Cuando Julio Grondona tenía 20 años, fue chofer de Atilio Lavarello, un profesional cotizado en esos años, dueño de campos, caballos de carrera, casas y demás. No tenía necesidad, sino que le gustaba manejar el auto del doctor –no había muchos en los años 50 en Buenos Aires, y menos en un barrio como Sarandí–. Pese a la diferencia de edad, se hicieron amigos y, cuando el doctor Lavarello contrajo una enfermedad terminal, Julio siguió a su lado, ya que no tenía familia. A la hora de preparar el testamento, Lavarello le cedió unas tierras, en las que se hizo el estadio de Arsenal, y juntos decidieron que con parte de la herencia se mantendría el cottolengo de Sarandí, y una vez que se acabó el dinero Grondona continuó con esa misión.
Como Michael Corleone en El Padrino, cuando se confiesa con el futuro papa, Grondona siente que ese vínculo con las monjas que administran el cottolengo lo absuelve de otras conductas. Más de una vez sostuvo: “Si el Papa hace las cosas bien y no lo sacan, por qué me van a sacar a mí”, al compararse con Juan Pablo II, quien lo recibió y bendijo en el Vaticano. Esta falta de humildad le ha costado más de una crítica. No le creó nuevos enemigos, aunque sí les dio de comer. Igual, él insistió con su justificación: “¿El Papa que murió no hizo una buena tarea? Entonces, ¿por qué se va a cambiar? Yo no lo tomo como un papado, y espero que mis amigos tengan la valentía de avisarme cuando no me vean lúcido. Quisiera tener la misma suerte que tuvo Havelange, que supo irse a tiempo. Yo también pretendo irme a tiempo, pero cuando quiera la mayoría”.
Grondona tuvo, y tiene, muchos enemigos. Durante 32 años convivió con gobiernos militares, radicales, peronistas, aliancistas y peronistas de nuevo. Algunos que se pronunciaron abiertamente y otros, solapados y entre las sombras. Lo cierto es que en los últimos años empezó a sentir el desgaste del poder. Tanto que su sillón estuvo en jaque en la previa a las elecciones de 2011.
El primer enfrentamiento público que Grondona protagonizó fue en 1981, con los dirigentes de Argentinos Juniors, que pretendían vender a Diego Armando Maradona a España. Esta pelea no llegó a elevar a Próspero Consoli –presidente de la institución de La Paternal en ese momento– a la altura de enemigo, pero le permitió anticiparse a qué tipo de situaciones podía enfrentarse cuando el escenario político nacional cambió.
Con la llegada de la democracia, todo aquel que había ejercido puestos importantes durante la dictadura quedó bajo sospecha. Además, el sillón de Grondona era pretendido por muchos.
En la Secretaría de Deportes de la Nación asumió Rodolfo O’Reilly, “Michingo”, un abogado que había jugado al rugby en el Club Atlético San Isidro (CASI). Raúl Alfonsín comandaba los destinos del país. Y Grondona, sabiendo que su pasado lo podía condenar, se preocupó en aclarar en cuanta entrevista dio por esos días que “en el proceso militar me ofrecieron varias veces la intendencia de Avellaneda y la rechacé, amparado en que mi partido no autorizaba asumir cargos que no tuvieran el respaldo de la elección por el voto popular”. Grondona estaba afiliado al partido radical desde 1962. Avalaba esa afirmación Victorio Daste, un caudillo radical de Avellaneda que lo había ayudado en la fundación de Arsenal de Sarandí y que además colaboró con Alfonsín en la interna radical contra Ricardo Balbín a principios de los años 70. Ese antecedente le permitió capear la tormenta en el arranque de la transición a la democracia.
(…) Michingo fue el primer enemigo de fuste de Grondona: se reunía con Carlos Bilardo, técnico de la Selección, opinaba en los medios y hasta dialogaba con César Luis Menotti, el ex técnico, que, pese a que Argentina casi no había jugado partidos desde que lo habían reemplazado, criticaba abiertamente al Narigón. El golpe más fuerte que le dio, sin embargo, fue bajar el porcentaje que le correspondía a la AFA del Prode (concurso de pronósticos deportivos de los partidos de fútbol, el juego de apuestas más importante en esos años). O’Reilly fue el mentor de una frase que en la actualidad es repetida diariamente en el ámbito del fútbol local: “No puede ser que hoy exista una AFA rica y clubes pobres”. El funcionario iba a fondo contra Grondona. (...)
