DOMINGO
Manu Ginóbili, un poco más cerca del adiós

El héroe de todos

Después de haber dejado la Selección de básquet, a la que ayudó a vivir sus horas más gloriosas, Manu Ginóbili recibió esta semana un sentido homenaje de sus compañeros y de sus rivales, mientras meditaba su futuro en la élite de la NBA. En Mundo Manu, los periodistas Germán Beder y Andrés Pando explican las claves por las que el bahiense se convirtió en una figura tan querida como admirada.

2805_manu_ginobili_bandera_cedoc_g
Abanderado. Al frente de la delegación argentina en los Juegos Olímpicos de Beijing. | cedoc

Después de una cena tranquila, Steve Kerr se fue a una habitación de su casa y volvió con sus tres anillos de campeón con los Bulls, solamente para que los viera su invitado. Faltaban pocos días para que los Spurs, con el novato Ginóbili y el consagrado Kerr, enfrentaran a New Jersey en la final. Emocionado hasta la médula, Manu le dijo a su compañero que era fanático de aquel equipo que lideraban Michael Jordan y Scottie Pippen, tal vez el mejor de todos los tiempos. “Pienso que los extranjeros valoran a la NBA más que los nacidos acá”, dijo Kerr con razón. El bahiense le habló de los pósters en su habitación, las noches de televisión con sus hermanos y los sueños de sus comienzos. La relación con San Antonio había comenzado en el Mundial Sub 22 del 97, con la presencia en Melbourne de R.C. Buford, recién ascendido a Director de Reclutadores del equipo. A fines del año siguiente, Buford le escribió un mail a Julio Lamas para preguntarle sobre Oberto y Ginóbili, los argentinos que más le habían gustado en ese torneo. Las preguntas sobre Manu eran claras: “¿Maneja el inglés? ¿Por qué no se sabe más sobre él si está jugando bien en Europa? ¿Lo ve como una futura elección de esta franquicia?”.

San Antonio había sido campeón en la 98/99, el primer título desde el debut en la 73/74, así que no tenía elecciones en los puestos altos del draft. “Ya habían sido elegidos más de cincuenta jugadores. De los que quedaban, ninguno parecía fundamental para el éxito del equipo, por eso decidimos reclutar a este joven por ser el más atlético. Nunca imaginamos que llegaría tan lejos. Ni en sueños”, reconoce el técnico Gregg Popovich con la satisfacción de haberla pegado. Los medios estadounidenses, con escaso conocimiento del básquet internacional, ponían que Manu era italiano… No había dudas para Buford, quien llegó a los Spurs en el 94 como reclutador, pero en cinco años pasó a vicepresidente y finalmente subió a general mánager. “Es el mejor jugador del mundo fuera de la NBA”, afirmaba en el momento de la incorporación del bahiense. En el draft del 99 también se habían asegurado los derechos de Gordan Giricek, un tirador croata compañero de Wolkowyski en el CSKA ruso, aunque únicamente se iba a sumar uno de ellos. El Colorado escuchaba la otra campana: “Me dice que es mejor que Manu y que San Antonio se va a quedar con él”. Nada que ver. El puesto fue de Ginóbili, a pesar de que en San Antonio sólo conocían al básquet argentino por una mención en la carrera de Mario Elie, un alero que pasó por Unión de Santa Fe en el 87 y más tarde jugó 12 años entre las estrellas.

En medio del almuerzo en San Antonio, acompañado por Buford y el agente Herb Rudoy, le llevaron el contrato por dos temporadas. El salario de tres millones de dólares le cerraba. “Mejoraron la oferta inicial. Por lo mínimo (465.850 en ese momento) no firmaba. Mi llegada no era a cualquier precio”, contaba el bahiense. Al día siguiente, en el jardín del hotel donde se alojaba, lo presentaron en una conferencia de prensa. Para las fotos, le dieron la camiseta con su nombre y el número 6, uno que había usado. Pero luego notaron que le había pertenecido a Avery Johnson, base titular del 94 al 2001, ex capitán del equipo. Tuvo que cambiarlo por el 20… Apenas una mancha en una organización perfecta. “Casi parecemos los dueños de los aviones. Las azafatas no nos hacen apagar las computadoras ni plegar las mesitas”, le explicaba a la revista Noticias con asombro. Recordando los viajes en micro en nuestra Liga, le parecía increíble llegar 15 minutos antes al aeropuerto y recibir su valija directamente en la habitación del hotel, sin haberla sacado del auto siquiera. Lo que había dentro de la valija llamaba la atención: “De entrada me cargaban porque iba zaparrastroso a la cancha, con zapatillas y remeras. Pero no hay un control militar en la vida privada. Todo es muy profesional. Si antes del partido quiero comer una hamburguesa con papas fritas lo hago. Acá evalúan dentro de la cancha”.

Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite

Gracias a Marianela, su novia desde que jugaba en Estudiantes, la comida chatarra no llegaba al plato. “Ella cocina muy bien. Pero casi siempre me reta porque está la comida y yo no largo la compu”, confiaba una intimidad de pareja. Se instalaron en una casa en Stone Oak, al norte de San Antonio, un barrio residencial a 20 minutos del centro de la ciudad. Marianela es la hija de Luis Oroño, ex jugador y actual técnico, así que conoce bien todo lo que rodea al básquet. “Para mí lo más importante es formar una familia. La persona que esté al lado mío tiene que aceptar lo que hago. A veces es muy difícil de compatibilizar”, le explicaba a la revista Encestando en el 97, cuando la relación comenzaba. Son muy hogareños y salen pocas veces, menos que en Bologna, la primera ciudad donde vivieron juntos. Se pusieron de novios a mediados del 97 y el bahiense le propuso casamiento durante la 02/03, tras cuatro años de convivencia. Manny, como le dicen en Estados Unidos, se hizo muy amiga de la esposa de David Robinson y empezó a colaborar en la fundación que financia su marido. No sufrieron problemas de adaptación. Además domina a la perfección el idioma, aprendido durante ocho años en la Asociación Bahiense de Cultura Inglesa por insistencia de mamá Raquel, que cortaba la merienda y los mandaba a clase tres veces por semana. San Antonio tiene 1.600.000 habitantes y la población latina alcanza casi el 50%, la mayoría de extracción mexicana: “Donde vaya me cruzo gente que habla español. Es una ciudad tranquila, no caótica como Nueva York o Los Angeles, está bastante de acuerdo con mi carácter. Muy tranquila”.

Ni siquiera perdió la calma en el comienzo de la temporada, cuando se resintió de una lesión en el tobillo derecho y arrancó con pocos minutos. “La familia lo notaba preocupado. Pero nos dijo que no le rompiéramos las bolas. Que estaba en el lugar donde siempre había querido estar”, recuerda Leandro, su hermano mayor y fan número uno por tele. El debut en la NBA, el 29 de octubre ante los tricampeones Lakers, demostró que estaba listo. Con el famoso actor Jack Nicholson en primera fila, entró por

Steve Smith a los nueve minutos del cuarto inicial y metió siete puntos en la victoria de los Spurs, justo la noche en la que los de Phil Jackson recibieron sus anillos de campeones. La molestia en el tobillo volvió más adelante y pasó a la lista de lesionados, sin actividad durante 11 partidos. Uno fue ante los Wizards de Michael Jordan… Se enfrentaron de nuevo con Washington en diciembre, pero Manu sólo jugó cinco segundos y Su Majestad lo miró desde el banco, en la última temporada de su brillante carrera. No hubo duelo con el jugador del póster de su habitación. “Tenerlo cerca te hace sentir más chiquito”, le confesaba Gino a Clarín sobre su ídolo de toda la vida.

Junto con Tony Parker, un base francés de apenas 20 años, le daban sangre fresca a un equipo que dependía de lo que creara Tim Duncan debajo de los tableros. En la semifinal del Oeste, nuevamente ante los Lakers de Shaquille O’Neal y Kobe Bryant, el bahiense se ganó el respeto del ambiente. Con sus 17 puntos en el segundo partido hasta hizo hablar a Kobe: “Ginóbili es un buen jugador. Tengo que darle el crédito que se merece. Trataremos de buscar algo diferente para igualar su energía cuando entra”. Popovich sacaba pecho por el rendimiento de su nueva joya en el momento más caliente. “El clima de playoffs no lo asusta. Nunca va a sentir la presión. En las ligas de Europa algunos hinchas llevan armas y tiran cosas a la cancha”, exageraba un poquito el técnico. En la casa familiar en Bahía, con Leandro a la cabeza y la única excepción de mamá Raquel, no se perdían un segundo de las transmisiones: “Hace dos años festejaba conmigo las jugadas de Kobe por tele y ahora penetra con Shaq debajo del aro. Mi mujer me frena para que no patee el televisor. ¡Qué manera de gritarle a Parker para que la pique menos y se la pase más!”.

