Añorado como el espacio de reconocimiento de una generación de escritores o vapuleado como “tábano infernal”, el diario Crítica es un tema obligado en los diversos trabajos que reflexionan sobre las primeras décadas de este siglo. No sólo en autobiografías, memorias y reportajes, textos de historia y política, de crítica literaria y análisis cultural, sino también en cuentos, novelas y ensayos, la mención de Crítica es perturbadoramente recurrente: que todo reportaje a escritores de la década del 20 tenga como referencia obligada la redacción en el mítico edificio de la calle Sarmiento, o que los periodistas que pasaron por sus páginas hayan escrito memorias que reconstruyen una experiencia que consideran única, prueba hasta qué punto Crítica ha dejado de ser sólo el nombre del primer diario sensacionalista para convertirse en un espacio de producción cultural particularmente denso, que aglutina experiencias, discursos, tópicos en los cuales se reconoce toda una época. A partir de la historia de un vespertino, esta suma de textos o fragmentos sobre Crítica ha configurado el contorno de un mito que adquiere su grado de verdad de difusas y contradictorias versiones orales y ficcionales.
Las primeras versiones escritas sobre el diario señalan el carácter sensacionalista y poco ético del quehacer periodístico de Botana: mientras Roberto Arlt se recuerda a sí mismo en el ámbito de Crítica como “uno de los cuatro encargados de la nota carnicera y truculenta”, obligado a ser testigo de todo “crimen, fractura, robo, asalto, violación, venganza, incendio, estafa y hurto que se cometía”, para Manuel Gálvez, Crítica es un diario que “sólo busca la ganancia” al interpelar “al lector del bajo pueblo con sus relatos de crímenes, con su prédica en favor del comunismo ruso, con sus ataques a los dictadores fascistas, con su sentimentalismo tanguero y arrabalero”. En la reconstrucción ficcional y paródica que Leopoldo Marechal realiza de su generación en Adán Buenosayres, la redacción de Crítica no está ausente: en “la oscura ciudad de Cacodelphia”, los periodistas aparecen en una sección del séptimo infierno donde, en la figura de Adán Buenosayres, que ha sido periodista de Crítica, Marechal reconstruye su experiencia como redactor, coincidiendo con la opinión de Arlt: “Tenía que buscar la sangre de cada día, para que los lectores de la sexta edición se la bebiesen antes de irse a la cama. Era preciso basurear en el crimen, recoger la salobre inmundicia de los cadáveres mutilados y la de las almas barrosas; luego adobarlo todo con la salsa melopicante de lo sentimental-pornográfico; y arrojarle por último a la bestia el manjar impreso en cuerpo siete, con grabados de anatomía patológica y abundantes lágrimas de cocodrilo”. La novela cristaliza, en un diálogo entre el periodista y su director, el ya mítico suceso de las cajitas de fósforos como anécdota ejemplificadora del chantaje del que era capaz Botana para adquirir avisos comerciales o dinero:
“—No soy un contador de sílabas –protesté–. Con los dedos contaba yo los fósforos de aquellas cajas de cinco centavos.
”—¿Fósforos? –dijo él–. No recuerdo.
”—Las cajas deberían traer cuarenta y cinco fósforos. Usted me ordenó contarlos. Descubrí que algunas cajas no traían sino cuarenta y cuatro. Se amenazó a los fabricantes con publicar la denuncia. ‘¡Un fósforo robado al consumidor!’. Los fabricantes pagaron el silencio. Y colorín, colorado. (…) He visto día y noche, su antesala llena de personajes acosados: banqueros, políticos, delincuentes, profesionales, hombres de oblicua mirada que iban, jefe, a suplicarle una discreción venal o un slencio de cuatro cifras”.
A estas versiones que se originan en la etapa de esplendor del diario, a partir de finales de la década del 60, se suman artículos y libros sobre el periodismo porteño de escritores y periodistas. En medio de un contexto crítico proclive al estudio de géneros menores, medios masivos y diferentes modalidades de la cultura propular argentina en el ámbito de los análisis históricos, literarios y académicos, estos textos buscan intervenir en el debate desde la propia experiencia y la memoria, en un aporte de datos e información que sirven de fuente a los diferentes acercamientos existentes de una historia del periodismo escrito en la Argentina. La lista es numéricamente asombrosa; en ella, cada texto funciona como disparador del siguiente, entablando un diálogo donde se retoman anécdotas desde diferentes puntos de vista o se disputa acerca de la veracidad de alguna afirmación.