Síganme, no los voy a defraudar
Años después, cuando el gobierno radical había pasado a la historia, el escenario era más firme para Grondona.
Asumió como presidente argentino Carlos Menem, un caudillo peronista oriundo de La Rioja que ascendió posiciones en el universo político, primero bajo el ala de Alfonsín y, después, ganándole sorpresivamente las elecciones internas del Partido Justicialista a Antonio Cafiero, el gobernador de la provincia de Buenos Aires. Si de la dictadura a la democracia su paso había sido complicado, la pregunta ahora era si podía sobrevivir a una transición de radicales a peronistas: Grondona se preocupó. Pero tomó aire. Sus espaldas ya eran gigantes. Siete años al frente de la AFA le alcanzaban para hacerse fuerte y, encima, el título de México era un cheque al portador. Resistiría.
Menem era diferente de Alfonsín: se metía en el deporte, jugaba partidos de fútbol y básquet a beneficio y le interesaba conocer hasta el último detalle de lo que pasaba en la Selección. Le gustaba opinar y lo hacía públicamente.
Amparado por el nuevo mandatario de la Nación, Juan De Stéfano, presidente de Racing y peronista, enfrentado ideológicamente con Grondona (de Independiente y radical), llamaba a la rebelión. Se conocían del barrio y su hermano Juan, que trabajaba en la Administración Nacional de Puertos, fue un personaje clave para que Grondona consiguiera unos terrenos que unió a los heredados del doctor Lavarello para hacer el estadio de Arsenal.
Los caminos de la vida se entrecruzan: el hermano de quien fue clave para que “su” Arsenal tuviera un predio propio arremetía contra su puesto casi cuarenta años después. Grondona, que conocía el espíritu cholulo de Menem, preparó el escenario para seguir en el poder sin que la idea de “peronizar la AFA” de De Stéfano calara hondo. Hacia finales de 1989 –Menem había asumido el 8 de julio ante el retiro anticipado de Alfonsín–, reunió al riojano con João Havelange, quien le mencionó una y otra vez las bondades del presidente de la AFA, además de recordarle lo mal que ve la FIFA que los Estados se entrometan en las federaciones de fútbol. (...)
En 1991, mientras Menem miraba de reojo a la AFA pero no tomaba acciones en contra de Grondona, apareció Teodoro Nitti. ¿Un enemigo a su altura? Nunca le dio ese estatus pero le gustó el enfrentamiento. O los aires que tuvo al intentar presentarse como candidato a presidente de la AFA en las elecciones de ese año, el único, hasta hoy, en hacerlo oficialmente. Nitti había sido árbitro de fútbol y su prestigio era alto. Presidió la Asociación Argentina de Arbitros en tres períodos y pretendió ir por más. El candidato era peronista, como De Stéfano, pero no se sumó a su modus operandi. Intentó otra variante: propuso un torneo más federal, y para publicitarlo y consolidar su campaña salió de gira por todo el país y obtuvo en privado el apoyo de varios dirigentes que nunca lo ratificaron ante los micrófonos. El día de las elecciones, inocentemente, Nitti estaba eufórico, creía que podía ganar. De los cuarenta votos válidos emitidos, sólo obtuvo uno. Grondona ganó 39 a 1, pero no festejó: lo único que le interesaba saber era quién le había votado en contra.
En 1992 comenzó un enfrentamiento entre Grondona y los árbitros que derivó en que el presidente de la AFA se convirtiera también en el presidente del Colegio de Arbitros.
¡Solamente en la Argentina! Todo sucedió en el mes de abril de ese 1992. El conflicto se inició con un polémico arbitraje del referí Javier Castrilli en un partido jugado en el Monumental en el que River terminó perdiendo 5 a 0 con Newell’s, además de sufrir la expulsión de cuatro jugadores: Angel Comizzo, Jorge Higuain, Fabián Basualdo y Oscar Acosta, y una sanción al entrenador del equipo, Daniel Passarella. Ese mismo fin de semana, Aníbal Hay había echado injustamente de otro encuentro a Alberto Márcico, de Boca, y Juan Carlos Crespi tuvo una floja actuación en el partido entre Vélez y Argentinos Juniors, en el que le había mostrado la tarjeta roja a Oscar Ruggeri.