Un triple de Robert Horry en el quinto con los Lakers resultó clave para pasar a la final. “Si no entraba creo que estaría en Cancún ahora”, le explicaba Manu a Olé antes de jugar por el título. Ya empezaba a ser conocido. Bill Walton, uno de los grandes pivotes de la historia y luego convertido en comentarista de tele, lo frenó en un pasillo: “Me preguntó cómo es Bahía, dónde queda y cuántos habitantes tiene. Increíble”. En la tribuna, un estadounidense lucía con orgullo la número 5 de Manu en la Selección, una Topper original, comprada vía internet a 75 dólares. En el entretiempo del sexto partido ante New Jersey, por tele anunciaron que había donado cuarenta pelotas oficiales de la NBA para clubes bahienses. “No me voy a hacer el Papá Noel… Es un detalle”, achicaba su gesto. Pero el mayor regalo fue su consagración, con 11 puntos decisivos desde el banco para el 4-2 ante los Nets, mientras Yuyo celebraba el Día del Padre con los amigos reunidos en Bahiense del Norte y Marianela lo esperaba detrás de un aro del SBC Center con una bandera argentina. “No entro en mi cuerpo de tanta felicidad. Estoy tocado por la varita mágica”, aceptaba en el vestuario campeón. Más serio, Robinson se retiraba y elogiaba a Manu: “Ahora, cuando me siente a ver a los Spurs, ya sé a quién tengo que seguir. Ese chico vale oro”.

Quizá sin tomar conciencia, Manu cargaba a su veterano compañero Kevin Willis, que a los 40 años lograba su primer título y llevaba 19 temporadas de lucha. “¿De qué estás hablando, Willis?”, le gritaba por la frase del morochito Gary Coleman en una serie estadounidense de su infancia. “Cuando le dice eso, todos nos miramos y largamos una carcajada. En la cancha nunca sabemos qué va a hacer. Y afuera es igual. Siempre sorpre

Después de una cena tranquila, Steve Kerr se fue a una habitación de su casa y volvió con sus tres anillos de campeón con los Bulls, solamente para que los viera su invitado. Faltaban pocos días para que los Spurs, con el novato Ginóbili y el consagrado Kerr, enfrentaran a New Jersey en la final. Emocionado hasta la médula, Manu le dijo a su compañero que era fanático de aquel equipo que lideraban Michael Jordan y Scottie Pippen, tal vez el mejor de todos los tiempos. “Pienso que los extranjeros valoran a la NBA más que los nacidos acá”, dijo Kerr con razón. El bahiense le habló de los pósters en su habitación, las noches de televisión con sus hermanos y los sueños de sus comienzos. La relación con San Antonio había comenzado en el Mundial Sub 22 del 97, con la presencia en Melbourne de R.C. Buford, recién ascendido a Director de Reclutadores del equipo. A fines del año siguiente, Buford le escribió un mail a Julio Lamas para preguntarle sobre Oberto y Ginóbili, los argentinos que más le habían gustado en ese torneo. Las preguntas sobre Manu eran claras: “¿Maneja el inglés? ¿Por qué no se sabe más sobre él si está jugando bien en Europa? ¿Lo ve como una futura elección de esta franquicia?”.

San Antonio había sido campeón en la 98/99, el primer título desde el debut en la 73/74, así que no tenía elecciones en los puestos altos del draft. “Ya habían sido elegidos más de cincuenta jugadores. De los que quedaban, ninguno parecía fundamental para el éxito del equipo, por eso decidimos reclutar a este joven por ser el más atlético. Nunca imaginamos que llegaría tan lejos. Ni en sueños”, reconoce el técnico Gregg Popovich con la satisfacción de haberla pegado. Los medios estadounidenses, con escaso conocimiento del básquet internacional, ponían que Manu era italiano… No había dudas para Buford, quien llegó a los Spurs en el 94 como reclutador, pero en cinco años pasó a vicepresidente y finalmente subió a general mánager. “Es el mejor jugador del mundo fuera de la NBA”, afirmaba en el momento de la incorporación del bahiense. En el draft del 99 también se habían asegurado los derechos de Gordan Giricek, un tirador croata compañero de Wolkowyski en el CSKA ruso, aunque únicamente se iba a sumar uno de ellos. El Colorado escuchaba la otra campana: “Me dice que es mejor que Manu y que San Antonio se va a quedar con él”. Nada que ver. El puesto fue de Ginóbili, a pesar de que en San Antonio sólo conocían al básquet argentino por una mención en la carrera de Mario Elie, un alero que pasó por Unión de Santa Fe en el 87 y más tarde jugó 12 años entre las estrellas.

