Ser guía para las numerosas generaciones
Pocos libros y personajes disponen del privilegio de ser guía para numerosas generaciones como es El segundo sexo, y su autora, Simone de Beauvoir. Aun más, esos dos tomos persisten en interpelar sin pausa hasta el momento actual y preservan un poder libertario que todavía se ejerce sobre millones de lectorxs. Desde su aparición, El segundo sexo provocó amores, pasiones, omisiones y también odios irreconciliables.
En aquel Buenos Aires a horas del derrocamiento del segundo gobierno peronista, en 1955, el contenido revulsivo de El segundo sexo flotó en el vacío. Hubo que disponer de paciencia. Iniciados los 70, emergieron dos pequeños colectivos que centraron su accionar en la reflexión grupal: la Unión Feminista Argentina (UFA, 1970-1976) y el Movimiento de Liberación Femenina (MLF, 1972-1976). Fue en ese entorno histórico que este texto canónico comenzó su ruta. En nuestros lares, el mecenazgo de Simone y, en especial, la significativa relevancia de El segundo sexo no difieren al compararlos con lo que sucedía en el resto del continente o en España. Asimismo, en nuestro país el movimiento feminista estaba despuntando, aunque carecía de una fuerza cuantitativa que impulsara su visibilidad y, por cierto, era contemplado con algo de extrañeza. Si bien en estas tierras fue endeble en cuanto a sus formas organizativas y al mínimo impacto social provocado, no por ello se debería descartar su legado intelectual, que recogerá sus frutos a futuro. Mientras tanto, en este contexto arremetió con una pujanza arrolladora en las monumentales urbes del Norte el Movimiento de Liberación de la Mujer (Women’s Liberation Movement). No obstante, la cercanía de nuestros feminismos con el MLM fue fluctuante. En tanto aquel se referenciaba con una contrahegemonía cultural, una heterodoxia política y una lucha anticapitalista y colonial, en Argentina no fue así. En nuestra región primó la insurrección de las organizaciones político-armadas con el fin principal de la toma del poder, con un protagonismo significativo de mujeres que engrosaron las filas de los partidos políticos revolucionarios. También hubo una extendida tradición de participación femenina en las famosas insurrecciones obreras y estudiantiles.
En un gran número de militantes primaba un discurso en pie de igualdad con los varones, es decir, que en ese presente no se sentían discriminadas por ser mujeres, aunque la misma práctica y la cotidianidad se lo mostraran. No visualizaban que sus propios grupos de procedencia reproducían parcial o totalmente las concepciones tradicionales hegemónicas de una sociedad a la que se disponían a derrumbar junto a sus compañeros. En paralelo, irrumpían las corrientes feministas involucradas también en “una revolución”, pero de otra estirpe, tan disímiles entre unas y otras que por ello ambas no tuvieron intenciones de aproximación para entender los objetivos de largo alcance que encerraban sus proyectos. El feminismo local intentó también correr la cabeza desde el hueco oscuro de los anales y mirar otras contingencias, pero lo hizo con grandes vicisitudes.
En cuanto a nuestras lectoras de El segundo sexo, todas disponían de un perfil clásico de época: cobraban importancia las universitarias, las profesionales destacadas, las personalidades de la cultura y el arte y algunas también eran autodidactas. Varias representaban voces referenciales del feminismo histórico y muchas se sintieron interpeladas por ese texto inaugural, pero de manera personal. Aún no estaban dadas las condiciones políticas para una lectura comunitaria y colectiva de esa narrativa emancipatoria. Este es un dato fundamental para entender por qué El segundo sexo no tuvo auge en nuestro país a principios de los 70.
