DOMINGO
LIBRO / Para entender de qu hablan los Panam Papers

Paraísos para el dinero

Un nuevo escándalo internacional, los Panamá Papers, golpea a políticos, deportistas, empresarios y artistas de todo el mundo, a partir de una investigación que sacó a la luz miles de empresas o cuentas afincadas en los llamados “paraísos fiscales”, ocultas por un manto de discreción gracias a las hábiles manos de una consultora panameña. Aquí, dos libros tratan de echar luz sobre un mundo poco conocido, sobre el que pesan tantas sospechas: Las islas del tesoro de Nicholas Shaxson y La riqueza escondida de las naciones de Gabriel Zucman.

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El mundo extraterritorial nos rodea por todas partes. Más de la mitad del comercio internacional pasa, al menos en los papeles, por los paraísos fiscales. Más de la mitad de todos los activos bancarios y un tercio de las inversiones extranjeras directas que realizan las corporaciones multinacionales se canalizan a través del sistema extraterritorial. Alrededor del 85% de la banca internacional y la emisión de bonos tiene lugar en el así llamado euromercado, una zona extraterritorial sin Estado que pronto exploraremos. El Fondo Monetario Internacional (FMI) calculó en el año 2010 que sólo los balances de los centros financieros situados en pequeñas islas arrojaban un total de 18 billones de dólares: una suma equivalente a alrededor de un tercio del producto bruto interno (PBI) mundial. Y el propio organismo admitía que podía tratarse de una subestimación. La Auditoría General de Estados Unidos (GAO, por su sigla en inglés) informó en 2008 que 83 de las cien corporaciones más grandes de Estados Unidos tenían filiales en paraísos fiscales. La investigación que realizó el año siguiente la organización Tax Justice Network [Red de Justicia Fiscal], basándose en una definición más amplia de la extraterritorialidad, reveló que 99 de las cien empresas más grandes de Europa se valían de filiales extraterritoriales u offshore. En cada país, el usuario más grande por lejos era un banco.
Nadie se pone de acuerdo en torno a la definición de “paraíso fiscal”. A decir verdad, el término es en cierto modo inapropiado, porque estos sitios no se limitan a ofrecer maneras de evadir los impuestos: también brindan una confidencialidad que permite mantener datos fundamentales en secreto, la posibilidad de evadir regulaciones financieras y una oportunidad para desentenderse de leyes y reglas implementadas en otras jurisdicciones, que precisamente son los países donde vive la mayor parte de la población mundial.
En este libro ofreceré una definición amplia de “paraíso fiscal”, como “lugar que procura atraer negocios ofreciendo instalaciones políticamente estables que ayudan a personas o entidades a eludir reglas, leyes y regulaciones establecidas en otras jurisdicciones”. El propósito de estos ámbitos consiste en ofrecer vías de escape a las obligaciones que derivan de vivir en una sociedad obteniendo beneficios de ella: impuestos, regulación financiera responsable, legislación penal, derecho hereditario, etc. He ahí el meollo de sus negocios. A eso se dedican. (...)
Hay varias características que nos ayudan a detectar paraísos fiscales.
En primer lugar, tal como han descubierto mis colegas a través de meticulosas investigaciones, todos estos lugares ofrecen diversas formas de confidencialidad o secretismo, combinadas con diferentes grados de rechazo a la cooperación con otras jurisdicciones en el intercambio de datos. La denominación “jurisdicciones confidenciales” [secrecy jurisdictions] surgió en Estados Unidos a fines de la década de 1990; en este libro la utilizaré de forma intercambiable con “paraíso fiscal”, a veces según el aspecto que desee poner de relieve.
De más está decir que otro indicador común de los paraísos fiscales son los impuestos extremadamente bajos o inexistentes. Estos lugares atraen el dinero permitiendo escapar al pago de impuestos, ya sea de forma legal o ilegal.
Las jurisdicciones confidenciales también suelen excluir su economía local de los servicios que ofrecen, para protegerse de sus propios ardides extraterritoriales. El mundo extraterritorial se caracteriza fundamentalmente por ser una zona donde es posible escaparse de otros lugares, de modo que sus servicios característicos se brindan a personas que no residen allí. En consecuencia, un paraíso fiscal puede ofrecer, por ejemplo, una tasa impositiva cero a los no residentes que depositan su dinero allí y cobrar impuestos plenos a sus residentes. Esta valla que separa a residentes de no residentes constituye una admisión tácita de que sus servicios pueden llegar a ser muy perjudiciales.
Otra manera de detectar una jurisdicción confidencial consiste en fijarse si su industria de servicios financieros es muy grande en comparación con el tamaño de su economía local. El FMI empleó esta herramienta en 2007 para señalar a Gran Bretaña, acertadamente, como una jurisdicción extraterritorial.
Otro indicio revelador y quizás humorístico de un paraíso fiscal es el hecho de que sus voceros nieguen a diario ser un paraíso fiscal y se empeñen tenazmente en desacreditar a los críticos que, según aseguran ellos, aplican “estereotipos mediáticos anticuados” que no se corresponden con la “realidad objetiva”.