En medio del almuerzo en San Antonio, acompañado por Buford y el agente Herb Rudoy, le llevaron el contrato por dos temporadas. El salario de tres millones de dólares le cerraba. “Mejoraron la oferta inicial. Por lo mínimo (465.850 en ese momento) no firmaba. Mi llegada no era a cualquier precio”, contaba el bahiense. Al día siguiente, en el jardín del hotel donde se alojaba, lo presentaron en una conferencia de prensa. Para las fotos, le dieron la camiseta con su nombre y el número 6, uno que había usado. Pero luego notaron que le había pertenecido a Avery Johnson, base titular del 94 al 2001, ex capitán del equipo. Tuvo que cambiarlo por el 20… Apenas una mancha en una organización perfecta. “Casi parecemos los dueños de los aviones. Las azafatas no nos hacen apagar las computadoras ni plegar las mesitas”, le explicaba a la revista Noticias con asombro. Recordando los viajes en micro en nuestra Liga, le parecía increíble llegar 15 minutos antes al aeropuerto y recibir su valija directamente en la habitación del hotel, sin haberla sacado del auto siquiera. Lo que había dentro de la valija llamaba la atención: “De entrada me cargaban porque iba zaparrastroso a la cancha, con zapatillas y remeras. Pero no hay un control militar en la vida privada. Todo es muy profesional. Si antes del partido quiero comer una hamburguesa con papas fritas lo hago. Acá evalúan dentro de la cancha”.

Gracias a Marianela, su novia desde que jugaba en Estudiantes, la comida chatarra no llegaba al plato. “Ella cocina muy bien. Pero casi siempre me reta porque está la comida y yo no largo la compu”, confiaba una intimidad de pareja. Se instalaron en una casa en Stone Oak, al norte de San Antonio, un barrio residencial a 20 minutos del centro de la ciudad. Marianela es la hija de Luis Oroño, ex jugador y actual técnico, así que conoce bien todo lo que rodea al básquet. “Para mí lo más importante es formar una familia. La persona que esté al lado mío tiene que aceptar lo que hago. A veces es muy difícil de compatibilizar”, le explicaba a la revista Encestando en el 97, cuando la relación comenzaba. Son muy hogareños y salen pocas veces, menos que en Bologna, la primera ciudad donde vivieron juntos. Se pusieron de novios a mediados del 97 y el bahiense le propuso casamiento durante la 02/03, tras cuatro años de convivencia. Manny, como le dicen en Estados Unidos, se hizo muy amiga de la esposa de David Robinson y empezó a colaborar en la fundación que financia su marido. No sufrieron problemas de adaptación. Además domina a la perfección el idioma, aprendido durante ocho años en la Asociación Bahiense de Cultura Inglesa por insistencia de mamá Raquel, que cortaba la merienda y los mandaba a clase tres veces por semana. San Antonio tiene 1.600.000 habitantes y la población latina alcanza casi el 50%, la mayoría de extracción mexicana: “Donde vaya me cruzo gente que habla español. Es una ciudad tranquila, no caótica como Nueva York o Los Angeles, está bastante de acuerdo con mi carácter. Muy tranquila”.