En realidad, tanto mujeres como varones llegaron a Simone por caminos diferentes, engarzándose de acuerdo a la multiplicidad facética de la escritora. (…)
Empezaremos con el testimonio del gran editor y librero Gregorio Schvartz, que fue quien se empecinó en publicar los dos tomos del famoso libro. En esos momentos, Buenos Aires era el centro difusor por excelencia de toda novedad cultural, que aseguraba su propagación por todo el mercado iberoamericano. Tanto es así que, durante la sangrienta dictadura de Francisco Franco, miles de españolas se iniciaron clandestinamente en su lectura a través de esta edición argentina.
Las declaraciones de Schvartz nos permitieron entender las causas que lo llevaron a publicar, en momentos previos a la caída del peronismo, un libro de dos tomos, escrito por una mujer que, a su vez, analizaba la condición de sus congéneres: “En esa etapa, empecé a editar ensayos sociales y filosóficos básicamente. Si bien no era muy importante nuestra editorial, me sorprendió que me aceptaran para publicarlo. Lo mío fue una quijotada, una corazonada, aunque Simone ya era una figura de estatura y yo intuía la importancia fundacional del libro. El verdadero impacto de venta lo tuvo a partir de los 60 y fue cabecera en muchos países como España, Colombia, Venezuela y México. Sucede que antiguamente no existía la crítica literaria como un género tan desarrollado como es en la actualidad. Antes la propaganda se hacía verbalmente. Ahora existen revistas y suplementos especializados para los lectores”. Si bien la resonancia era tal cual como lo planteaba Schvartz, hubo intentos de publicidad. Por ejemplo, Mónica Tarducci señala que “el 19 de diciembre de 1954 aparece en el diario La Prensa el aviso publicitario de El segundo sexo de Simone de Beauvoir”. En un recuadro destacado, la editorial Siglo Veinte anuncia: “La obra capital de Simone de Beauvoir y uno de los libros capitales de nuestro tiempo, dos tomos, 1.000 páginas”.
☛ Título: El segundo sexo en el Río de la Plata
☛ Compiladoras: Mabel Bellucci y Mariana Smaldone
☛ Editorial: Marea
Estereotipos sociales y acuerdos tácitos
El trabajo es considerado la actividad por excelencia que deben y necesitan realizar para sobrevivir tanto hombres como mujeres. Sin embargo, no a todos los individuos que realizan esta vital labor se les otorgan las mismas actividades, y por lo tanto los mismos beneficios.
Históricamente al hombre se lo ha considerado más apto y capacitado para desempeñar determinadas tareas, sobre todo en el ámbito gerencial, ya que socialmente se entiende que posee cualidades que lo distinguen, tales como su autoritarismo, entendido en sentido positivo al momento de otorgar puestos de poder, su razonabilidad, su capacidad de enfrentar riesgos y acertar, entre otros atributos.
Paralelamente, a la mujer se la suele entender como sensible, emocional y empática, en un sentido en el cual conectar emocionalmente con ciertas personas del ámbito laboral o asuntos que se suceden en el día a día afecta al resultado de sus acciones, ya que verter demasiada emoción es considerado negativo para los negocios.
Estas características negativistas y estereotípicas han sido, y siguen siendo en gran medida, limitantes para su desarrollo en los cargos en cuestión. Esto nos indica que al momento de juzgar el desempeño de una tarea, muchas veces lo primero que se juzga es el género de quien está en el cargo o aspira a estarlo.
Profundicemos algunos pilares fundamentales para examinar por qué las mujeres no han llegado aún a la cima en igual proporción que los hombres en sus respectivos ámbitos laborales, intentando brindar una explicación de carácter abarcativo al respecto. (…)
Partamos por diferenciar las categorías sexo y género. El primero es dado de manera biológica dividiendo a la población en hombres y mujeres. Mientras que el género corresponde a una construcción social sobre las expectativas, características y comportamientos que se esperan y ejercen. En pocas palabras, el género refiere a las diferencias psicológicas, sociales y culturales de los individuos.
