DOMINGO
Libro

Existe otro capitalismo

Qué pueden cambiar los gobiernos.

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En Otro capitalismo tiene que ser posible, de SXXI Editores, los economistas Mariana Mazzucato y Michael Jacobs parten de la idea de que el sistema actual no funciona y a las pruebas se remiten. | Juan Salatino

Hoy en día, después de que la pandemia global de covid-19 azotara al mundo entero, muchos hogares tienen dificultades para cubrir sus gastos básicos, debido a una crisis en el costo de vida. Además, una inflación descontrolada, impulsada por la invasión rusa a Ucrania, genera preocupación por la creciente inseguridad alimenticia y energética que conlleva. Al mismo tiempo, la crisis climática tiene consecuencias cada vez más drásticas, desde los daños causados por condiciones meteorológicas extremas hasta los riesgos a que se ve expuesto el suministro de agua potable. Estos son apenas algunos de los síntomas de la crisis cada vez mayor del capitalismo. En conjunto, apuntan a una misma conclusión: el sistema actual no funciona. Hoy más que nunca, el estado de nuestro ambiente social, económico y ecológico nos exige volver a la cuestión urgente: necesitamos pensar otro capitalismo desde los cimientos.

Este libro se ocupa de las amenazas a la compatibilidad entre capitalismo y democracia, la urgencia de la transición hacia la neutralidad de carbono (cuya meta son las “cero emisiones”), la priorización del valor para los accionistas por sobre el valor para las demás partes interesadas, las consecuencias negativas de la tercerización y la lógica defectuosa de los ajustes fiscales. En nuestro presente, la incapacidad de transformar de raíz el sistema económico afianzó aún más las desigualdades persistentes y los obstáculos en el camino hacia un futuro sostenible. Hay una profunda sensación de injusticia, impotencia y desconfianza de las élites, lo cual desgastó aún más la fe en las instituciones democráticas y allanó el camino hacia el populismo y el autoritarismo, aprovechando el clima de miedo. La ausencia de un cambio genuinamente transformador permitió que la extrema derecha aprovechara las inestabilidades socioeconómicas y ganara terreno en el mundo entero, ya que, siempre que los grupos de bajos ingresos sufren (como ocurre actualmente con la crisis en el costo de vida), los partidos xenófobos sacan provecho de sus problemas y culpan a “otros”.

Sin embargo, los fracasos políticos del pasado y las promesas populistas incumplidas ofrecen una oportunidad para repensar y reestructurar de raíz el sistema capitalista actual. A la hora de trazar una hoja de ruta para semejante cambio de sistema, hay que pensar no solo en la redistribución sino también en la creación de riqueza y valor. El objetivo no puede limitarse a mitigar el daño de las crisis actuales, y los argumentos progresistas contra la austeridad deben ir más allá del tradicional clamor por los proyectos de rápida implementación: lo que realmente hace falta es un cambio sistémico y transformacional para generar un futuro sólido, sostenible e inclusivo. Necesitamos nuevas ideas e instituciones para limitar el catastrófico calentamiento global, reducir la brecha entre los ricos y los pobres, y revertir la implacable financiarización de la economía. Otro capitalismo tiene que ser posible ofrece una recopilación plural de evaluaciones honestas y proyecciones audaces para el capitalismo del siglo XXI que actualmente son aún más relevantes que cuando se publicó el libro. Cada capítulo aborda aspectos importantes de los problemas del capitalismo contemporáneo.

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La maximización del valor para los accionistas ha atentado contra el crecimiento económico sostenido, entre otros motivos porque fomenta las ganancias a corto plazo para los accionistas en detrimento de las ganancias a largo plazo para las empresas, un desarrollo estrechamente vinculado con la cada vez mayor influencia de los administradores de fondos que buscan rentabilidades para ellos y para sus clientes. En el capítulo sobre los costos del cortoplacismo, planteamos que el mundo se volvió miope. Hoy en día, podemos notar que esto se refleja en la financiarización cada vez mayor de la economía.