Ni siquiera perdió la calma en el comienzo de la temporada, cuando se resintió de una lesión en el tobillo derecho y arrancó con pocos minutos. “La familia lo notaba preocupado. Pero nos dijo que no le rompiéramos las bolas. Que estaba en el lugar donde siempre había querido estar”, recuerda Leandro, su hermano mayor y fan número uno por tele. El debut en la NBA, el 29 de octubre ante los tricampeones Lakers, demostró que estaba listo. Con el famoso actor Jack Nicholson en primera fila, entró por

Steve Smith a los nueve minutos del cuarto inicial y metió siete puntos en la victoria de los Spurs, justo la noche en la que los de Phil Jackson recibieron sus anillos de campeones. La molestia en el tobillo volvió más adelante y pasó a la lista de lesionados, sin actividad durante 11 partidos. Uno fue ante los Wizards de Michael Jordan… Se enfrentaron de nuevo con Washington en diciembre, pero Manu sólo jugó cinco segundos y Su Majestad lo miró desde el banco, en la última temporada de su brillante carrera. No hubo duelo con el jugador del póster de su habitación. “Tenerlo cerca te hace sentir más chiquito”, le confesaba Gino a Clarín sobre su ídolo de toda la vida.

Junto con Tony Parker, un base francés de apenas 20 años, le daban sangre fresca a un equipo que dependía de lo que creara Tim Duncan debajo de los tableros. En la semifinal del Oeste, nuevamente ante los Lakers de Shaquille O’Neal y Kobe Bryant, el bahiense se ganó el respeto del ambiente. Con sus 17 puntos en el segundo partido hasta hizo hablar a Kobe: “Ginóbili es un buen jugador. Tengo que darle el crédito que se merece. Trataremos de buscar algo diferente para igualar su energía cuando entra”. Popovich sacaba pecho por el rendimiento de su nueva joya en el momento más caliente. “El clima de playoffs no lo asusta. Nunca va a sentir la presión. En las ligas de Europa algunos hinchas llevan armas y tiran cosas a la cancha”, exageraba un poquito el técnico. En la casa familiar en Bahía, con Leandro a la cabeza y la única excepción de mamá Raquel, no se perdían un segundo de las transmisiones: “Hace dos años festejaba conmigo las jugadas de Kobe por tele y ahora penetra con Shaq debajo del aro. Mi mujer me frena para que no patee el televisor. ¡Qué manera de gritarle a Parker para que la pique menos y se la pase más!”.

Un triple de Robert Horry en el quinto con los Lakers resultó clave para pasar a la final. “Si no entraba creo que estaría en Cancún ahora”, le explicaba Manu a Olé antes de jugar por el título. Ya empezaba a ser conocido. Bill Walton, uno de los grandes pivotes de la historia y luego convertido en comentarista de tele, lo frenó en un pasillo: “Me preguntó cómo es Bahía, dónde queda y cuántos habitantes tiene. Increíble”. En la tribuna, un estadounidense lucía con orgullo la número 5 de Manu en la Selección, una Topper original, comprada vía internet a 75 dólares. En el entretiempo del sexto partido ante New Jersey, por tele anunciaron que había donado cuarenta pelotas oficiales de la NBA para clubes bahienses. “No me voy a hacer el Papá Noel… Es un detalle”, achicaba su gesto. Pero el mayor regalo fue su consagración, con 11 puntos decisivos desde el banco para el 4-2 ante los Nets, mientras Yuyo celebraba el Día del Padre con los amigos reunidos en Bahiense del Norte y Marianela lo esperaba detrás de un aro del SBC Center con una bandera argentina. “No entro en mi cuerpo de tanta felicidad. Estoy tocado por la varita mágica”, aceptaba en el vestuario campeón. Más serio, Robinson se retiraba y elogiaba a Manu: “Ahora, cuando me siente a ver a los Spurs, ya sé a quién tengo que seguir. Ese chico vale oro”.

Quizá sin tomar conciencia, Manu cargaba a su veterano compañero Kevin Willis, que a los 40 años lograba su primer título y llevaba 19 temporadas de lucha. “¿De qué estás hablando, Willis?”, le gritaba por la frase del morochito Gary Coleman en una serie estadounidense de su infancia. “Cuando le dice eso, todos nos miramos y largamos una carcajada. En la cancha nunca sabemos qué va a hacer. Y afuera es igual. Siempre sorprende con un chiste”, contaba Stephen Jackson sobre la adaptación de Manu al grupo. “Tuvo que hacer las cosas habituales en un novato: traer donas para los mayores, llevar los bolsos y juntar las pelotas. Nunca lo vi con mala cara”, explicaba Steve Smith, que arrancó como escolta titular y perdió protagonismo a manos del bahiense. Nada de celos. Malik Rose se convirtió en su compañero ideal de bromas y en un pizarrón dentro del vestuario le escribió Narigón, para que aprendiera cómo se escribe en castellano uno de sus apodos. En realidad ese pizarrón lo usaba Popovich para dar la charla técnica… Rose, un pivote suplente y bastante áspero, hizo público el apodo en medio de los festejos. Arrancaron en el Riverwalk, por donde corre el río San Antonio, con 350 mil personas en las orillas (50 mil más que en el título del 99). Siguieron en el Alamodome, el antiguo estadio de los Spurs, donde Malik le dio la bienvenida: “Les presento a un gran amigo. Un tremendo jugador. Me dice Cabezón y yo le digo Narigón… ¡Manuuuuuu Ginóbili!”.