Pero la característica fundamental –y definitoria– de una jurisdicción confidencial es el hecho de que la política local ha sido cooptada por los intereses de los servicios financieros (o a veces por delincuentes, y a veces por ambos), una vez eliminada toda oposición significativa al modelo de negocios offshore. De ahí que mi definición incluya la frase “políticamente estable”: hay escaso o ningún riesgo de que la política democrática intervenga para interrumpir el negocio de hacer (o recibir) dinero. Tal cautividad de la política genera una de las grandes paradojas del mundo extraterritorial: estas zonas ultralibres suelen ser lugares muy represivos, donde no se toleran las críticas.
Aislados de desafíos internos y puntos de vista alternativos, estos lugares están inmersos en una omnipresente moral invertida, según la cual cerrar los ojos ante el delito y la corrupción es la mejor práctica en materia de negocios, en tanto que alertar a las fuerzas de la ley y el orden acerca de alguna infracción es el verdadero delito punible. El rampante individualismo se ha metamorfoseado en absoluta indiferencia, e incluso desprecio, por la democracia y por las sociedades en general. “Los impuestos son para la gente pequeña”, dijo una vez la millonaria neoyorquina Leona Hemsley. Tenía razón, aunque su gran tamaño no le alcanzó para salvarse de la cárcel. El barón de los medios
Rupert Murdoch es diferente. Su empresa News Corporation, propietaria de Fox News, MySpace, el diario Sun y muchas otras bocas mediáticas, es una campeona de la gimnasia financiera extraterritorial que se vale de todos los recursos disponibles. Neil Chenoweth, un periodista que investigó las cuentas de esta multinacional, descubrió que sus ganancias, declaradas en dólares australianos, sumaron 364.364.000 en 1987, 464.464.000 en 1988, 496.496.000 en 1989 y 282.282.000 en 1990. El obvio patrón reiterado en estos números no puede ser una coincidencia. Tal como lo expresó el periodista John Lanchester en London Review of Books, “en el idioma de los contadores, ese toque de elegancia numérica significa ‘jódanse’.” Ante tal nivel de magia financiera, todo lo que puede hacer un contribuyente común es gritar “Bravo l’artiste!.”
Los franceses tienen un término pintoresco para tax haven: paradis fiscal, similar al que se usa en español: paraíso fiscal. Los jugadores de las jurisdicciones confidenciales aman este lenguaje. La palabra “paraíso” (se dice que este desliz terminológico proviene de confundir haven [refugio] con heaven [paraíso] al traducir la denominación) contrasta con lo que ellos suelen describir como infiernos opresivos con altos impuestos, de los cuales los paraísos fiscales serían una afortunada vía de escape. Y realmente son una vía de escape, aunque no para la gente común. El mundo extraterritorial es un proyecto de las elites ricas y poderosas con el sólo propósito de aprovechar los beneficios de la sociedad sin pagar por ellos. (…)
Consideremos ahora la confidencialidad o secretismo que brindan las jurisdicciones extraterritoriales. Una piedra fundamental sobre la que se erige la teoría económica moderna es la transparencia: los mercados funcionan mejor cuando las dos partes de un contrato tienen acceso a la misma información. En este libro se explora un sistema que funciona de forma directa y agresiva contra la transparencia. La confidencialidad del mundo extraterritorial traslada decisivamente el control de la información –y el poder que brota de la información– hacia sus participantes interiorizados. Ellos se quedan con la crema de los beneficios y trasladan el costo al resto de la sociedad. La teoría de David Ricardo sobre la ventaja comparativa permite describir con elegancia los principios que llevan a que diferentes jurisdicciones se especialicen en ciertas cosas: Francia, en los buenos vinos; China, en las manufacturas baratas, y Estados Unidos, en las computadoras. Pero cuando nos encontramos con que las islas Vírgenes británicas, con menos de 25 mil habitantes, albergan más de 800 mil empresas, la teoría de Ricardo pierde su tracción. Hoy las empresas y el capital no migran hacia el lugar donde alcanzan la mayor productividad, sino hacia donde consiguen la mayor reducción impositiva. Y eso no tiene un ápice de eficiencia. (…)
El mayor paraíso fiscal bajo la influencia de Estados Unidos es Panamá, quien comenzó registrando barcos extranjeros en 1919 para ayudar a la Standard Oil a eludir impuestos y regulaciones estadounidenses.
En 1927 se sumaron las finanzas extraterritoriales, cuando Wall Street participó en la redacción de leyes flexibles para la constitución de sociedades comerciales, mediante las cuales cualquiera podía inscribir sociedades anónimas exentas de impuestos sin responder demasiadas preguntas. “El país está lleno de abogados deshonestos, banqueros deshonestos, agentes corporativos deshonestos y empresas deshonestas –señaló un funcionario de la aduana estadounidense–.
La Zona de Libre Comercio es el agujero negro a través del cual Panamá se ha transformado en uno de los más sucios sumideros de lavado de dinero del mundo.” Este extraño sistema centrado en Estados Unidos, que pocos conocen y en el que resuenan ecos de la función semicolonial que cumplen las jurisdicciones confidenciales de la zona de influencia
británica, indica que las finanzas extraterritoriales constituyen desde hace años un elemento central y silencioso de las maniobras neoconservadoras destinadas a proyectar el poder de Estados Unidos hacia el mundo entero. Muy poca gente lo ha notado.
A esta altura ya debería haber quedado claro que el mundo extraterritorial no es un manojo de Estados independientes que ejercen sus derechos soberanos a establecer sus leyes y regímenes fiscales tal como lo crean apropiado. Es un conjunto de redes de influencia controladas por las principales potencias mundiales, especialmente Gran Bretaña y Estados Unidos.