En primer lugar, el sector financiero sigue invirtiendo, sobre todo en finanzas, seguros y bienes raíces; es decir, invierte en sí mismo y no en bienes como infraestructura e innovación. Por ejemplo, el exceso de préstamos en el sistema (que solo aumentó durante la pandemia de covid-19) hizo que la cantidad de deuda privada, y en particular la deuda de los hogares, creciera a niveles récord. Y como el consumo de los hogares aumentó más que el ingreso disponible, el sector financiero cubrió la brecha con crédito, y de ese modo consolidó su expansión. Las rentas y los pagos de intereses aumentaron, y con ello la concentración de ingresos y riqueza en el sector financiero y en los más ricos. Para que verdaderamente sea posible otro capitalismo, hay que transformar el sector financiero, de modo que genere valor para todos.

En segundo lugar, las empresas que no ofrecen servicios financieros, como aquellas que se dedican a la manufactura, ahora gastan más en recompras de acciones y reparto de dividendos que en capital humano, maquinaria e I+D. El índice de recompra de Standard&Poor’s (conocido como S&P 500), que mide el rendimiento de las cien acciones con mayor ratio de recompra, aumentó en un 231% los últimos diez años y en un 692% los últimos veinte. Si bien las recompras impulsan el precio de las acciones en el corto plazo, estas operaciones limitan las posibilidades de una empresa para reinvertir en sus capacidades, y afecta la productividad a largo plazo.

La combinación de estos dos factores deja en desventaja a la mayor parte de la sociedad. La reorientación insuficiente de las finanzas hacia la economía real y el trabajo es responsable de la ampliación de la brecha entre quienes poseen capital y quienes no. Dado que la remuneración de los ejecutivos suele depender en gran medida de la cotización de las acciones, la recompra de esos títulos es uno de los factores que explican el aumento de la relación entre la remuneración de quienes ocupan estos cargos y los ingresos de los trabajadores. La mayor amenaza contra el empleo es la falta de reinversión, no los robots y la inteligencia artificial, como se suele afirmar. La priorización del valor para los accionistas y la remuneración de los ejecutivos mediante la recompra de acciones implican una decisión activa de no distribuir el valor creado entre los asalariados.

Está más claro que nunca que los mercados no van a encontrar la dirección correcta por sí mismos, y que solo habrá progreso verdadero cuando el propósito público y la gobernanza de las partes interesadas se vuelvan centrales para la forma en que se dirigen las organizaciones y en cómo interactúan.

Al mismo tiempo, la tercerización de los servicios públicos socavó la capacidad de los administradores públicos para innovar en los procesos de creación de valor estatales, así como el aprendizaje a partir de rutinas que contribuye  significativamente a la innovación. Las mismas ideas neoliberales que describimos en otro de los capítulos siguen impulsando la tercerización de los servicios públicos, que no ha hecho más que aumentar en escala y alcance.

Sin embargo, desde que se publicó el libro también pudo verse que se sigue considerando que los Estados son vehículos legítimos para promover los intereses comunes. Las regulaciones económicas desempeñaron un papel central en la respuesta a la pandemia de covid-19, desde la coordinación de los sistemas nacionales de testeo hasta la distribución de planes de apoyo a los ingresos y el despliegue de programas de vacunación. Nos enfrentamos a la oportunidad de reconfigurar el papel del Estado en la economía como actor clave en la creación de valor público, capaz de moldear los mercados para abordar los “grandes desafíos sociales” mediante una política de innovación orientada a misiones. Para superar la tendencia a la tercerización de los servicios básicos de la administración, el Estado podría involucrarse aún más en la producción de valor público; ahora, con este espíritu, los gobiernos tienen la oportunidad de lograr un cambio real. Quiero destacar y ofrecer más contexto sobre tres áreas de atención importantes para los gobiernos que se mencionan en las contribuciones de Otro capitalismo tiene que ser posible.

En primer lugar, para poner en práctica políticas innovadoras, los gobiernos tienen que invertir en la administración pública y así desarrollar nuevas capacidades dentro de las instituciones públicas. Los gobiernos desempeñan un papel fundamental a la hora de proporcionar un canal sólido y constante para la inversión, que garantice que la regulación y la innovación converjan en una “vía verde” que haga frente al cambio climático. Facilitar los procesos de aprendizaje basados en la práctica dentro de las instituciones gubernamentales en vez de tercerizar las competencias clave puede ayudar a hacer realidad la estrategia de un sector público audaz. Si se crean el conocimiento y el espacio para políticas novedosas, se generará una cartera cada vez mayor de lecciones aprendidas y se habilitarán nuevas sinergias entre los sectores y dentro de ellos. Esto requiere, entre otras cosas, la capacidad de adaptarse y aprender, de lograr una congruencia entre los servicios públicos y las necesidades de los ciudadanos, de administrar sistemas de producción resilientes y gestionar los datos y las plataformas digitales. Afrontar riesgos es un ingrediente esencial para la innovación radical. De hecho, como expuse en un libro anterior, el Estado emprendedor desempeñó un papel fundamental en las innovaciones más revolucionarias del capitalismo moderno, como el GPS o internet.

