DOMINGO
LIBRO

Política económica desde adentro

El backstage del Palacio de Hacienda.

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Juan Carlos Torre. Entre 1983 y 1989, el autor integró el equipo económico de Juan Vital Sourrouille en el gobierno de Raúl Alfonsín. | juan salatino

13 de noviembre de 1983

Querida Silvia:

Estoy a punto de embarcarme en una aventura o, mejor quizás, por tomar una decisión aventurada. Veamos. Dos días antes de las elecciones estuve con Adolfo Canitrot, gran amigo y antiguo colega en el Instituto Di Tella, a quien no veía desde hacía un tiempo. Hablamos de los comicios. Fue entonces que le confesé: qué bueno sería que ganara Alfonsín.

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Esta es, para mí, la última chance que le doy a este país: uno no puede seguir esperando indefinidamente que la Argentina se convierta en un lugar vivible. Y agregué luego: cómo me gustaría poder hacer algo si Alfonsín triunfa y llega a la presidencia. Una frase de esas que uno pronuncia aconsejado por su corazón y no por la cabeza. Y bien, Alfonsín ganó. Y lo llamó a Juan Sourrouille para ofrecerle la Secretaría de Planificación con la idea de que formara un equipo y funcionase como “asesor directo” de la presidencia con el fin de cubrir las deficiencias conocidas de los economistas radicales convocados al gabinete. “Hay que ayudarlo a Bernardo” (por Bernardo Grinspun, el nuevo ministro de Economía), le recomendó Alfonsín. El hecho es que Juan llamó a Adolfo y se pusieron a conformar un equipo reducido de seis personas. Fue entonces que me llamó Adolfo y me recordó la conversación que habíamos tenido (“mi disposición a servir a la Nación”) y me ofreció formar parte: “Siempre es bueno que los economistas tengamos un sociólogo político al lado” (haciendo una obvia referencia al estrellato ascendente de Dante Caputo junto a Alfonsín). Esa conversación fue el miércoles pasado a la noche y a partir de entonces entré en un estado de agitación. Mi reacción inicial fue desear que nada de eso hubiera sucedido, que nada interrumpiera la pacífica rutina de mis días. Al fin y al cabo, estoy acostumbrado a ella: pienso alguna idea, trabajosamente la escribo, descanso, divago, vuelvo a retomar el hilo y escribo una idea más, hago planes de viaje, me imagino fuera del país, en otra parte, y así de seguido, mientras discurro para mis adentros sobre la imposibilidad argentina. De repente, he aquí que me surge un programa de vida distinto cuando Adolfo me dice que “necesitamos un sociólogo político que pueda contribuir a armar ideas sobre la sociedad que queremos” (según las palabras de Alfonsín a Juan). Claro: en medio de esta experiencia política nueva, que busca su identidad, habrá muchas usinas ideológicas compitiendo por darle un perfil. La que encabeza Sourrouille, y cuyos integrantes no son radicales ni alfonsinistas militantes, entra con desventaja a esa pugna. Su único recurso hoy en día es el aprecio de Alfonsín (forjado durante los días de la campaña electoral) y por ello, su condición de equipo de recambio frente al elenco de veteranos economistas radicales: Bernardo Grinspun, Roque Carranza, Enrique García Vázquez, Alfredo Concepción.

Esa posibilidad ha generado alguna ilusión; a la vez es emocionante verlo a Alfonsín, con sus años y su flema habitual, entusiasmado con la perspectiva que se abre y el aporte que espera de Juan y sus amigos. ¿Cuál será mi lugar en esa empresa? Se me ocurren tres tareas: (a) hacer de analista político y comentar la coyuntura, viendo lo que pasa afuera y adentro del gobierno, (b) contribuir a formular las ideas-fuerza sobre la Argentina futura y temas ideológicos conexos, como repensar el papel del Estado, y (c) aprovechar la Secretaría de Planificación para promover un estudio sobre “las transformaciones de la sociedad argentina” (a la manera de Gino Germani).