Los tres referís fueron suspendidos una semana. Aunque el argumento que usó el Colegio de Arbitros, presidido por Jorge Romo –casualmente proveedor de la ferretería Lombardi y Grondona–, fue el de darles un descanso para preservarlos. Los jueces no ocultaron su disconformidad y el viernes siguiente a la sanción se reunieron para organizar una huelga de la Asociación Argentina de Arbitros (AAA). Grondona ya tenía una estrategia preparada para evitar que la pelota dejara de rodar: mientras los árbitros, de los que Don Julio siempre renegaba porque mantenían a la AFA bajo sus constantes demandas, hacían su reunión, él mantenía la propia con Guillermo Marconi, titular de otro gremio, el Sadra (Sindicato de Arbitros Deportivos de la República Argentina), al que le anunciaba que ese fin de semana sus afiliados iban a ser los jueces en el fútbol argentino. Los jueces estaban divididos entre porteños y oriundos del interior del país: la AAA reunía a los de Buenos Aires y en ella Marconi había intentado, sin éxito, ser presidente. Al fracasar, se acomodó en el Sadra. Desde la AAA lo acusaron de rompehuelgas, pero se defendió y acusó a ese organismo de hacer lo mismo cuando el Sadra realizó una medida de fuerza en el interior del país y no recibió la solidaridad de sus colegas porteños. Ese fin de semana el fútbol se jugó y los árbitros afiliados a la AAA tuvieron que retroceder. Grondona ganó otra batalla gracias a Marconi, con quien cerró filas sin inconvenientes.
Con Castrilli iba a volver a enfrentarse en 1998, después del Mundial de Francia. El “hombre de negro” acusó a Grondona y a Romo de manejar a su antojo la AFA y el Colegio de Arbitros por cobrar y penalizar en los partidos según el color de la camiseta. Hasta afirmó que sospechosamente “hay árbitros que viajan con todo gratis al Caribe”. Grondona le respondió duramente: dijo que estaba “desequilibrado” y que “no entendía el juego”.
(…) Pasaron los años y Grondona siguió sumando enemigos. Algunos se pronunciaban abiertamente, como Raúl Gámez (ex presidente de Vélez) o Daniel Vila (empresario, presidente de Independiente Rivadavia de Mendoza y autocandidato a la presidencia de la AFA en 2011). Otros lo fueron por temporadas: Mauricio Macri (ex presidente de Boca), Daniel Lalín (ex presidente de Racing) o Julio Comparada (presidente de Independiente). En septiembre de 2000, Luis Barrionuevo (sindicalista y hombre fuerte de Chacarita) y Fernando Miele (ex presidente de San Lorenzo, hoy excomulgado de su club) también estaban en su contra, así como en otros tiempos estuvieron a favor.
En el programa De una con Niembro, emitido por radio La Red, Barrionuevo decía: “Hubo reuniones con presidentes de varios clubes. Este es el momento oportuno para que Grondona deje la AFA por la situación que vive el fútbol argentino. Hay que liberar del compromiso a Grondona, que se vaya hoy por el bien de él y del fútbol. El tiene mucho que ver con el contrato que hizo la AFA con la televisión hasta 2014”. Y Miele apuntaba: “Estoy convencido de que se puede ganar mucho más dinero por los derechos de TV. Se está reclamando por los derechos del fútbol argentino, y si el titular de la AFA no los sabe defender se tendría que ir”. Desde Chacarita y San Lorenzo lanzaban esas críticas y Lalín, presidente de Racing, se sumaba a ellas: Grondona lo resolvió repartiendo más dinero, y todos quedaron contentos. (...)
El repaso por la galería de “enemigos” de Grondona termina siempre del mismo modo: poco a poco se desvanecen o dejan de ser enemigos. Daniel Lalín intentó en 1995 que la televisión les pagara más a los clubes.