En el capítulo “Capitalismo, tecnología y una edad de oro global verde”, ofrecemos otro análisis oportuno de cómo los gobiernos dirigieron las revoluciones e innovaciones tecnológicas del pasado, y sostenemos que el sector financiero tiene que volver a acoplarse a la economía de producción para generar el cambio de paradigma necesario. En este sentido, el compromiso de no utilizar paraísos fiscales, de invertir en la formación de los trabajadores, o bien de reducir los niveles de emisión de carbono a cambio del acceso a tecnologías financiadas con fondos públicos o subsidios, puede convertirse en la norma.

En segundo lugar, los gobiernos pueden beneficiarse de la adopción de una política industrial orientada a misiones que les permita hacer frente a los mayores desafíos económicos, sociales y ambientales de nuestros días. Esto significa alejarse de las políticas industriales del siglo XX centradas en la tecnología y en los sectores, que consistían en “elegir a los ganadores”, y apoyar a los sectores basados en recursos naturales, para adoptar un enfoque económico que involucre a múltiples ministerios y sectores para dar respuesta de una manera más coordinada, colaborativa y “pangubernamental” a los principales desafíos. Un enfoque orientado a misiones se centra en las problemáticas que requieren la participación de todos los sectores. En otras palabras, la política debe diseñarse no para elegir ciertos sectores o tecnologías como “ganadores”, sino para optar por aquellos que estén mejor dispuestos, mediante el apoyo condicionado a que las empresas avancen en la dirección correcta. Una estrategia exitosa en materia de clima, por ejemplo, requiere no solo nuevas formas de energía renovable, sino también nuevos servicios digitales verdes, nuevas formas de aseguramientos, nuevos tipos de materiales y una serie de procesos que faciliten la reducción de la carga del material en todas las manufacturas, desde el acero hasta el cemento. Como explicamos con detenimiento y alarma en un capítulo, para enfrentar la crisis climática tenemos que repensar a fondo nuestro sistema económico.

Se necesitan políticas públicas sólidas para dirigir la economía hacia un futuro sostenible.

En una economía orientada a determinadas misiones, todos los instrumentos de los que disponen los gobiernos pueden usarse para catalizar la innovación inclusiva de abajo arriba, dejando espacio para la disputa y la adaptabilidad. Nuevas medidas e instrumentos políticos permitirían a los gobiernos trabajar de manera diferente con el sector privado y medir su impacto dinámicamente (por ejemplo, al presupuestar y contratar en función de resultados). Los gobiernos deben evaluar las organizaciones que financian y con las que se asocian teniendo en cuenta si sus acciones se traducen en resultados positivos concretos para la mayor cantidad de personas en diferentes empresas, sectores y países. El establecimiento de nuevas métricas y normas rigurosas para la evaluación dinámica de las políticas es un paso crucial en esta dirección. Además, las misiones ambiciosas podrían no seguir una estructura vertical y centralizada, sino permitir tipos de innovación y experimentación horizontales y descentralizados. La flexibilidad de las organizaciones y la colaboración horizontal permiten procesos de disputa activa y adaptabilidad. Los movimientos sociales pueden desempeñar un papel fundamental en la configuración de estos procesos de abajo arriba.

Así, los desafíos y problemas pueden convertirse en estrategias de inversión e innovación, con procesos de transformación en el centro. Los sectores basados en recursos naturales ya no deben ser tratados como sectores “ricos en recursos” a proteger, sino como plataformas clave para estimular nuevas formas de inversión, producción y distribución. Ya se trate de la minería, la industria siderúrgica o la industria cementera, la reducción de la carga del material requiere  inversiones e innovaciones que generen puestos de trabajo, competencias y servicios futuros, para así distribuir los beneficios de la innovación económica entre un sector más amplio de la población.