Llegado hasta aquí me parece que he ido demasiado rápido: me puse a escribir viéndome ya allí. Sin embargo, todavía no me he decidido. Todos con los que hablé me dijeron que aceptara, en mérito a “la experiencia que implica el ofrecimiento”, ya que no iría a perderme en la telaraña de la burocracia sino que estaría cerca de El Poder. El clima político promovido por la victoria del 30 de octubre colorea además los consejos; campea la esperanza de que puede comenzar a pasar algo, y algo importante en el país. Es como si viviéramos una versión remozada de 1958 y se abriera un horizonte lleno de posibilidades, como el que sugiere la semejanza entre un Frondizi que toma distancia de su partido y organiza el gobierno con un equipo nuevo y propio y un Alfonsín que parece retomar esa trayectoria y genera una situación altamente atractiva desde la óptica de “los intelectuales y el poder”. Lo que me tiene nervioso, inquieto, es el temor de rifar unos años de vida (y de trabajo intelectual: artículos, algún libro, etc.) por una patriada. Sin embargo, debo decirte que, después de dos días sin dormir, me estoy reconciliando con la decisión de aceptar la invitación que me hizo Adolfo.

20 de noviembre de 1983

Queridos padres:

Les diré que todavía estoy tratando de adaptarme a la idea de ocupar un cargo en la Secretaría de Planificación del gobierno de Alfonsín. Yo, como tantos de mis colegas, me he centrado en un estilo de trabajo académico consistente en leer y escribir 60 artículos y libros. Se trata de un estilo de trabajo que nos prepara más para la docencia o para la crítica; de ningún modo suministra herramientas que sirvan para proponer políticas o tomar decisiones. Los economistas pueden pasar con más facilidad de la cátedra al gobierno porque se ocupan de problemas económicos bien concretos. En cambio, los sociólogos de tradición académica tienen más dificultades para bajar desde las nubes donde por lo general pasan el tiempo y operar con las realidades inmediatas. Esta es mi situación en este momento: tener que modificar mi cabeza para adecuarla a tareas de gobierno y ya no a la cátedra. Me pregunto hasta qué punto podré hacerlo. Hay gente que funciona mejor haciendo ciertas cosas más que otras. Las personas no son totalmente maleables; de allí que me pregunte si podré satisfacer las expectativas de los amigos que han confiado en mí.

Por otro lado, también me cuesta abandonar mis rutinas: escribir un libro, viajar al exterior, dar clases. Además de las propias rutinas uno tiene su propio ritmo, en la medida en que uno es el centro de toda la actividad. Cuando se pasa a formar parte de un equipo y este equipo está en un área de gobierno se pierde bastante el control sobre uno mismo. A esta altura se podría preguntar: si tantas son las dudas, si tantos son los trastornos, ¿por qué aceptar el ofrecimiento que me han hecho? ¿Acaso no sería mejor decir que no y continuar haciendo la vida de siempre en el marco acogedor del Instituto Di Tella? Y bien, a pesar de las dudas y los trastornos, he dicho que sí porque el panorama que se ha abierto en el país con el resultado electoral me aconseja sumarme: el éxito de la gestión de Alfonsín puede significar mucho para Argentina, puede implicar que este país se vuelva un país donde se pueda vivir civilizadamente. Si la experiencia que comenzó con el triunfo electoral de octubre fracasa, esto es, si es abruptamente clausurada por un golpe militar, personalmente no encuentro mucha gracia en vivir en un país que sólo nos depara frustraciones. Por eso, porque me interesa que la luz que se ha encendido al final del túnel de la decadencia argentina se mantenga encendida, es que decidí incorporarme al gobierno. En mi caso sí es una elección, porque estoy bien donde estoy ahora, en el Instituto Di Tella; quizás haya colegas sin empleo más deseosos de ser llamados a colaborar. Desde que volví de París con mi doctorado bajo el brazo pasé a la condición de miembro permanente del Instituto. Esto quiere decir que puedo pedir licencia, ir a ocupar un cargo en el gobierno y eventualmente volver luego a mi posición anterior. Con esta garantía el paso que he dado es en principio menos costoso.

¿Qué puesto me han ofrecido? En realidad, todavía no lo sé claramente. Mi intención fue desempeñarme como asesor, pero me han dicho que es mejor que sea subsecretario porque esa condición me permitiría circular con más libertad por los pasillos del poder. Voy a sumarme a un grupo de economistas que está encabezado por Juan Sourrouille, actualmente en la CEPAL, que tiene mi misma edad, y un muy buen acceso al presidente Alfonsín. No habría que descartar que, pasado un tiempo, pueda ser un candidato al Ministerio de Economía en lugar del actual ministro, Bernardo Grinspun, una persona demasiado impulsiva, de cabeza caliente.

