El colonialismo de datos se apropia para su explotación rentable de un recurso que no empezó a ser objeto de apropiación universal hasta hace dos décadas: los datos. Según una definición autorizada, los datos son el “material producido como resultado de abstraer el mundo en categorías, medidas y otras formas de representación […] que constituyen los bloques de construcción a partir de los cuales se crean la información y el conocimiento”. Más aún, la vida humana, y en particular la vida social humana, se construye cada vez más de modo que genere datos de los que se puedan extraer beneficios. De este modo, se necesita efectuar un control y una vigilancia de cada vez “más vida”, eliminando los límites que antes existían entre la vida interna y las fuerzas externas. En este doble sentido, la vida humana es apropiada a través de los datos y se convierte en otra cosa, en un proceso ligado a procedimientos externos de extracción de datos.
El capitalismo puede explotar muchas fuentes diferentes de datos. Cualquier ordenador, cualquier dispositivo con un ordenador incorporado o cualquier entidad que sea legible por un sensor con capacidad de cálculo puede generar datos para este fin. Las fuentes de datos pueden ser procesos, cosas o personas, así como las interacciones entre cualquiera de estas fuentes. La extracción de valor a partir de los datos es igualmente indiferente a su origen. El capitalismo, como organización sistemática de la extracción de valor, tiene un solo objetivo en relación con los datos: maximizar la producción de valor a través de la extracción de datos, por lo que, en principio, le importan poco las fuentes y los tipos de datos explotados.
Las posibilidades actuales de extracción de datos se derivan de la conexión entre ordenadores. La necesidad de que los seres humanos y las cosas se “conecten” es común a las empresas de Occidente y de Oriente. El énfasis de Facebook en el valor de la conexión es bien conocido: Zu-ckerberg, antes de la primera oferta pública de acciones de Facebook, les escribió a los inversores diciendo que Facebook “no se creó originalmente para ser una empresa”, sino “para hacer el mundo más abierto y conectado”. La carta abierta de 2017 de “Pony” Ma Huateng, director general de la empresa china Tencent, es más clara, sin embargo, sobre lo que está en juego para la sociedad en general: “Con la plena digitalización de la economía real y de la sociedad, no solo necesitamos reducir las ‘islas de información’ mediante más conexiones, sino también lograr una optimización continua de la comunicación y la colaboración a través de mejores conexiones”. La conexión, en otras palabras, genera sociedades y economías integradas y ordenadas en un grado sin precedentes.
Los datos amplían los recursos de producción disponibles para el capital. Si, siguiendo a Marx, entendemos el capital no como acumulaciones estáticas de valor y recursos, sino como “valor en movimiento”, entonces la apropiación de datos inaugura nuevas maneras de formar el capital a través de la circulación y el comercio de rastros informativos (datos). Pero el comercio de datos es solo una parte de una gama más amplia por la que el capital llega a relacionarse con todo el mundo, incluidos los mundos de la experiencia humana, como su recurso extractivo. “Me parece que hemos exprimido todo el jugo posible de la información interna”, dijo el director general de la empresa de datos estadounidense Recorded Future 47. El paso a las fuentes de datos externas ha cambiado la razón de ser de los negocios, al tiempo que, en apariencia, hace que “las organizaciones sean más inteligentes y productivas”. Los seres humanos no pueden permanecer ajenos, ya que, en palabras de Thomas Davenport, uno de los principales analistas estadounidenses del negocio de los datos, “los seres humanos están cada vez más expuestos a sensores de datos” y “los datos que provienen de sensores están aquí para quedarse”. Los sensores pueden detectar todos los datos relevantes en el punto del espacio en el que están instalados o en sus alrededores. La “sensorización” se está convirtiendo en un modelo general de conocimiento en cualquier ámbito, por ejemplo, en la tan mentada “ciudad inteligente”.
Los sensores nunca funcionan de forma aislada, sino que están conectados en redes más amplias que cubren una superficie cada vez mayor del planeta. Todas las relaciones comerciales se reorganizan en el proceso, y nuevos tipos de negocios (para vender y controlar los flujos de datos y para gestionar la nueva infraestructura de procesamiento y almacenamiento de datos) se vuelven poderosos. Esto afecta a todo tipo de negocios, no solo a las plataformas de las redes sociales. Como dijo un directivo de una empresa, “ganamos más dinero vendiendo datos a empresas de redifusión de datos al por menor que vendiendo carne”. Es demasiado fácil ver esto como un simple cambio dentro de los modos de operación del capitalismo, olvidando que el costo es siempre la expansión de los regímenes de vigilancia que se entrometen en la autonomía de los seres humanos. Todas las nociones de autonomía, hasta ahora, han supuesto que los individuos tienen acceso a un espacio mínimo del yo que es su espacio de devenir. Pero el objetivo de la apropiación continua de datos se inmiscuye en ese espacio y cambia de forma decisiva las relaciones de la humanidad con las infraestructuras externas, borrando, potencialmente para siempre, la frontera entre el flujo de la experiencia humana y el entorno del poder económico que la rodea.