En tercer lugar, para encarar el desafío que este libro plantea –precisamente, que otro capitalismo tiene que ser posible–, debemos cambiar las relaciones entre los gobiernos, las empresas y la sociedad civil. Es necesario un nuevo contrato social entre el sector público y el privado que reduzca la extracción de rentas y aumente la inversión. Es posible cuestionar la acumulación de riqueza por parte de unos pocos si los beneficios generados por las inversiones se comparten entre una mayor cantidad de personas. Si bien las medidas redistributivas, como los impuestos progresivos sobre la renta, son importantes en sí mismas, no afrontan el mayor desafío: reconocer el carácter colectivo de la creación de valor y la consiguiente necesidad de compartir los rendimientos de manera más equitativa. Comprender la diferencia entre la creación de valor y la extracción de valor es esencial para la viabilidad futura del capitalismo.

Repensar la relación entre las empresas y el Estado requiere un cambio en los modelos de negocio (más centrados en el valor para las partes interesadas), así como en la forma de gobernar del sector público con una coinversión real en diferentes tipos de tecnología, capacidades e infraestructura. En efecto, no hay mejor manera de luchar contra la desigualdad que hacerlo desde la vertiente de la producción, creando valor de un modo diferente con una relación simbiótica y dinámica entre todos los actores. Aprovechar instrumentos como las subvenciones, los préstamos y la contratación pública, y condicionarlos a resultados económicos sostenibles y justos, puede ayudar a dirigir la economía de forma proactiva para afrontar los grandes desafíos de nuestro tiempo. Por ejemplo, durante la pandemia de covid-19, el gobierno francés supeditó sus rescates a Renault y Air France-KLM a compromisos de reducción de emisiones. Asimismo, Francia, Bélgica, Dinamarca y Polonia negaron la ayuda estatal a cualquier empresa con domicilio en un paraíso fiscal designado por la Unión Europea.

Las instituciones públicas pueden recuperar el papel que les corresponde como servidores del bien común. Los últimos años demostraron que los bancos públicos, como el Banco Europeo de Inversiones (BEI), siguen teniendo un papel crucial a la hora de orientar la financiación hacia ámbitos socialmente valiosos como la economía verde. El enfoque de innovación orientada a misiones adoptado por la Comisión Europea ofrece la oportunidad de diseñar este plan para enfrentar los problemas complejos de hoy y mañana. Las misiones del programa Horizonte Europa 2021-2027 ponen en primer plano la direccionalidad de la innovación y el crecimiento económico mediante un presupuesto a largo plazo de 1.211.000.000 de euros. Sobre todo cuando se considera la transición ecológica, el papel de las finanzas (en especial, del Banco Europeo de Inversiones) es crucial para apoyar la direccionalidad ecológica y circular necesaria para las políticas de innovación orientadas a misiones. El programa de recuperación “Próxima Generación UE” (NGEU, por sus iniciales en inglés) incluye condiciones e inversión pública en digitalización y cuestiones climáticas, y la magnitud de los fondos disponibles no tiene precedentes. Es más necesario que nunca alinear estratégicamente las economías con los objetivos de mitigación del cambio climático. Esto significa una mayor coordinación entre la política financiera, la estrategia industrial, la política de innovación y los estímulos fiscales.

En definitiva, este es el momento de construir gobiernos con capacidades sólidas y herramientas dinámicas y orientadas a resultados, así como un nuevo contrato social con el sector privado. Al reunir todos  estos hilos, Otro capitalismo tiene que ser posible es una lectura esencial para cualquier persona que desee reformar el sistema actual, ya sea mediante la investigación, la formulación de políticas, la innovación o la inversión. Se trata de una importante crítica del capitalismo que combina análisis perspicaces de un statu quo problemático con directrices concretas sobre los caminos para llegar al cambio.

 

☛ Título: Otro capitalismo tiene que ser posible

☛ Autores:  Mariana Mazzucato, Michael Jacobs

☛ Editorial: SXXI Editores
 

Datos de los autores 

Mariana Mazzucato es economista ítalo-estadounidense. Profesora de Economía de la Innovación y Valor Público y directora del Instituto para Innovación y Propósito Público en el Colegio Universitario de Londres. Entre otros reconocimientos, en 2021 recibió la orden al mérito de la República Italiana, la distinción más alta que otorga ese país.

Michael Jacobs es profesor en la Escuela de Políticas Públicas y en el Departamento de Ciencia Política del Colegio Universitario de Londres. Economista ambiental y especialista en Teoría Política, se ha abocado a estudiar la economía política del cambio climático.