Aclaré a mis amigos que la oferta de colaboración que me hicieron me cayó justo en el momento en que estaba por ponerme a revisar el manuscrito de la tesis de doctorado para adecuarlo a la publicación de un libro el año que viene. Me dijeron que no abandone la idea, que iba a tener tiempo para todo. Prefiero limpiar mi mesa de compromisos para poder encarar mejor la novedosa experiencia que tengo por delante. He mandado a la imprenta de la editorial porteña, Centro Editor de América Latina, el libro que escribí, en paralelo a mi tesis, mientras estuve en Londres y Oxford en 1978 y comienzos de 1979. El libro se ocupa del movimiento obrero durante el último gobierno peronista y en los próximos días estará en las librerías con el título Los sindicatos en el gobierno, 1973-1976. Con mis deseos de que estén bien y que llueva en los campos, un abrazo para todos.

25 de diciembre de 1983

Querida hermana:

En esta Navidad, a pocos días de haber dado el salto desde “la torre de marfil” del Instituto Di Tella a la vida pública, en mi subsecretaría dentro de la Secretaría de Planificación del gobierno de Alfonsín, aprovecho para mandarte un texto publicado en Clarín por Borges. Durante mis años de estudiante en la Facultad de Filosofía y Letras ignoré la obra de Borges porque compartía la opinión en boga en ese ambiente que veía en él un escritor conservador y pasatista.

Escribí alguna vez que la democracia es un abuso de la estadística: yo he recordado muchas veces aquel dictamen de Carlyle, que la definió como el caos provisto de urnas electorales. El 30 de octubre de 1983, la democracia argentina me ha refutado espléndidamente. Espléndida y asombrosamente. Mi Utopía sigue siendo un país, o todo el planeta, sin Estado o con un mínimo de Estado, pero entiendo no sin tristeza que esa Utopía es prematura y que todavía nos faltan algunos siglos. Cuando cada hombre sea justo, podremos prescindir de la Justicia, de los Códigos y de los gobiernos. Pero ahora son males necesarios. Es casi una blasfemia pensar que lo que nos dio aquella fecha es la victoria de un partido y la derrota de otro. Nos enfrentaba un caos que, aquel día, tomó la decisión de ser un cosmos. Lo que fue una agonía puede ser una resurrección. La clara luz de la vigilia nos encandila un poco. Nadie ignora las formas que asumió esa pesadilla obstinada. El horror público de las bombas, el horror clandestino de los secuestros, de las torturas y de las muertes, la ruina ética y económica, la corrupción, el hábito de la deshonra, las bravatas, la más misteriosa, ya que no la más larga, de las guerras que registra la historia. Sé muy bien que este catálogo es incompleto. Tantos años de iniquidad o de complacencia nos han manchado a todos. Tenemos que desandar un largo camino. Nuestra esperanza no debe ser impaciente. Son muchos e intrincados los problemas que un gobierno puede ser incapaz de resolver. Nos enfrentan arduas empresas y duros tiempos. Asistiremos, increíblemente, a un extraño espectáculo. El de un gobierno que condesciende al diálogo, que puede confesar que se ha equivocado, que prefiere la razón a la interjección, los argumentos a la mera amenaza. Habrá una oposición. Renacerá en esta república esa olvidada disciplina, la lógica. No estaremos a merced de la bruma de los generales. La esperanza, que era casi imposible hace días, es ahora nuestro venturoso deber.

Es un acto de fe que puede justificarnos. Si cada uno de nosotros obra éticamente, contribuiremos a la salvación de la patria.

Por cierto, no suscribo la Utopía ultraliberal de Borges. Pero su visión del momento que vivimos me alienta en la decisión que he tomado.