La serie se incia en 1968 con La inolvidable bohemia porteña. Radiografía ciudadana del primer cuarto de siglo de José Antonio Saldías, un texto autobiográfico que recorre la vida cultural y artística de las tres primeras décadas de este siglo, a través de sus personajes e instituciones más significativas, entre ellas, el ámbito periodístico. Saldías narra los tropiezos iniciales de la fundación de Crítica y dedica particular atención a la creación de un nuevo formato de página policial. El acento, como en los libros posteriores, está puesto en la alta popularidad de Crítica desde su salida a la calle y en la revolución que implicó en las costumbres periodísticas de la época: “Se trataba de un diario profundamente vinculado al pueblo. Ahí estaba el secreto de Botana. Se trataba de hacer un diario que acostumbrara al lector a considerarlo como suyo. Que el redactor escribiera con entera libertad, sintiéndose cómodo. Que fuera encarando primero las minucias, después los problemas populares, bregando por conquistar, para los humildes, bienestar y justicia. Un diario que combatiera los grandes focos del privilegio”.
Al año siguiente, Horacio Ferrer y Alejandro Sáez Germain publican en la revista Gente el artículo “Crítica. Una época de Argentina. Su historia, su grandeza y su caída”, una extensa nota que, con material gráfico, entrevistas y una cuidadosa investigación, reconstruye la historia de Crítica desde su salida a la calle hasta la muerte de Natalio Botana, el 7 de agosto de 1941. Ferrer y Sáez Germain se detienen en los momentos clave de la trayectoria del diario y en la biografía de su director a partir de los testimonios y las versiones orales, reales o ficticias, poniendo en escena los juicios contradictorios que tornan, por momentos, inaprensible una historia inequívoca.
En probable diálogo con este artículo, a finales de ese año, Raúl González Tuñón publica en Todo es Historia su artículo “Crítica y los años veinte” (cuyas hipótesis se reiteran en Conversaciones con Raúl González Tuñón). González Tuñón exalta la etapa “romántica” de la historia del diario, que “va desde los últimos años en la casa de la calle Sarmiento hasta los primeros del 30”, recuperando, por medio de anécdotas deshilvanadas, la novedad de los formatos periodísticos y la importancia de su gran equipo de periodistas. Como Saldías, recupera su alta popularidad, señala como responsables de las versiones contrarias al diario a los sectores nacionalistas, centralmente a Leopoldo Lugones (hijo) y lee la participación de Botana en la preparación del golpe del 30 como producto de su misma popularidad: “Botana estaba directamente involucrado en la revolución más por espíritu deportivo que por convicción y porque el diario era una caja de resonancias y la impopularidad de Yrigoyen se había acentuado, especialmente en los últimos días de su gobierno, a causa de algunos graves desaciertos: contradicciones, la muerte de un estudiante y la insólita clausura de Crítica en la tarde del 5 de septiembre. Botana se embarcó con los golpistas del día 6 cometiendo un error que luego debería pagar con el cierre del diario por Uriburu y el exilio”.
Como recuerdo del sexagésimo aniversario de la fundación de Crítica, en 1973, Aníbal Vinelli publica en La Opinión Cultural un extenso y bien documentado artículo titulado “Crítica, la oveja negra del periodismo argentino”, donde resalta los hitos que hicieron de Crítica un diario popular y a la vez de avanzada dentro del campo periodístico de su época –las historietas en colores, los suplementos especiales donde colaboraban conocidos escritores, la divulgación del deporte, la inclusión de servicios de varias agencias noticiosas para brindar variedad de información, los picos de circulación que alcanzaron en algún momento los 800 mil ejemplares– y subraya el espíritu bohemio de su director así como su ataque sistemático tanto al fascismo de Mussolini y de Hitler como al imperialismo norteamericano.
Tres años más tarde, la revista Crisis dedica una nota a las colaboraciones de Jorge Luis Borges en el Suplemento Multicolor de los sábados que Crítica lanza a la calle en agosto de 1933, dirigido por Borges y Ulyses Petit de Murat. La nota tiene como eje un artículo de Jorge B. Rivera titulado “Los juegos de un tímido: Borges en el suplemento de Crítica”, primer artículo crítico sobre la producción cultural del diario, en el cual la sagaz mirada de Rivera permite leer la producción borgeana en el cruce con discursos provenientes de los medios masivos de comunicación.
