DOMINGO
Despues de Auschwitz

Partes de un todo

Los judíos fueron el principal objeto del genocidio nazi y, por lo tanto, las principales víctimas de los médicos nazis.

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Poco después de haber completado un estudio sobre los sobrevivientes de la bomba atómica, un rabino amigo me visitó y, en el curso de nuestra conversación, declaró: “Hiroshima es tu camino, como judío, al Holocausto”. El comentario me hizo sentir incómodo, y pensé que era un poco pontificador, incluso para un rabino. Sin embargo, desde ese momento, a fines de la década de 1960, tuve una fuerte sensación propia de que todo el trabajo que había hecho sobre “situaciones extremas” –situaciones de violencia masiva a cuerpos y mentes– parecía apuntar, profesional y personalmente, hacia un estudio del genocidio nazi. Amigos y estudiantes me incentivaron con afecto, y sin ningún plan claro la idea tomó forma en mí con cierta inevitabilidad.

En varias conferencias sobre el Holocausto, hice presentaciones sobre la psicología del sobreviviente, pero llegué a la convicción de que lo que más se necesitaba en ese momento era un estudio de los perpetradores. No es de sorprender, entonces, que estuviera más que preparado cuando recibí el llamado de un editor (que había trabajado conmigo en mi libro sobre Hiroshima) para preguntarme si me gustaría revisar algunos documentos que le habían enviado sobre Josef Mengele y las prácticas médicas de Auschwitz.

A partir de esos documentos, y una inmersión en escritos relacionados, comencé a darme cuenta de la importancia extraordinaria de los médicos para el proyecto de exterminio nazi. Aunque el trabajo se iba a extender mucho más allá de esos primeros materiales, para mí ya estaba en marcha. Aunque tuve pocas dudas al proceder, algunas personas con las que hablé expresaron cierto recelo. Su argumento era que la maldad nazi debería solo reconocerse y aislarse: en lugar de hacerla objeto de estudio, solo habría que condenarla. Un estudio psicológico en particular, se temía, corría el riesgo de reemplazar la condena por “comprensión”. Yo no tenía dudas de la realidad de la maldad nazi, pero ahora podía tener más claro que el propósito de mi proyecto psicológico era aprender más. Evitar el rastreo de las fuentes de esa maldad me parecía rehusarse a convocar nuestra capacidad para involucrarnos y combatirla. Evitar esto contiene no solo miedo al contagio, sino el supuesto de que la maldad nazi o de cualquier otra clase no tiene ningún tipo de relación con el resto de nosotros, como capacidades humanas más generales.

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Aunque los asesinatos masivos y la brutalidad nazis nos tienten a hacer supuestos de este tipo, sin embargo esto es falso e incluso peligroso. Mientras realizaba el trabajo, me quedó en claro que los nazis no fueron los únicos en involucrar a los médicos en el mal. Solo se necesita echar una mirada al rol de los psiquiatras soviéticos al diagnosticar a los disidentes como enfermos mentales y encarcelarlos en hospitales psiquiátricos; de médicos en Chile (como documentó Amnistía Internacional) que sirvieron como torturadores; de médicos japoneses que llevaron a cabo experimentos y vivisecciones en prisioneros durante la Segunda Guerra Mundial; de médicos blancos sudafricanos que falsificaron informes sobre personas negras torturadas o muertas en prisión.

He tenido una preocupación profesional o personal con todos estos ejemplos, y tienen cierta relación con patrones destructivos de la “medicalización” que trataré. Pero encontré que los médicos nazis diferían significativamente de estos otros grupos, no tanto en su experimentación con humanos, sino en su rol central en proyectos genocidas, basados en visiones biológicas que justificaron el genocidio como un medio para la curación nacional y racial. (Quizá los médicos turcos, en su participación en el genocidio contra los armenios, se acercan, como sugeriré más adelante). Por esta y muchas otras razones, los médicos nazis requieren un estudio propio, y aunque trato más ampliamente los patrones del genocidio en la última sección, este libro es principalmente sobre ellos. (…)

Se ha dicho mucho sobre las relaciones entre perpetradores y víctimas, y estas relaciones tuvieron considerable importancia en Auschwitz y otras partes. Pero he descubierto que es esencial hacer una diferenciación bien marcada entre la situación moral y psicológica de los miembros de los dos grupos. Cualquiera que fuera la conducta de unos y otros, los prisioneros estaban en la situación de ser reclusos amenazados, mientras que los médicos nazis eran victimarios amenazadores. Esta clara distinción debe ser el comienzo de cualquier evaluación de la conducta médica en Auschwitz. Los judíos fueron el principal objeto del genocidio nazi y, por lo tanto, las principales víctimas de los médicos nazis. Pero mis preocupaciones en este libro también incluyen a los internos no judíos en Auschwitz, como los polacos, los prisioneros políticos y los prisioneros de guerra rusos, y también los pacientes mentales en Alemania y áreas ocupadas, victimizados de un modo aún más directo por los médicos nazis. Cuando llegué al fin de este trabajo, muchas personas me preguntaron cómo me había afectado a mí. Mi respuesta ha sido por lo general: “Mucho”, seguida por un cambio de tema. La verdad es que todavía es un poco temprano para decirlo. Nadie puede esperar salir de un estudio de este tipo espiritualmente ileso, más aún cuando uno mismo es el instrumento que registra formas de experiencia que habría preferido no conocer. Pero el otro lado de la empresa, para mí, ha sido la red humana estimulante que se extiende en gran parte del mundo, dentro de la cual trabajé.

*Autor de Médicos nazis, Editorial El Ateneo (fragmento).