1984

Breve nota sobre el perfil del equipo económico Antes de empezar la reconstrucción de la experiencia pública en la que nos involucramos hace ya 38 años brindaré breves referencias sobre las figuras principales del equipo reunido en torno de la dirección de Juan Sourrouille. Para comenzar diré que, al principio, no era un equipo, es decir, no era un grupo de economistas con un programa de trabajo en común sobre cuestiones de política pública que desembarca en cargos de gobierno. Había sí entre ellos afinidades ya que pertenecían al círculo de los que eran conocidos como economistas heterodoxos o estructuralistas. Las afinidades los fueron acercando en seminarios y reuniones; esos intercambios tenían lugar generalmente en el Instituto de Desarrollo Económico y Social (IDES). Fundado en 1960 por economistas, sociólogos e historiadores, cumplió un papel principal en la supervivencia de la reflexión intelectual en circunstancias con frecuencia hostiles. Quienes participaron desde de mediados de los años 1970 de los encuentros en el IDES lo hicieron a partir de distintas trayectorias. En primer lugar, en términos generacionales. Desde este ángulo, uno de ellos se destacó: con cincuenta años en 1978, Adolfo Canitrot era el más senior de todos. Esa posición no era sólo un corolario de su edad; era sobre todo la contrapartida de su ascendiente entre un núcleo de economistas más jóvenes por obra de su permanente curiosidad intelectual y su simpatía personal. Por entonces estaba realizando un exámen de dos experiencias de política económica: la que tuvo lugar entre 1973 y 1976, durante el retorno del peronismo al gobierno, y la que le siguió después, luego del golpe militar, entre 1976 y 1981, bajo el ministerio de J. Martínez de Hoz. Ambos estudios, que combinaron consideraciones económicas con el análisis político empírico, tuvieron un amplio eco, suscitaron discusiones y fueron su carta de presentación para obtener la prestigiosa Beca Guggenheim en 1981.

Seis años antes había organizado un seminario con el título de “Macroeconomía del Desequilibrio” que recogía los desafíos teóricos de hacer política económica en un país como Argentina. Lo hizo en compañía de un colega del CEDES –Centro de Estudios del Estado y la Sociedad–, Roberto Frenkel, quince años más joven y con el que tenía algo en común: ambos se habían reinventado profesionalmente. Canitrot se graduó como ingeniero civil en 1955 y fue doctorado en economía en los Estados Unidos en 1965; Frenkel era un matemático reconvertido en economista y había dado sus primeros pasos como tal en la, al final trágica, vía chilena hacia el socialismo del gobierno de Salvador Allende. El otro convocado a dictar el seminario del IDES en 1975 fue José Luis Machinea, con su flamante PHD de la Universidad de Minnesota. Machinea estuvo entre los diez graduados en economía a los que en 1970 el Banco Central financió los estudios de posgrado en el exterior con el compromiso de incorporarse luego a la institución. Dentro de ella se desempeñó en distintos departamentos técnicos hasta acceder, a los treinta años, ya de regreso al país, a la Gerencia de Investigaciones Económicas, una posición que le brindó un conocimiento de primera mano de los avatares económicos argentinos. Mientras ganaba un saber práctico sobre ellos, este era un insumo principal del curso de posgrado en macroeconomía promovido por el Banco Central, donde daba clase junto con otros exbecarios y también funcionarios, como Juan Sommer y Ernesto Feldman.

La referencia hecha a las reuniones en el IDES nos introduce en esta reseña a Juan Sourrouille, quien durante años fue un bastión de este foro de la comunidad académica. Sourrouille se inscribió en la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA cuando todavía no había sido creada la carrera de Economía y fue así que se graduó como contador. Terminados sus estudios, orientó sus intereses hacia el terreno de la economía aplicada y fue especializándose en el cálculo y medición de las cuentas nacionales. Con esa credencial se incorporó al Conade dirigido por Roque Carranza durante la presidencia de Illia. Producido el golpe de 1966, fue invitado a trabajar en Chile en las oficinas de la Cepal y allí tuvo ocasión de reanudar el contacto con el economista de Harvard Richard Mallon, quien fuera poco antes asesor de Roque Carranza. Este habría de ser un reencuentro promisorio porque al recibir por parte de su universidad el encargo de escribir un libro sobre la economía argentina Mallon lo convocó para que colaborara con él. Entre 1968 y 1969 Sourrouille se instaló en Cambridge, Massachusetts, e hizo su aporte a un libro que examinó las vicisitudes de la economía desde la perspectiva de un modelo de conflicto entre sectores e intereses como un eje central del desenvolvimiento del país. Al volver a la Argentina los virajes de la vida política lo condujeron a un cargo público que colmaba sus aspiraciones profesionales de entonces: en marzo de 1969 fue designado director del INDEC, la agencia estatal de estadísticas y censos recientemente creada. En ella sus proyectos de trabajo sufrieron pronto un giro inesperado cuando en noviembre de 1970 Aldo Ferrer fue nombrado en la cartera de Economía por el presidente general Levingston y le pidió que lo acompañara como secretario del ministerio. En el ámbito del IDES Ferrer era una figura de referencia y desde 1964 conducía un equipo que analizaba periódicamente la coyuntura económica del país. Fue en ese marco que Sourrouille, mucho más joven, estableció una relación estrecha con Ferrer, que tuvo como primera secuela su debut en las oficinas del Quinto Piso a los 3treinta0 años. Como cabía esperar en un país tan inestable, esa fue una experiencia breve porque la gestión de Ferrer no alcanzó a durar un año, pero le permitió entrever los dilemas de la gestión económica. En los años posteriores dedicó sus esfuerzos a garantizar en circunstancias difíciles la subsistencia del IDES y de su vida intelectual, cuya mejor expresión, la revista Desarrollo Económico, y fue dirigida entre 1976 y 1982 por Adolfo Canitrot; además, realizó tareas de consultoría y consolidó sus vínculos profesionales con la CEPAL en la sede de Buenos Aires.