Sin embargo, no es fácil hacer operativas estas iniciativas. En primer lugar, está la cuestión de cómo se puede extraer valor económico de los datos. Los datos pueden venderse directamente, se pueden usar para aumentar el valor de la publicidad o pueden integrarse en la organización de otros flujos de productos o en la producción en general. Pero no es parte de nuestro argumento afirmar que la extracción de valor a partir de los datos es un éxito automático, solo queremos decir que este es cada vez más el objetivo del negocio. El impacto que ha tenido esto en la forma en que las empresas hablan de sí mismas ha sido profundo.
Cuando se trata del acceso, y ésta es la segunda complejidad, las empresas contemporáneas tienden a hablar de los datos como si estuvieran “ahí”, disponibles para su extracción y para la liberación de su potencial para la humanidad. En la historia del colonialismo, una reivindicación similar se expresaba en la doctrina legal de terra nullius. Se refería a tierras como el territorio ahora conocido como Australia, que supuestamente no pertenecían a “nadie” (nullius). La metáfora equivalente de hoy en día es la de los datos como el “residuo” que queda de los procesos vitales. Se supone que los datos están ahí, disponibles:
Verizon Wireless... no se diferencia de otros operadores de telefonía móvil que también disponen de una gran cantidad de información sobre los movimientos de sus clientes. Todos los teléfonos inalámbricos transmiten su ubicación... en señales de radio, y todos los operadores capturan la información. Ahora... Verizon vende información sobre la frecuencia en la que los usuarios de teléfonos móviles se encuentran en determinados lugares y sus actividades y antecedentes. Hasta ahora, los clientes han sido centros comerciales, propietarios de estadios y carteleras publicitarias.
Pero estas afirmaciones son construcciones acerca de cómo es y de cómo debería ser el mundo. Mientras tanto, la explotación de los datos, ahora que se ha descubierto que el mundo está lleno de ellos, es cada vez más sofisticada. El uso de la analítica de datos es central para economías enteras, incluyendo la producción cultural y de medios, que antes se centraba principalmente en el contenido. Davenport distingue tres fases en el desarrollo de la analítica de datos: mientras que la analítica inicial era esencialmente “descriptiva”, y recopilaba datos internos de las empresas para un análisis discreto, el período transcurrido desde 2005 ha visto la aparición de la capacidad de extraer valor de grandes conjuntos de datos externos e internos, no estructurados y cada vez más diversos, a través de la analítica “predictiva”, que encuentra patrones en lo que parece no tenerlos. La “analítica 3.0” actual utiliza la capacidad de procesamiento a gran escala para extraer valor de una gran variedad de combinaciones de conjuntos de datos, lo que da lugar a una “analítica prescriptiva” que “integra la analítica en todos los procesos y en el comportamiento de los empleados”. Una vez que el capitalismo considera el mundo como un dominio que puede y por lo tanto debe ser objeto de un rastreo exhaustivo y de una explotación que garantice más beneficios, todos los procesos vitales que subyacen al proceso de producción (pensar, actuar, consumir y trabajar en todas sus dimensiones y condiciones previas) deben ser también totalmente controlados. Este principio, que la conexión tecnológica hace posible, es el motor que impulsa la capitalización de la vida humana en su forma del siglo XXI, y su ámbito va mucho más allá de las plataformas de las redes sociales.
Sin embargo, internet se desarrolló en el contexto de los valores de libertad y mejora cognitiva humana característicos de la contracultura estadounidense de los años sesenta. No es de extrañar que haya habido cierta resistencia a la evidente dependencia del capitalismo de la extracción de datos de la vida humana. La vigilancia claramente no es una ventaja para los ciudadanos (excepto como una forma temporaria de contrarrestar amenazas graves), por lo que debe ser replanteada o disimulada. Este es precisamente el origen de las contradicciones más interesantes del colonialismo de datos. Resulta inquietante, pero no infrecuente, encontrar el lenguaje de la libertad personal mezclado con la lógica de la vigilancia, como en el lema del fabricante de software de reconocimiento facial, Facefirst: “Crear un planeta más seguro y personalizado a través de la tecnología de reconocimiento facial”. Google, por su parte, comercializa Nest Hello, un timbre con video que incluye tecnología de reconocimiento facial, y Amazon tiene su propio servicio de reconocimiento facial que se llama, sin más, Rekognition. En China, el software de reconocimiento facial se está convirtiendo en la nueva forma de pago de los clientes de la comida rápida y en una forma (¡menos genial!) de que las autoridades municipales controlen los espacios públicos. Pero en otros lugares, el malestar frente a lo que implica el reconocimiento facial para la democracia es cada vez mayor.