Las características, predisposiciones y cualidades de las personas en muchas ocasiones, la gran mayoría, aún hoy siguen marcando las bases y pautas para ser referenciadas y contratadas para ocupar un puesto o ejercer un rol dentro de las empresas y organizaciones en búsquedas de líderes gerenciales. Es por eso que entender cuáles son las cualidades que se les atribuyen a los distintos géneros nos permitirá entender cuál es la situación de ellos en el mundo gerencial.
Mucho se escucha sobre algunos de los rasgos que caracterizan al hombre en las organizaciones, considerándolo como la mejor opción para liderar. Algunas de sus facetas, tales como la ambición, el cinismo, el autoritarismo, su alto nivel de competencia, la soberbia, la falta de escucha y su gran capacidad en la toma de decisiones efectivas, suelen identificarlo.
Françoise Contreras Torres estudia a la mujer en su función de líder describiéndola como insuficiente en lo que concierne a las habilidades de toma de decisión o a la competencia agresiva necesaria para triunfar en los negocios, ya que son percibidas como demasiado emocionales.
A su vez, podemos decir que hay un acuerdo tácito por el cual se le atribuyen a las mujeres como propias las habilidades blandas, como la empatía, la tendencia al compromiso y la inclusión de otras voces en el momento de tomar decisiones. Si bien hoy estas características tienen una mayor relevancia a la hora de ejercer el liderazgo gerencial, las mujeres siguen siendo percibidas como más sensibles y débiles, a diferencia de sus pares masculinos.
En este sentido, las mujeres estarían facilitando las relaciones interpersonales, serían más afectivas, emocionales y sensibles, mientras que los hombres acudirían más al control, a la agresividad, a la dominación, a la ambición y al individualismo (Torres, 2012). También, llegado el momento de resolver problemas complejos, mientras que los hombres utilizan el razonamiento, las mujeres recurren más al uso de estrategias verbales.
Por otra parte, a la mujer se la suele asociar a la familia, lo que conlleva pensar que no están preparadas para enfrentar el desafío que plantea la contraposición de la conjugación familia-trabajo. Si consideramos que ser mujer implica tener hijos y/o una familia de la que ocuparse, entonces las responsabilidades que se suman al ocupar un puesto gerencial parecieran obnubilar la eficacia que debiera ser el fin último de las acciones que se toman en una empresa.
Es importante destacar esas diferencias y entender que ellas no son más que estereotipos que delinean la visión que la sociedad tiene sobre la eficiencia de los líderes. Ahora bien, la pregunta sería: ¿cómo afecta la visión de estos estereotipos al rol de las mujeres en los puestos gerenciales?
Algunas de las consecuencias más contundentes son las prácticas que se aplican en las organizaciones para limitar el avance de la mujer en el campo profesional. Estas prácticas terminan moldeando la comunicación que las líderes femeninas eligen por el mero hecho de buscar encajar con los estándares que la sociedad impone para el estereotipo de líder gerencial, dejando a un lado su verdadero estilo personal.
Estos roles hombre-mujer toman mayor relevancia en el momento tan especial que estamos viviendo. La pandemia también nos ha enseñado sobre este punto. (...) La consultora McKinsey junto con Lean In (2020) detecta en sus estudios que más del 70% de los hombres declara compartir las responsabilidades del hogar con su pareja durante la pandemia, mientras que solo el 40% de las mujeres coincide con esa percepción. (…)
Esto tiene consecuencias en el estado físico-emocional de las mujeres, impactando en su vida personal y profesional. El 54% de las mujeres en funciones directivas declara estar exhausta y el 39% quemadas, mientras que solo el 41% y el 29%, respectivamente, de los hombres sienten de igual modo (McKinsey & Lean In, 2020). La pandemia en la cual estamos inmersos ha damnificado más a las mujeres que a los hombres, tanto en el ámbito personal como en el profesional.