Para completar esta reseña llegó el turno de Mario Brodersohn. En el mismo año, 1965, en que Canitrot obtuvo su doctorado en economía en la universidad de Stanford, Brodersohn logró el suyo en la de Harvard; los dos pertenecían al elenco de economistas del Instituto Di Tella y a él permanecieron ligados al tiempo que frecuentaban otros destinos. Entre 1969 y 1971 Brodersohn fue investigador visitante en centros de estudios económicos de los EE.UU. y Canitrot se desempeñó en el CONADE. Años más tarde Brodersohn sumó a su actividad académica la incursión en un terreno que lo distinguirá  entre sus colegas: hacia finales de la década de 1970 habrá de montar una consultoría financiera y por medio de ella adquirirá un conocimiento práctico sobre la dinámica de los mercados, aportando así una trayectoria diferente a la experiencia que reunirá, alrededor de la convocatoria democrática de Alfonsín, a los miembros del equipo económico de Juan Sourrouille.

14 de marzo

Mi debut como speech writer a tres meses de estar en el gobierno. Texto escrito como aporte para un discurso de Alfonsín. Según se desprende de las palabras de Alfonsín del día 16 de marzo en ciudad de Córdoba, recogidas por los diarios, el presidente prefirió improvisar en torno a la idea “es el tiempo en que tenemos que encontrar soluciones entre todos”. El texto que transcribo habla más bien de cómo yo interpreto los desafíos de la hora.

1. Hemos llegado hasta aquí, a esta ciudad de Córdoba, para respirar y compartir con ustedes el aire de los nuevos tiempos que vive la República, una República recuperada para el imperio del derecho y la Constitución, una República recuperada para el futuro del progreso y el bienestar que nos merecemos los argentinos. Hoy quiero ratificar ante ustedes que estamos y estaremos en el gobierno para preservar y expandir estos nuevos tiempos conquistados gracias a la fe de un pueblo que ha vuelto a creer, sobreponiéndose a las frustraciones, al dolor, a la larga noche del autoritarismo. No vamos a defraudar esa fe, no vamos a doblegarnos, porque el nuestro es un compromiso ético con los valores de la democracia, con las libertades consagradas por la Constitución.

2. Sepa el pueblo de Córdoba que todas las medidas que tomemos para superar la grave situación económica que atraviesa el país y para reencauzarlo por el camino del crecimiento y la justicia estarán subordinadas, como la sombra al cuerpo, a ese compromiso ético fundamental. 

3. Nuestra posición no es el producto ni de la arrogancia ni de la fantasía. Nace, por el contrario, de un análisis sereno y objetivo de nuestro pasado. La democracia y la libertad han costado demasiado a los argentinos para que las rifemos apelando a recetas recesivas. No cometeremos los errores de quienes, frente a situaciones de emergencia, recurrieron a medidas drásticas que pusieron en peligro la cohesión del cuerpo social y comprometieron, en definitiva, los valores de la convivencia civilizada en el país.

4. El gobierno va a actuar con prudencia, lo viene haciendo. La prudencia política en el manejo de la economía ha sido un valor frecuentemente sacrificado en beneficio de fórmulas mágicas y remedios heroicos. En lugar de administrar con prudencia las variables económicas con frecuencia se ha preferido introducir ajustes drásticos e inconsultos con consecuencias desastrosas para la estabilidad social y política del país. El gobierno no va a entrar en ese juego suicida. Queremos superar la emergencia actual pero para colocar de nuevo a este país en pie dentro de la vigencia de la democracia y la libertad. Nuestra política quiere perdurar en el tiempo y no rendirse ante el corto plazo. Por eso hemos adoptado una estrategia de pasos sucesivos para ir poniendo bajo control las variables económicas.