Ante los medios argentinos, quizás todavía bajo los efectos del champagne, hasta Popovich tiraba chistes: “¿Manu? ¿Quién es? Yo conozco a Manny… Una chica espectacular”. Eso que la relación con el técnico había pasado por turbulencias. En un partido, durante un minuto, le dijo al bahiense que le temblaba la mano del miedo. Y la imagen, con audio incluido, se vio en todo el mundo por televisión: “Me hizo calentar. Pero conté hasta cinco y me di cuenta de que quería motivarme”. Además, pese a su producción, no lo ponía de titular. “Haber sido suplente no me afecta. Aunque al principio no me gustaba, creo que me terminó beneficiando, porque jugué muchos minutos y cerré casi todos los partidos en cancha”, miraba el lado positivo. Manu se había convertido en un símbolo de la globalización de la liga: “Algunos te ven blanco, chiquito y flaco… No te imaginan saltando. Al principio se me hizo difícil. Ahora a los extranjeros no nos subestiman tanto”. Pop, un conductor inteligente, lo adoraba: “A veces me hizo enojar, lo reconozco, pero le di más libertad para no quitarle su agresividad natural. No tengo control sobre las cosas que hace en la cancha. Es como un potro salvaje”.

nde con un chiste”, contaba Stephen Jackson sobre la adaptación de Manu al grupo. “Tuvo que hacer las cosas habituales en un novato: traer donas para los mayores, llevar los bolsos y juntar las pelotas. Nunca lo vi con mala cara”, explicaba Steve Smith, que arrancó como escolta titular y perdió protagonismo a manos del bahiense. Nada de celos. Malik Rose se convirtió en su compañero ideal de bromas y en un pizarrón dentro del vestuario le escribió Narigón, para que aprendiera cómo se escribe en castellano uno de sus apodos. En realidad ese pizarrón lo usaba Popovich para dar la charla técnica… Rose, un pivote suplente y bastante áspero, hizo público el apodo en medio de los festejos. Arrancaron en el Riverwalk, por donde corre el río San Antonio, con 350 mil personas en las orillas (50 mil más que en el título del 99). Siguieron en el Alamodome, el antiguo estadio de los Spurs, donde Malik le dio la bienvenida: “Les presento a un gran amigo. Un tremendo jugador. Me dice Cabezón y yo le digo Narigón… ¡Manuuuuuu Ginóbili!”.

Ante los medios argentinos, quizás todavía bajo los efectos del champagne, hasta Popovich tiraba chistes: “¿Manu? ¿Quién es? Yo conozco a Manny… Una chica espectacular”. Eso que la relación con el técnico había pasado por turbulencias. En un partido, durante un minuto, le dijo al bahiense que le temblaba la mano del miedo. Y la imagen, con audio incluido, se vio en todo el mundo por televisión: “Me hizo calentar. Pero conté hasta cinco y me di cuenta de que quería motivarme”. Además, pese a su producción, no lo ponía de titular. “Haber sido suplente no me afecta. Aunque al principio no me gustaba, creo que me terminó beneficiando, porque jugué muchos minutos y cerré casi todos los partidos en cancha”, miraba el lado positivo. Manu se había convertido en un símbolo de la globalización de la liga: “Algunos te ven blanco, chiquito y flaco… No te imaginan saltando. Al principio se me hizo difícil. Ahora a los extranjeros no nos subestiman tanto”. Pop, un conductor inteligente, lo adoraba: “A veces me hizo enojar, lo reconozco, pero le di más libertad para no quitarle su agresividad natural. No tengo control sobre las cosas que hace en la cancha. Es como un potro salvaje”.