Como si se tratara de una respuesta, Apple, que obtiene enormes beneficios a través de un coto cerrado de dispositivos, proclama su negativa a recoger datos de los usuarios a través de esos dispositivos. Sin embargo, Apple rastrea a sus usuarios con muchos fines y, por lo tanto, no contradice la tendencia del colonialismo de datos, salvo que su modelo de negocio no depende, en general, de la venta de estos datos. De hecho, Apple recibe importantes sumas de dinero de Google por permitirle un acceso privilegiado a los usuarios de iPhone. Se generó una controversia cuando se demostró que los sistemas iOS y MacOS de Apple recopilaban información sobre la ubicación y la actividad de búsqueda de los usuarios. La posterior política de privacidad de Apple afirma que los datos recopilados “no se asociarán con la dirección IP [del usuario]”. Sin embargo, las funciones del iPhone siguen satisfaciendo las necesidades de vigilancia de los comerciantes. Tanto el servicio iBeacon como la aplicación Wallet integrada en el iPhone permiten notificaciones push de los vendedores.
La capacidad de respuesta a la preocupación que genera la vigilancia es también un argumento de venta para otros actores, al menos fuera de China. WhatsApp se distingue por su cifrado de mensajes de extremo a extremo, mientras que Snapchat hace desaparecer los mensajes que se publican en la red social, al menos de la vista de los usuarios, después de un breve período. Pero la situación real es más compleja. Aunque WhatsApp aseguraba que se había “construido... en torno al objetivo de saber lo menos posible sobre ti”, una publicación en el blog de la empresa tras la adquisición de WhatsApp por parte de Facebook, por un valor de 19 mil millones de dólares, admitía que su libro de registro de números de teléfono de clientes se conectaría con los sistemas de Facebook, una admisión que llevó a una multa de la Comisión Europea a Facebook y a una serie de acciones legales. Las propias condiciones de WhatsApp dejan claro que es probable que los usuarios cedan toda su libreta de direcciones del móvil cuando utilizan el servicio y hay pruebas de que WhatsApp también almacena metadatos sobre la hora, la duración y la ubicación de cada comunicación. Los mensajes que desaparecen de Snapchat han sido imitados por Instagram, que ahora también forma parte de Facebook, y la Comisión Federal de Comercio de los Estados Unidos le ha preguntado a Snapchat si las imágenes realmente desaparecen. Mientras tanto, puede que la creciente popularidad del bloqueo de anuncios publicitarios lo único que logre sea incentivar a los comerciantes a encontrar formas más inteligentes de rastrear a las personas para poder llegar a ellas con sus anuncios. Como señaló el director general de PageFair, una empresa que se especializa en este tipo de tácticas, “la tecnología de publicación de anuncios a prueba de manipulaciones ha madurado hasta el punto de que los editores pueden publicar anuncios en la web bloqueada”.
Independientemente de las resistencias y derogaciones locales, la extracción de datos de un mundo “naturalmente conectado” se ha convertido en algo básico para la propia naturaleza de las marcas: “Entender que los clientes están siempre conectados y consumiendo... les permite a los profesionales del marketing pensar en sus puntos de contacto digitales y offline como un posicionamiento de marca fluido e integrado”. Este concepto de una economía reforzada por las posibilidades de recopilación de datos creadas por la “conexión” es compartida tanto por el capitalismo de mercado como por el capitalismo de Estado. En China, es la conexión continua la que apuntala la visión del gobierno de “un sistema de ecología industrial Internet Plus, inteligente, orientado a los servicios y coordinado”, una estrategia que resulta funcional para el deseo de China de adquirir tanto una mayor independencia económica de Occidente como una mayor influencia dentro del capitalismo digital global. En la India, el sistema de identificación única Aadhaar, presentado en 2009, está creando nuevas y enormes oportunidades para la explotación de datos tanto por parte del gobierno como de las corporaciones, aunque se enfrenta a una mayor oposición de la sociedad civil que los desarrollos paralelos que se han producido hasta ahora en China. Este costo en términos de autonomía humana no es accidental sino intrínseco a las flamantes lógicas de conexión que entienden la vigilancia continua de los sujetos humanos no como algo excepcional sino como algo “natural”.
☛ Título: El costo de la conexión
☛ Autores: Nick Couldry y Ulises Mejias
☛ Editorial: Godot
Datos de los autores
Nick Couldry es sociólogo de los medios de comunicación y la cultura.
Es profesor de Comunicación Mediática y Teoría Social en la London School of Economics and Political Science, y desde 2017 es profesor asociado en el Berkman Klein Center for Internet and Society de Harvard.
Ulises Alí Mejias es profesor de Estudios de Comunicación en la Universidad Estatal de Nueva York, Campus Oswego.
Es un investigador de los medios cuyo trabajo abarca los estudios críticos de internet, la teoría y la ciencia de las redes, la sociología de la tecnología, y la economía política de los medios digitales.