DOMINGO
En primera persona

Soy la Constitución Nacional

06-11-2021-logo-perfil
. | Cedoc Perfil

Hola. Soy la Constitución Nacional. Quiero contarles que estoy un poco triste y desanimada, porque si bien sé que muchos de ustedes no me conocen, otros sí, pero no saben para qué existo, con qué objetivo nací y cuál es mi rol en la vida política e institucional de nuestro país. A su vez tengo muy claro que para la mayoría de los gobernantes soy un obstáculo, porque los limito y porque regulo el ejercicio del poder que ejercen.

Fui concebida en el año 1853 para organizar jurídica y políticamente la Nación, para limitar el poder de quienes deben conducir sus destinos y para dar a todos los hombres derechos y libertades. He sido muy benevolente en este sentido, porque he preferido asegurar derechos más que imponer obligaciones a los habitantes.

Según los constituyentes que me crearon, mi existencia serviría para constituir la unión nacional, para afianzar la Justicia, para pacificar al país internamente, para lograr un sistema de defensa frente a las agresiones externas, para promover el bienestar de todos y para lograr que la libertad sea una realidad y no una quimera. 

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Sin embargo, desde el comienzo todo me resultó muy difícil: los representantes de las catorce provincias que existían en 1853 no se pusieron de acuerdo, en la ciudad de San Nicolás –lugar en el que se reunieron para tomar la decisión de crearme–, y Buenos Aires terminó peleándose con el resto, motivo por el cual no participó de mi elaboración y nacimiento.

A pesar de tener casi ciento setenta años de edad, nunca me ha sido fácil ser la vedete del ordenamiento jurídico. Es que si bien jamás me sentí agredida de palabra, ni cuestionada en cuanto a mi superioridad con relación al resto de las normas, he percibido, en cambio, indiferencia y desinterés por parte de los sucesivos gobiernos a la hora de hacer cumplir mis directivas. En público todos los gobernantes me alaban y elogian con entusiasmo; dicen que soy la “ley de leyes”, y hasta proclaman la importancia de mi vigencia, pero luego no percibo la misma energía para acatarme.

Además, hay algo que me aflige profundamente: la indiferencia con la que también los ciudadanos me tratan. Es cierto que muchos no han accedido a la educación básica, y que quienes lo logran no reciben la instrucción cívica que un buen ciudadano necesita para valorar la razón de mi existencia. Es evidente que eso me juega en contra, a pesar de ser la educación uno de los derechos civiles que más fervientemente quise asegurarles a todos los habitantes, desde mi artículo 14.

Es muy doloroso sentirse innecesaria y darse cuenta de que muchas cosas andan mal en la Argentina, a raíz del desconocimiento que gobernados y gobernantes tienen de mi contenido. ¿Acaso alguien se ha acordado de mi cumpleaños en todos estos años?

El Congreso de la Nación, órgano al que muchas veces le encomiendo la tarea de reglamentar mis mandatos, sancionó, en el año 2003, la Ley 25.863, mediante la cual se declaró al día 1º de mayo de cada año como el Día de la Constitución Nacional, conmemorando mi nacimiento en 1853. Fue un reconocimiento tardío, pero llegó. Sin embargo, a pesar de que esa misma ley encarga a las autoridades educativas de todo el país la realización de jornadas tendientes a recordar ese día, casi nadie lo hace y permanezco siendo una ilustre desconocida para la mayoría.

He sufrido el agravio de haber sido archivada durante varios años: desde 1930 hasta 1983 fui denostada y maltratada por gobernantes inescrupulosos que se atribuyeron los derechos del pueblo y gobernaron en su nombre, sin que éste los haya elegido; pero debo tener la honestidad suficiente como para reconocer que mi prestigio no aumentó demasiado en períodos de democracia.

Sé que nací para vivir eternamente, pero el dolor de no ser lo que debería va socavando mis fuerzas, porque el olvido y la indiferencia son, muchas veces, peor que el ataque directo y despiadado.

Sé que el tiempo es limitado para los mortales e ilimitado para los países y sus instituciones, por eso no puedo permitirme perder las esperanzas. Hay nuevas generaciones que aún pueden valorarme y rescatarme, y para ellas sueño.

Sueño con un país en el que los gobernantes acrediten su idoneidad, demostrando que me conocen íntimamente y que acatan mis directivas con total convicción.

Sueño con un país cuyos habitantes me tengan como texto laico de cabecera; en el que los maestros me muestren orgullosamente a sus alumnos; en el que estos reconozcan la importancia de mi plena vigencia, y las autoridades me evoquen en cada aniversario de mi nacimiento.

Sueño con todo eso, pero no quiero ser pesimista. Confiaré en el futuro y en las nuevas generaciones, porque al fin y al cabo soy la Constitución Nacional, y dejando de lado por un instante la modestia, tengo la plena convicción de que lo mejor que le puede pasar a este país es que todos mis sueños alguna vez se hagan realidad.

*Claves para la educación cívica de los argentinos, editorial Planeta (Fragmento).