiencia en el Congreso y que a través del artículo 20 fijaba el porcentaje de un monto que el Banco Central le prestaba al Tesoro. “Eso no se modifica y se mantiene tal cual está”, dijo Marcó del Pont. Pero al día siguiente, por una orden desde Olivos, el margen se duplicó del 10 al 20%.

En la Secretaría de Política Económica y Planificación Federal señalan que el cambio ocurrió luego de una reunión entre Cristina y Kicillof. El economista sugirió ahí mismo utilizar la cota superior. En el Banco Central relativizan el papel del economista. Señalan que si bien el 20% no figuraba en el proyecto en poder de los legisladores, el porcentaje fue una de las opciones que las autoridades del banco le habían acercado a la Presidenta en el borrador original. Aunque reconocen que Kicillof fue el último en reunirse con la Presidenta para tratar el tema –mientras Marcó del Pont hablaba en el Congreso–. Tres meses después del discurso de la Presidenta en el Congreso, no había noticias del plan de sintonía fina del que había hablado la Presidenta. Si Cristina Kirchner había soñado con, al menos, evitar que la inflación continuara subiendo, la posibilidad parecía más lejana que nunca. Los límites de Moyano, la reforma del Banco Central, la duplicación de los sueldos de los legisladores, el aumento del precio del pasaje de subte dictaminado por el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y un incremento de la tarifa de trenes y colectivos anunciado por la Secretaría de Transporte se encapricharon en llevar la economía en otra dirección. Una en la que Kicillof sacaba varias cabezas de ventaja a otros responsables de la conducción de la política económica (...).
No se sabe si Kicillof hipnotizó a la Presidenta, si el economista llegó a su cargo en función de lo que ella necesitaba o si fue la mejor opción que tuvo a mano. Sea como fuere, el economista tuvo aquello que cualquier aspirante a ministro de Economía debe demostrar: ambición, confianza del presidente y fidelidad al proyecto político (...).

Kicillof tiene pinta de artista cool o de empresario canchero. Pero es el gurú de Cristina Kirchner. No sabe nada de religión pero comparte la misma manera de sentir, la misma pasión entre sus fieles que un jefe espiritual. Los economistas convencidos no predican con la palabra sino con la fórmula del crecimiento económico. Y no encuentran mejor manera que expresar su pragmatismo y sus ideales a través de la adhesión a un líder. Kicillof eligió a Cristina Kirchner. En 7 ministros, mi libro anterior, narré cómo los ministros de Economía más renombrados de las últimas décadas se acercaron a un presidente. Describí los caminos que recorrieron y su inserción en la política. Kicillof, en tiempo breve, supo ser economista, militante y hombre de consulta de un presidente. Todo ello sin llegar a ministro.Nadie accede a la confianza íntima de un mandatario porque únicamente sea inteligente o se identifique con un proyecto político. Kicillof tiene algo más. Es una persona que nunca se apartó de una trayectoria que lo llevó al lugar donde quiso: ser un líder y tener poder. Ningún evento en su vida lo desvió de ese camino. En definitiva, ¿qué lleva a un chico de 13 años a ser militante en el primer año del colegio secundario? ¿Qué guía a tres hermanos, hijos de madre psicóloga y padre psiquiatra, a convertirse en diplomas de honor de la UBA? ¿Qué lleva a alguien a pensar que es dueño de una formación académica mejor que la del resto? ¿Por qué una persona sin experiencia en los negocios piensa que puede asesorar al empresario más exitoso de la Argentina? ¿Qué clase de mandato guía a Kicillof? ¿Es ambición?
Ortega y Gasset decía que tanto para un político como para un artista o un científico la ambición no es una virtud ni un defecto: es sólo una premisa. Por supuesto que la ambición de Kicillof no es la de Boudou. La aspiración de Kicillof no es vivir en Puerto Madero o conducir una Harley-Davidson. Kicillof no es la clase de persona que uno encuentra habitualmente en cualquier comité de barrio o al lado de un dirigente político. Viene equipado con otro software y cuenta con una gran capacidad de brindarle respuestas e interpretaciones de la realidad a la Presidenta. Su interés es el de cambiar órdenes establecidos.

