El 17 de octubre funciona en la historia argentina con la fuerza de un mito fundante, un antes y después definitivo, el instante justo en el que todo empezó, si no la Nación, por lo menos la Patria. Es que no habría peronismo sin 17 de octubre, sin las masas sudorosas con ropas raídas que vinieron desde las barriadas pobres hasta el centro de la ciudad para pedir la libertad del líder preso, sobreponiéndose a las fuerzas de la represión y sorprendiendo al poder con una manifestación que superó el millón de personas.
Claro que las cosas no fueron exactamente así. Las masas vinieron desde las barriadas pobres, pero no traían sus ropas en mal estado, como lo aseguraron cantidad de testimonios, por ejemplo, el excepcional escritor Raúl Scalabrini Ortiz, quien en un bello poema escribió: “Frente a mis ojos desfilaban rostros atezados,/ brazos membrudos, torsos fornidos,/ con las greñas al aire y las vestiduras/ escasas cubiertas de pringues,/ de resto de breas, grasas y aceites”.
Podemos perdonarlo. Durante años el poeta había soñado con ese día en que se manifieste “el subsuelo de la Patria sublevado”. (…) No sólo la oligarquía estigmatizaba a la pobreza. Basta con observar las pocas fotos que se conservan de la jornada, para comprobar cómo estaban vestidos los obreros movilizados. Aun los que tienen las patas en la fuente están trajeados. Por entonces, la gente humilde se ponía sus mejores ropas para ir al centro porque eran trabajadores, no marginales.
El otro asunto es la relación de las masas con el aparato represivo del gobierno de facto. Existe la presunción de que los obreros se movilizaban contra el poder que había apresado a su líder, pero poca atención se puso en la forma en que la Policía Federal ayudó a los manifestantes para que llegaran sin contratiempos a la Plaza de Mayo, y cuanto antes.
Lo reconoció el mismo Juan Domingo Perón al hablar por la noche en la Casa Rosada: que sea esta hora histórica cara a la República y cree un vínculo de unión que haga indestructible la hermandad entre el Pueblo, el Ejército y la Policía.
Y lo explica muy bien Juan José Sebreli en Los deseos imaginarios del peronismo. “Sin el apoyo de la Policía, no hubiera habido 17 de octubre”. Gracias al trabajo de la Policía Federal, que bajó los puentes que dividían a la Provincia con la ciudad y escoltó a las grupos que marchaban hasta el centro, la manifestación hubiera sido imposible.
La Policía incluso colaboró para desalojar a algunos obreros temerosos o reticentes a abandonar el trabajo. “Al pasar la manifestación por alguna comisaría, se dio el caso de que el personal policial les diera una bandera argentina”, asegura Sebreli. (...)
Otro asunto interesante es cómo intervino la Casa de Gobierno en los sucesos del 17 de octubre. El periodista Oscar Troncoso publica en su investigación Verdades y mentiras sobre el 17 de octubre el testimonio de un sencillo peronista de pueblo, Eduardo Cardellini, quien desde Lomas de Zamora decidió trasladarse a la Plaza de Mayo junto a Benedicto Zapienza, dueño del famoso camión rojo que se vio en distintas fotos que reflejaron la jornada, que deja claramente evidenciada la intervención de la Casa Rosada a favor de la manifestación. Contó Cardellini:
Eran las 15.15 de la tarde (cuando llegaron a la Capital). Continuamos por la avenida Vélez Sarsfield, luego Entre Ríos hasta la calle Victoria, hoy Hipólito Yrigoyen. Después subiríamos por Avenida de Mayo… Mientras marchábamos, veíamos con sorpresa que en los cafés y bares de esa avenida, la gente estaba lo más campante tomando cerveza y gaseosas, mirándonos sin saber lo que ocurría. Yo tampoco entendía nada, porque la verdad era que esperaba encontrarme con la cola de los manifestantes que se citaban en Plaza de Mayo. Pero cuando llegamos ahí comprobamos que no había casi nadie, apenas unos diez vigilantes a caballo junto a los balcones de la Casa de Gobierno, nos detuvimos en la esquina de Balcarce y Victoria (Hipólito Yrigoyen), junto a la vereda de la plaza. Desde allí a todo volumen iniciamos nuestra prédica pidiendo la libertad del coronel Perón. Eran las 16.20.
A los pocos minutos, un vigilante de los que estaban frente a la Casa de Gobierno nos vino a buscar, diciéndonos que nos pusiéramos frente al balcón para que nos escucharan mejor, ya que teníamos los dos parlantes en el camión. Por eso el caminito rojo con los parlantes se puede ver en algunas fotografías que enfocaban vistas frontales de la Casa Rosada. A las 16.40 se acercó hasta el camión un miembro del personal de la custodia de la Casa de Gobierno, e invitó a que uno de nosotros subiera a la Presidencia a dialogar con las autoridades. Subió uno de los que se había subido en el camino, en Lanús, Antonio Giglio.
Alrededor de las 17.30, el doctor Eduardo Colom –director del único diario peronista entonces, La Epoca– vino hasta el camioncito y desde su micrófono dijo que el coronel Perón estaría a las 19.30 y aprovechó para firmar autógrafos, en servilletas de papel a quien se lo pidiera. A las 18.30 comenzó a llegar mucha gente a la Plaza de Mayo porque se había enterado por radio de los hechos que ocurrían: a las 19.30 trascendió que la manifestación no se retiraría hasta que no volviera el coronel Perón. El coronel Perón se asomó a los balcones de la Casa de Gobierno, luego de todas las tratativas, a las 23.02 de ese día. (...)
Otra cuestión clave es la de la cantidad de personas que se movilizaron a la Plaza de Mayo. El único periódico peronista que había, La Epoca, puso que había un millón de personas. Eduardo Colom, su director, era un ferviente radical yrigoyenista que le había comprado en 1937 a la familia Cantilo la marca del diario, más por interés en la política que en el periodismo. Su influencia era muy limitada por entonces, un tiempo donde había gran cantidad de medios, aunque padecían la censura del gobierno. Sin embargo, ese relato, mejor, esa mentira, fue la base decisiva para hacer verosímil lo que años después instaló el aparato de comunicación del gobierno manejado por Apold, que la Plaza más que llena, rebasaba de gente.
Como bien señala Troncoso en su investigación sobre el 17 de octubre, esa cifra, un millón de personas, fue repetida hasta en algunos estudios realizados por investigadores argentinos y extranjeros, cuando ni siquiera la propaganda oficial hablaba de esa cifra. “El locutor que hablaba desde los balcones de la Casa de Gobierno esa noche, previo a la llegada de Perón, estimó que había medio millón de personas presentes”, dice Troncoso.
La cifra que busca contemporizar es la que da Félix Luna en El 45, el clásico e imprescindible libro para conocer ese momento bisagra en la historia argentina, donde habla de “200 mil a 500 mil”. Troncoso, por su lado, dice que con la Plaza colmada y cubiertas las diagonales y la Av. de Mayo pueden caber como máximo entre cien y 120 mil personas. Pero lo verdaderamente importante, como bien señala, es que la imagen que todos tenemos del 17 de octubre con la Plaza colmada donde parecía que no entraba un alfiler, con enorme cantidad de carteles con leyendas expresando lealtad a Perón firmadas por una gran cantidad de sindicatos que buscaban decirle “Presente” al líder, son todas posteriores, cuando ya gobernaba Perón y el aparato político ya tomaba lista para controlar la presencia de trabajadores y gremios.