☛ Título: Mujeres & negocios
☛ Autora: Andrea Linardi
☛ Editorial: Granica
El difícil ejercicio de ‘maternar’ a los niños
uiero compartir con los lectores la historia de amor y de desencuentro que mantengo con La maternidad y el encuentro con la propia sombra desde hace muchos años. Como todo vínculo afectivo establecido, esta “relación” no ha sido fácil y aun hoy me genera contradicciones, disgustos y alguna que otra alegría de vez en cuando. ¿Es posible mantener un amorío con un libro escrito por mí? Y en ese caso, ¿sería factible divorciarme de “él”? Fuera de broma, más de una vez he querido deshacerlo, anhelando que nadie nunca jamás entrara en contacto con este texto. ¿Qué pasó? Tomó vuelo propio. Dejó de pertenecerme. Como un niño crecido que se convirtió en un joven adulto e independiente que empezó a tomar sus propios riesgos y decisiones, comunicándose con los lectores como le dio la gana. E inversamente, con los lectores interpretando lo que a cada uno le encajaba.
También sucedió que durante todos estos años he madurado profesionalmente (en mi vida privada también, claro). Cada día encuentro nuevas palabras, afino la puntería, intento ser más directa, clara y concisa. Busco mejores sistemas para nombrar las realidades emocionales de los individuos y sigo inventando mecanismos cada vez más simples para abordar los universos emocionales. Propongo que los adultos asumamos con madurez los compromisos respecto a nuestras vidas, para que nuestras decisiones sean conscientes. Todo eso mientras el libro seguía “siendo” exactamente el mismo, es decir, cristalizado tal como fue escrito en el pasado. Entonces se produjo un franco desencuentro: entre los pensamientos y las palabras que empleaba “antes” y las que utilizo “ahora”.
Sin embargo, apareció un fenómeno más complejo. Muchísimas mujeres –y algunos varones– de diferentes países, culturas y modelos de vida me han confesado entre lágrimas que este libro “les cambió la vida”, que tiene magia, que los “salvó”, que fue un antes y un después, que se convirtió en su guía espiritual, que lo conservan como el mayor tesoro, y un montón de frases preciosas que siempre agradecí con amabilidad, pero nunca creí.
Al mismo tiempo, desde hace años recibo cotidianamente (no exagero, esto significa que recibo todos los días, absolutamente todos los días) un sinnúmero de mensajes de mujeres que han usado este libro desde el refugio más infantil posible: el de creer que “alguien” (en este caso yo, en calidad de autora) tiene las respuestas para cada pequeña dificultad cotidiana. Que soy “experta” en temas de crianza de los niños. Que defiendo el colecho, la lactancia prolongada o los partos en casa. Que tengo las respuestas justas para “aconsejar” a cada quién. Que estoy a favor de no sé qué y en contra de no sé cuánto. Sin embargo, nada de eso encontrarán en el presente libro.
Con inusitada frecuencia, estos textos han sido usados para librar batallas personales. Aquella mujer que “está a favor” porque se sintió identificada con alguna frase utiliza el libro como “aliado” para pelear contra una cuñada, una suegra o una vecina que está “en contra” de no sé muy bien qué.
Misteriosamente, esta obra ha sido manipulada hasta el hartazgo en guerras emocionales absurdas, fruto de interpretaciones infantiles que nada tienen que ver con la propuesta –presente en cada una de estas páginas– de indagarse más, para comprendernos mejor y para comprender al niño que tenemos a cargo. Han sido y siguen siendo tantos los pedidos de alianza disfrazados de ayuda, desde los rincones más infantiles e irresponsables, que pensé muchas veces en hacer desaparecer todo rastro de este libro.
Podría relatarles múltiples anécdotas y luchas ridículas que me han dejado atónita, supuestamente surgidas a partir de la “lectura” de estas páginas. Pero no voy a aburrirlos. Solo pretendo explicar que las “interpretaciones” a favor o en contra de mis pensamientos son construcciones que pertenecen a cada individuo. Por mi parte, solo propongo mirar más y mejor nuestros propios escenarios infantiles, entrar en contacto con nuestra realidad interior, compadecernos del niño o la niña que hemos sido y tomar decisiones conscientes. Las que sean.
