DOMINGO
Compromiso por el cambio climático

Quién es Greta Thunberg

1-11-2020-Logo Perfil
. | CEDOC PERFIL

La chica en cuestión es Greta Thunberg, y su historia nos enseña una serie de lecciones importantes sobre qué hará falta para proteger la posibilidad de un futuro habitable, pero no para esa idea abstracta de las “generaciones futuras”, sino para miles de millones de personas que viven aquí y ahora.

Como muchos otros jóvenes, Greta empezó a aprender sobre el cambio climático cuando tenía unos 8 años. Leyó libros y vio documentales sobre el colapso de las especies y el derretimiento de los glaciares. Se obsesionó. Aprendió que el uso de combustibles fósiles y la alimentación basada en la carne desempeñaban un papel crucial en la desestabilización planetaria. Descubrió que existe un asincronismo entre nuestras acciones y las reacciones del planeta, lo que significa que un mayor calentamiento ya está asegurado, al margen de lo que hagamos. 

A medida que fue creciendo y aprendiendo, se centró en las predicciones científicas sobre los cambios radicales que habrá experimentado la Tierra en 2040, 2060 y 2080 si seguimos por el camino actual. Calculó mentalmente lo que esto supondría para su vida: las conmociones a las que tendría que enfrentarse, la muerte que la rodearía, las formas de vida que desaparecerían para siempre, los horrores y las privaciones que aguardarían a sus propios hijos, si decidiera tenerlos.

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Greta también aprendió de los científicos que estudian el cambio climático que el peor de los supuestos no era un desenlace inevitable: si actuáramos de forma radical ahora mismo, reduciendo las emisiones un 15% al año en los países ricos como Suecia, la posibilidad de que su generación y las que vinieran después tuvieran un futuro seguro aumentaría drásticamente. Todavía podríamos salvar algunos de los glaciares. Todavía podríamos proteger a muchos países insulares. Todavía podríamos evitar un fracaso masivo de las cosechas que obligaría a millones de

personas, si no a miles de millones, a abandonar sus hogares.

Si todo eso fuera cierto, pensó, entonces “no estaríamos hablando de otra cosa [...]. Si el uso de combustibles fósiles fuera tan nocivo que amenazara nuestra propia existencia, ¿cómo podríamos seguir como siempre? ¿Por qué no se restringe ese uso? ¿Por qué no se ilegaliza?”.

No tenía ningún sentido. Resultaba obvio que los gobiernos, especialmente en los países ricos en recursos, deberían encabezar la lucha por implementar una transición ágil en el transcurso de una década de forma que, cuando ella tuviera unos 25 años, los patrones de consumo y las infraestructuras físicas se hubiesen transformado profundamente.

Y, aun así, su gobierno, un supuesto líder en la cuestión climática, estaba reaccionando a un ritmo mucho más lento y, de hecho, las emisiones globales seguían en aumento. Era una locura: el mundo ardía y, mirara donde mirara, Greta veía que la gente se dedicaba a cotillear sobre famosos, a hacerse fotos imitándolos y a comprarse coches y ropa nueva que no necesitaba, como si tuviéramos todo el tiempo del mundo para extinguir las llamas. A los 11 años, había caído en una profunda depresión. Fueron muchos los factores que contribuyeron a su situación, algunos relacionados con el hecho de ser diferente en un sistema educativo que espera que todos los niños sean prácticamente iguales (“era la niña invisible al fondo de la clase”). Pero también sentía una tristeza y una impotencia inmensas acerca del estado de rápido deterioro del planeta y de la inexplicable falta de acción de quienes ostentaban el poder para hacer algo al respecto.

Thunberg dejó de hablar y de comer. Cayó gravemente enferma. Con el tiempo, se le diagnosticó mutismo selectivo, un trastorno obsesivo-compulsivo y una forma de autismo antes conocida como síndrome de Asperger. Este último diagnóstico ayudó a explicar por qué todo lo que había aprendido sobre el cambio climático le había afectado mucho más y de una forma más personal que a muchos de sus compañeros.

Las personas con autismo tienden a ser enormemente literales y, como consecuencia, suelen tener problemas a la hora de lidiar con la disonancia cognitiva, es decir, todas esas brechas entre lo que sabemos intelectualmente y lo que realmente hacemos, y que tan presentes están en la vida moderna. Muchas personas que se encuentran dentro del espectro del autismo también suelen ser menos propensas a imitar los comportamientos sociales de quienes las rodean –a menudo ni siquiera perciben su presencia– y, por el contrario, tienden a forjarse un camino propio y único. A menudo, esto las lleva a concentrarse con gran intensidad en los campos que les despiertan un interés especial, y es frecuente que les cueste dejar de lado dichos campos de interés (un comportamiento que se conoce como compartimentación). “Para quienes nos encontramos dentro del espectro –explica Thunberg–, casi todo es blanco o negro. No se nos da muy bien mentir y, por lo general, no nos gusta participar en ese juego social del que tanto parecéis disfrutar los demás”.

Estos rasgos explican por qué algunas personas que comparten el diagnóstico de Greta se convierten en consumados científicos o intérpretes de música clásica, puesto que su gran capacidad de concentración facilita que consigan grandes resultados. También ayudan a entender por qué, cuando Thunberg centró su imperturbable atención en la crisis climática, se sintió completamente abrumada y totalmente incapaz de protegerse del miedo y la tristeza. Veía y sentía todas las repercusiones de la crisis y no podía dejar de pensar en ellas. Además, las personas con quienes trataba (compañeros, padres y profesores) parecían relativamente indiferentes a esa crisis, lo cual no le transmitía –como sí ocurre con los niños cuya conexión social es más sólida– ninguna señal tranquilizadora que le hiciera pensar que la situación no era tan grave. La aparente despreocupación de su entorno solo lograba aterrorizarla todavía más.

* Autora de En llamas, editorial Paidós (fragmento).