5. Al elegir el camino de la prudencia hemos escogido también el camino del realismo. Así como no queremos caer en el engaño fácil de las fórmulas mágicas y los remedios heroicos, tampoco queremos ignorar los efectos de la crisis heredada y las limitaciones que enfrentamos: sería un error confundir nuestra voluntad de superar la emergencia con el voluntarismo. El pueblo debe conocer el cúmulo de dificultades dentro del que nos movemos: un país devastado, un país endeudado, un país con profundas distorsiones en su equilibrio social y político. A lo que es preciso agregar las presiones de quienes desde adentro y desde afuera pretenden torcer el rumbo de la flamante democracia argentina.

6. La salida de la crisis no será fácil ni inmediata. Pero la encontraremos si somos capaces de sumarnos todos a una política de solidaridad nacional. El país democrático y justo al que aspiramos requiere de la autolimitación de cada uno para el logro del bien común. La vuelta a la Constitución ha hecho aflorar legítimas reclamaciones por largo tiempo postergadas. Pero debemos comprender, y estoy seguro que todos lo comprendemos, que para superar la emergencia la mejor herramienta es un pueblo solidario. Porque un pueblo solidario es un pueblo fuerte y sólo un pueblo fuerte es un pueblo capaz de decidir, sin tutelas ni vasallajes, su propio destino como Nación. Esa fortaleza es la que hoy necesitamos para negociar con dignidad la deuda externa, para afirmar que estamos dispuestos a cumplir los compromisos contraídos pero sin ceder en la defensa de los intereses nacionales.

7. Sólo una política de solidaridad nacional nos permitirá convertir la crisis que enfrentamos en la oportunidad para el renacimiento de la Argentina. Si la impaciencia, si el egoísmo se imponen sobre nosotros en estos tiempos difíciles, vamos a retroceder como Nación, vamos a disgregarnos como pueblo, y ya conocemos, dolorosamente, lo que ello ha significado para los argentinos.

8. Muchas veces se ha pedido a este pueblo solidaridad y esfuerzos en nombre de un hipotético futuro. Hoy esa solidaridad y esos esfuerzos son necesarios para preservar una realidad tangible que es la que hoy exhibe un país en la democracia y la libertad. El gobierno sabrá responder a esa solidaridad y esos esfuerzos procurando llevar a cabo una política económica que distribuya las cargas con equidad.

9. En una sociedad democrática y en momentos de crisis sería un error esperar que todas las demandas sean igualmente consideradas. La decisión política le corresponde al Poder Ejecutivo y su responsabilidad consiste en hacer la síntesis que mejor sirva al interés de las mayorías. Este gobierno se propone ejercer todas sus facultades con el fin de restablecer la autoridad eminente del Estado. Hay que desterrar para siempre la idea de que un gobierno democrático equivale a un Estado débil, a un Estado desgarrado por las presiones de grupos y sectores, a un Estado que no gobierna. Sepa el pueblo de Córdoba, sepa el pueblo argentino que el gobierno está dispuesto a escuchar los reclamos que vienen de la industria, del trabajo, de las provincias, y procurará darles satisfacción en la medida de sus posibilidades. Pero es preciso que se comprenda que hay que establecer prioridades y que no vamos a renunciar a fijarlas. Reconocer nuestras dificultades de hoy no implica considerarlas permanentes. Estoy seguro que con solidaridad, con realismo y con decisión iremos despejando los obstáculos y ampliando a la vez nuestras posibilidades. Tenemos por delante seis años de gobierno, para trabajar y crecer, para ser fieles al compromiso con la democracia, la libertad y la justicia que contrajimos ante nosotros mismos y ante las generaciones futuras.

 

☛ Título Diario de una temporada en el quinto piso

☛ Autor Juan Carlos Torre

☛ Editorial Edhasa
 

Datos sobre el autor 

Sociólogo por la Universidad de Buenos Aires y Doctor en Sociología por la École des Hautes Études en Sciences Sociales (Paris). 

Profesor Emérito de la Universidad Torcuato Di Tella. Ha sido investigador y profesor visitante en universidades de América Latina y Europa. 

En 1996 recibió el Premio Konex de Platino y en 2010 el Premio Bernardo Houssay a la Trayectoria Científica. 

Además de artículos y libros sobre el movimiento obrero y el peronismo publicó junto con Elisa Pastoriza “Mar del Plata, Un sueño de los Argentinos (Edhasa, 2019)