Es verdad que he tomado la experiencia de convertirnos en madres como una de las crisis más profundas por las que atravesamos las mujeres. También sé que soy capaz de nombrar con palabras sencillas situaciones similares que compartimos en este dificilísimo ejercicio de “maternar” a los niños. Entiendo que contar con esas palabras nos puede facilitar la vida. Y celebro que muchas mujeres podamos utilizar algunas palabras escritas para hacerlas propias y generar así una mirada amplia y trascendental de nuestros escenarios, con el propósito de amar mejor a nuestros hijos. Pero eso es todo. (…)
También me di cuenta de que cuando escribí este libro yo misma tenía un bebé: mi hija menor nació en 1996 y este texto lo escribí al año siguiente. Espero que mis correcciones actuales no hagan desaparecer la sensibilidad y la suavidad que convirtieron esta obra en una compañía indispensable para miles de madres jóvenes.(...)
En fin, reconocernos en palabras que nombran sentimientos compartidos, desgarros emocionales y soledades siempre es un alivio. Pero insisto en que las mujeres convertidas en madres tenemos la obligación de emprender un camino de interrogación profunda. Es verdad que es difícil ejercer la maternidad. Es verdad que representa una crisis poco reconocida socialmente. Pero también es verdad que somos adultas y que las verdaderas víctimas de las cadenas transgeneracionales de desamparo son los niños pequeños.
☛ Título: La maternidad y el encuentro con la propia sombra
☛ Autora: Laura Gutman
☛ Editorial: Sudamericana
La tenaz Cecilia Grierson (1859-1934)
MMujer de fuertes convicciones, tenaz y pionera en la lucha por los derechos de las mujeres. Con sus conquistas sacudió a una sociedad y marcó camino en una época donde las mujeres ni siquiera tenían espacio en las universidades. En el ámbito académico, se hizo lugar entre los hombres y un 2 de julio de 1889 marcó un hito en la historia argentina. Con 29 años, Cecilia Grierson se convirtió en la primera médica del país y la primera en recibir un título universitario en Sudamérica. Nació en Buenos Aires, el 22 de noviembre de 1859, y era la mayor de seis hermanos.
Criada en el seno de una familia con un buen pasar económico y dedicada al trabajo agrícola, al poco tiempo se trasladó con su familia a Entre Ríos, donde sus padres tenían tierras. William Grierson, el abuelo de Cecilia, fue uno de los colonos escoceses que llegaron al país en el siglo XIX. Su madre era Jane Duffy, docente y de origen irlandés, y su padre era John Parish Robertson Grierson, formado en temas agropecuarios, quien se dedicó a los trabajos de estancia y a la cría de caballos de carrera en un campo que la familia tenía en Monte Grande, Entre Ríos. Además, amigo de Justo José de Urquiza, un político muy influyente en esa época.
Era apenas una niña de 11 años, cuando el asesinato de Justo José de Urquiza, en abril de 1870, originó una revolución que dañó severamente la economía de la familia de Cecilia. Al poco tiempo falleció su padre. Cecilia, junto a su madre, quedaron al cuidado de sus cinco hermanos. De aquella estancia solo quedó una pequeña porción de campo, que la desolada viuda trataba de salvar. Cecilia, por entonces, ya resaltaba por su inteligencia (leía, escribía y hablaba varios idiomas); así, fue enviada por su madre a Buenos Aires, al hogar de un familiar. “La revolución en Entre Ríos, a raíz de la muerte de Urquiza, había mermado la fortuna de mis padres, y fui llamada a su lado acompañada del indispensable piano para mi perfeccionamiento; pero preferí entregarme de lleno a la lectura de los muchos libros (todos en inglés) que constituían la rica biblioteca de mi casa… Otra revolución, y por fin una tercera, nos encontró en el campo; huérfana de padre, mi madre se apresuró a enviarme a esta ciudad, quedando ella valerosamente con mis hermanos pequeños en ese medio lleno de peligros, para tratar de salvar con su presencia lo poco que ya quedaba de nuestra hacienda”, contó Grierson.