Grondona tenía el mismo objetivo, pero no quería confrontar, así que no lo detuvo y lo dejó hacer: sin el apoyo del hombre fuerte de la AFA, Lalín quedó trastabillando y sin fuerzas. “Yo nunca intenté derrocar a Grondona. Sí quería más plata para Racing y, por consiguiente, para todos los otros clubes. Pero me quedé solo. Y, ¿la verdad?, al que se enfrenta con una idea de Grondona lo exterminan”, cuenta ahora cada vez que recuerda esos tiempos.
“El poder no es mío, me lo dan. El día que los clubes quieran, me voy”, repite Grondona desde 1991, mientras mira cómo fracasan sus enemigos y las denuncias en su contra no prosperan. “Nunca me encontraron nada, y mirá que investigaron, eh”, dijo en la revista Veintitrés en julio de 2007, en una entrevista muy picante en la que de a ratos perdió su apacible postura. Grondona no mintió en esa nota, las investigaciones existieron repetidas veces.
La investigación que más le molestó a Grondona fue la denuncia que en los inicios del nuevo milenio realizó el entonces diputado nacional Mario Das Neves por posible administración fraudulenta. Esa acusación provocó un total de cuarenta allanamientos, tres de ellos en la propia AFA, otro en el negocio particular de Grondona y varios más en oficinas de la poderosa Torneos y Competencias (TyC), Canal 13 y otras empresas periodísticas. La causa Nº 61.484 tiene decenas de testigos. Uno de ellos, el ex custodio Raúl Cortés, contó que él mismo llevó sobres desde TyC hasta la casa de Grondona y que vio a numerosos dirigentes del fútbol argentino cobrando documentos en una ventanilla de la misma empresa. Das Neves se basó en una investigación del semanario Noticias del 5 de mayo de 1998, que denunció a Grondona como un gran empresario y ya no un humilde ferretero. La investigación asegura que Grondona tiene acciones propias y otras distribuidas entre familiares y amigos en rubros tan variados como albergues transitorios, funerarias, estaciones de servicio y empresas constructoras. Con estas últimas, Grondona emprendió obras en sociedad con otra firma vinculada nada menos que con Emir Yoma, el célebre ex cuñado de Carlos Menem.
Das Neves denunció amenazas a mediados de 2000, aunque nunca se las pudo ligar al tema Grondona, y la causa que llevaba el juez Juan José Mahdjoubian sufrió un traspié en 2001, cuando desaparecieron siete computadoras portátiles de la Administración Federal de Ingresos Públicos (AFIP). (...)
Enemigos íntimos
Mauricio Macri y Julio Comparada fueron amigos o enemigos, según las circunstancias: alguna vez, el presidente de Independiente debió “besar el anillo” para que el club siguiera siendo beneficiado. Macri peleó más, pero nunca abiertamente. Raúl Gámez, por el contrario y pese a que nunca se presentó como candidato a presidente de AFA, fue duro y directo siempre y sostiene una y otra vez: “Julio Grondona debería morirse. Es un déspota del fútbol que está enfermo de poder. Un mafioso que desde su trono les sigue robando el dinero a los clubes”, para luego agregar:
“Maneja el dinero, domina la situación y su poder es inmenso. Maneja los árbitros, el Tribunal de Disciplina, todo. La AFA es cualquier cosa menos una democracia. Grondona es un déspota. Un tipo al que le dicen ‘El Padrino’ y le encanta. Si tiene que hacer negocios con el demonio, los hace sin ningún tipo de problemas”. Gámez tiene una batería de argumentos que, desde su óptica, deberían bastar para sacarlo del poder: “Ya está. Su tiempo ya fue, y hace rato. Ya no comete errores, comete horrores. En algún tiempo habrá sido un tipo lúcido. Pero fue hace muchos años”. Y, contundente, aporta una sentencia que deja mal parado no sólo a Grondona mismo, sino también al actual gobierno, con el que acordó el programa Fútbol para Todos: “Mirá, a Grondona lo investigaron, lo encontraron corrupto con un montón de culpabilidades. Por eso, le dijeron que le tenían que dar el fútbol para hacer propaganda política. Esto no es un secreto. Lo sabe todo el mundo del fútbol”, declaró en el sitio de internet Play Fútbol.