Kicillof no es solamente un joven ambicioso. Es un convencido de sus políticas y, por qué no, hasta de un modo de vida. Maneja un Renault Scénic y no viste ropa formal. Kicillof no cree ni en los autos de lujo ni en los trajes importados. Preferiría que el país produzca un solo modelo de auto en lugar de cuatro variantes con las mismas piezas importadas desde Brasil o China. Los argentinos deberían sincerarse y entender de una vez por todas que ensamblar autos con las mismas piezas de autopartes no constituye una estrategia de desarrollo sino todo lo contrario. La Argentina tiene un déficit industrial de más de 30 mil millones de dólares, según estimaciones de la propia Unión Industrial Argentina. Para Kicillof, el sistema económico argentino da para producir una determinada cantidad de mercancías. Y con ese monto debe abastecerse las necesidades de los argentinos y remplazar la inversión consumida. Nada más. En ese modelo no cabe la posibilidad de que las personas vivan por encima de la capacidad de producción o exportar el excedente al resto del mundo. De lo contrario, se caería en el endeudamiento. O algo peor. La producción de mercancías llegaría a un nivel que superaría la capacidad de consumo del mercado interno y eso llevaría a una sobreoferta de bienes (y a una crisis).
Kicillof cree en la economía heterodoxa. En Aerolíneas. En Marx. En la producción para abastecer el mercado interno. En el control a los empresarios. En la existencia de sectores estratégicos. En el poder del Estado para beneficiar a esos sectores estratégicos. En incentivar la demanda. Y, lo más importante, en él mismo como la persona capaz de revertir la tendencia en la que nos embarca el sistema de producción capitalista.
Kicillof no cree en la economía que se enseña en la mayor parte del mundo. No cree en que la emisión monetaria produzca inflación. No cree en bajar la tasa de inflación, porque eso enfría el nivel de actividad. No cree en el modelo de tipo de cambio alto y exportaciones de granos. No cree en el Indec. No cree en el clima de negocios. No cree en los periodistas. No cree en ninguna persona que lo critique. Pero ¿cuán lejos puede llegar Kicillof? ¿Cuál será el límite de su ambición y su poder? En la Argentina hubo dos economistas que les hicieron ganar las elecciones de mitad de término a sus presidentes gracias a éxitos económicos. Los dos fueron ministros de Economía. En junio de 1985, Juan Sourrouille anunció el lanzamiento del Plan Austral. El programa fue tan exitoso al comienzo que la imagen positiva de Raúl Alfonsín pasó de 62 a 70% en cuatro meses. El 3 de noviembre de 1985, la Unión Cívica Radical ganó con más margen que las elecciones presidenciales de 1983.
Cavallo allanó el camino para que Menem ganara en 1991. En abril dio a conocer la convertibilidad, y a fin de año se registraban tasas de inflación menores al 1% mensual. El 8 de noviembre, el peronismo recibió 6.648.597 votos y el radicalismo, 4.887.515. ¿Podrá Kicillof, desde el lugar donde se encuentre, repetir aquellas experiencias? En principio no. En términos de inflación, el gobierno de Cristina Kirchner se encuentra visiblemente mejor que el de Alfonsín y Menem en 1985 y 1991, respectivamente. En mayo de 1985, la inflación mensual había sido de 25,1% y en febrero de 1991 fue de 27%. Hoy la Argentina tiene tasas mensuales de inflación menores al 2%. La ofrenda que Kicillof puede darle a Cristina Kirchner en materia de lucha antiinflacionaria es menor que las de Sourrouille y Cavallo.
¿Pero qué pasaría si Kicillof mostrara resultados favorables en YPF o en Aerolíneas? ¿Y si la asistencia mayor del Banco Central al Tesoro no se traduce en una mayor inflación y aumenta el crédito? ¿Y si el economista vuelca una mayor cantidad de recursos a cebar la demanda? Los resultados determinarán la continuación del mandato Kicillof sobre la economía argentina.

El economista tiene una restricción. Encuentra cada vez menos personas de confianza para sumar a su cargo. El biógrafo de Keynes, un economista inglés llamado Robert Skidelsky, explicó que la revolución keynesiana no fue sólo la invención de una teoría económica. Significó un antes y un después en la manera en que los gobiernos hacen política económica. “El uso deliberado de más expertos en las áreas de gobierno significó una manera de proteger la democracia y una respuesta a la complejidad que significaba gobernar una sociedad urbana e industrial”. La revolución keynesiana fue un episodio clave para la función de gobernanza, palabra que se utiliza para señalar la eficacia, la calidad y la orientación adecuada de la intervención del Estado para el desarrollo económico.
Kicillof se jacta de librar otra revolución: la de desarmar un esquema neoliberal que cooptó al Estado en 1976. Cree que, por primera vez desde la vuelta de la democracia, la nueva generación de la izquierda llegó al poder. Y el kirchnerismo la cobijó. El economista se ve como representante de una elite ilustrada. Como un académico probo, un líder que militó desde chico y que se convirtió en hombre de consulta de la Presidenta. Si tuviera un programa de computación que diera marcha atrás con lo acontecido en materia económica, Kicillof apretaría el botón “borrar” desde 1976 hasta 2002. Y empalmaría 1975 con 2003.
Su desempeño en el kirchnerismo no estará exento de tensiones internas y contradicciones. ¿Cómo se puede ser marxista y miembro de un proceso político que fomentó la concentración económica como pocas veces en la historia? ¿Cuánto tiempo más evitará pronunciarse sobre la inflación y el Indec? ¿Hasta qué punto el discurso de Kicillof, un creyente auténtico de la economía planificada, se corresponde con las políticas del kirchnerismo?
Alfonsín decía que había dos cosas que de grande no se aprenden. Una, a hacer el amor. La otra, a hacer política. Kicillof deberá aprender esta última si anhela conservar el poder que construyó. Sólo en ese caso la economía argentina seguirá en manos de su credo. De lo contrario, habrá sido la frustración de una generación. Y el fracaso del laboratorio del doctor Kicillof.