Lejos de quedarse quieta, trabajó como institutriz para ayudar económicamente a su madre. Cursó estudios secundarios en la Escuela Normal, fue una de las primeras “normalistas” de Argentina y su título lo recibió de las manos de Domingo Sarmiento, pero al poco tiempo y una vez terminada la revolución, regresó al campo para ayudar económicamente a su madre. A los 13 años fundó una escuela rural, en la propia estancia de la familia, en la que ella enseñaba.
“Para conseguir este puesto tuve que alargar mis vestidos, pues en aquel entonces se juzgaba la edad y quizá los conocimientos por el largo de la pollera”, contó Grierson sobre aquella experiencia. Un detalle: si bien ella daba clases, como era menor de edad, hizo figurar a su madre como directora. “Debido a mi corta edad, mi señora madre figuraría como directora y yo haría de maestra; así, desde 1873 fui directora y maestra durante tres años, transmitiendo los pocos conocimientos teóricos que poseía”, afirmó.
Por ese entonces, en Argentina había un director de escuelas que ponía a la educación como prioridad: Domingo Faustino Sarmiento. Las escuelas brotaban a lo largo y a lo ancho del territorio y Cecilia, que ya había regresado a Buenos Aires, ingresó a la Escuela Normal Nº 1, fundada por Emma Nicolay de Caprile, donde se graduó del Magisterio en 1878 con tan solo 19 años. Poco después, se le encargó la dirección de una escuela mixta en Buenos Aires, en la parroquia de San Cristóbal.
Así como ocurrió con la muerte de su padre, que la obligó a crecer de golpe y a ayudar en la manutención de su familia, distintas referencias biográficas señalan que la enfermedad de una íntima amiga suya, Amalia Kenig, le cambió el rumbo académico.
Si bien en un momento pensó abocarse al estudio de las Ciencias Naturales, con 23 años decidió entrar a la Facultad de Medicina, para lo cual tuvo que presentar por escrito las razones por las que quería ingresar a un ámbito en el que encontrar a una mujer era impensado.
“Dos consideraciones me impulsaron a hacer este cambio: uno práctico y otro sentimental. Anhelaba dedicarme a otra carrera en que mi actividad no fuera aquilatada por horas. En mi época se requería resistencia para ser maestra; la Escuela Normal primitiva y muchas primarias funcionaban de 9 a.m. a 5 p.m., con solo una hora de intervalo para el lunch. Yo, que siempre he puesto mis mayores energías en la labor a realizar, me sentía agotada cada día; vislumbraba en la carrera de la medicina una profesión menos sometida a horario, al mismo tiempo que seguía mi inclinación por el estudio de las ciencias naturales”, explicaba Grierson.
“La otra consideración, hoy es la primera vez que la confieso: tenía una amiga, distinguida condiscípula, noble espíritu, cuyo organismo se hallaba minado por una lenta enfermedad. Creía que podría salvarla poseyendo los conocimientos necesarios, es decir, siendo médica ¡Vana ilusión! Murió Amalia Kenig algunos años después que obtuve el diploma anhelado”, señaló.
Solo por el hecho de ser mujer enfrentó las burlas, el desprecio y los prejuicios de compañeros y docentes, pero básicamente de un sector conservador de la sociedad con fuerte concepción machista y a lo largo de su carrera fue víctima de lo que actualmente se conoce como bullying.
☛ Título: Las primeras
☛ Autora: Gisela Marziotta
☛ Editorial: Planeta