Al año siguiente, en 1977, aparecen tres libros dedidados a Crítica: 100.000 ejemplares por hora. Memorias de un redactor de Crítica, el diario de Botana, de Roberto Tálice; Memorias. Tras los dientes del perro, de Helvio Botana; y Crítica: un tábano inmortal, del cronista policial Gustavo Germán González. El extenso libro de Tálice recostruye minuciosamente su paso por Crítica desde 1927 hasta días después del golpe de 1930. Narra los entretelones de la preparación de cada noticia y la trastienda del periódico, a partir de anécdotas, diálogos o suceso, heroicos por momentos, que configuran una experiencia colectiva que hizo de la mítica cifra de “100 mil ejemplares por hora” el resultado de un esfuerzo juvenil, vanguardista y revolucionario que se tradujo en un periodismo “a tono de las vibraciones populares”, capaz de innovar tanto en el contenido como en la introducción de nuevos formatos a la prensa de todo el período. Helvio Botana, en cambio, escribe un desordenado libro de memorias que abarca desde 1915 hasta 1984 y recorre desde su vida personal hasta su actuación política, pasando pr los entretelones del diario de su padre y su relación con escritores, intelectuales y políticos del período. Su versión del nacimiento de Crítica, del cual no ha sido testigo pero que conoce a través de la historia familiar, no coincide con la presentada por Saldías: mientras para éste el diario sale a la calle con el dinero del doctor Berro, hijo del ex presidente uruguayo, en la versión de Helvio Botana el dinero proviene de cartas de recomendación de Marcelo Ugarte, hipótesis verosímil si se tienen en cuenta las afirmaciones y los irónicos comentarios que publica La Protesta durante el primer año del diario, en los cuales se señala a Ugarte como sostén económico de Crítica. Por último, González escribe una historia de Crítica basándose en su experiencia como cronista policial y en los textos ya escritos sobre el diario. Nuevamente, el acento está puesto en la revolución de las costumbres periodísticas y en el masivo apoyo popular que cada una de las campañas del diario suscitaba en la masa de la población porteña. Parte de este texto es retomado en el reportaje que José Barcia le realiza en 1979 sobre el bajo mundo porteño, el delito y el crimen, la venta de cocaína y la trata de blancas. Barcia se hace cargo de “la imagen casi legendaria y hasta mitológica del diario Crítica”, construida por “notas periodísticas aparecidas sobre todo en revistas y libros de memorias de viejos redactores de la prensa porteña”, corpus al cual se sumaría este reportaje (…)
(…) En estos textos y en las versiones orales no escritas, renovación periodística y chantaje, revolución de formatos periodísticos y demagogia populista son los rasgos que han consolidado una imagen de Crítica que se actualiza a la hora de pensar su actuación política.
Paradójicamente, son sus enemigos políticos –principalmente los escritores y periodistas nacionalistas– los que han sobredimensionado su poder de convocatoria al considerarlo un factor decisivo a la hora de medir los resultados de una campaña política. Así, Manuel Gálvez considera que el triunfo electoral del radicalismo en 1928 responde no tanto a la habilidad política de Hipólito Yrigoyen, a sus méritos personales o a la actuación partidaria, como a la propaganda realizada desde las páginas de Crítica: “Seiscientos mil hombres, por lo menos, de los que votaron por Yrigoyen, ya que apenas el resto estaría afiliado al radicalismo, no se hubieran enterado de cuanto había que enterarse sin el diario que hizo triunfar al candidato del pueblo. Los discursos callejeros, los carteles pegados en las paredes, el proselitismo ferviente del afiliado, no bastan como elementos de propaganda. Para lograr tan enorme concurso de votos es necesario el periódico que cotidianamente, en tiradas de doscientos o de trescientos mil ejemplares, difunda por todos los rincones del país los méritos del candidato y los defectos del contrario”.
Esta versión, que atribuye un poder casi omnímodo a los 300 mil ejemplares de Crítica, es la que ha prevalecido en los numerosos trabajos historiográficos que analizan la actuación de la prensa en el golpe de Estado de 1930, sobre todo a partir de la imagen de Crítica que los sectores nacionalistas presentan a lo largo de la década del 30 en intervenciones en la Cámara de Diputados, noticias aparecidas en pasquines de derecha o conferencias públicas. Su portavoz más visible es Leopoldo Lugones ¿hijo?, que en 1933, desde el diario nacionalista Bandera Argentina, dedica una larga serie de notas a narrar los entretelones y efectos de la clausura del diario bajo el gobierno uriburista, transcribiendo gran parte de los interrogatorios policiales. Lugones (h) describe el temor que cubrió al gabinete de Uriburu cuando se supo que Crítica sería clausurado y representa un universo político timorato y obsecuente de Botana, al que se acercan políticos de los más variados espectros ideológicos, en busca de protección, llegando a la brutal conclusión de que “puede afirmarse, sin ser temerario, que en este instante gobiernan a la República Argentina los amigos de Natalio Botana: el doctor Carlés buscó la amistad de Botana, cosa de la que no hay que alarmarse en exceso; el señor general de división don Agustín P. Justo hizo lo mismo. Todo puede creerse de mí, menos que yo resulte un defensor del director de Crítica; pero la justicia de mis sentimientos me obliga a sostener lo siguiente: no es Botana el que busca el acercamiento a los políticos, sino que son éstos quienes piden su amistad y espontáneamente olvidan las burlas, las insidias y las injurias, para compartir poco después la mesa bien tendida del uruguayo. Tal es el caso de los socialistas independientes, de los justistas y del mismo señor general Justo.