La guerra es un verbo consta de una serie de artículos sobre la guerra. Artículos que son escritura y lectura de la guerra. De modo que escribir es también leer a aquellos autores que intentan dar un nombre al efecto devastador de las conflagraciones: la insensibilidad, la anestesia, el embrutecimiento vital para los sobrevivientes.
Dado que los libros sobre los combates se dirigen a los que pudieron salir, de algún modo, de sus garras mortíferas. Ya que en la guerra están los muertos, y los medio muertos. Aquellos que quedan en una sobrevida cabalgan sobre su biografía identificándose a medias con ella. Al principio fue la vida, pintaría Courbet en su origen del mundo. Sin embargo, a esa obra le responde El origen de la guerra de Orlan. La desnudez de un hombre sin rostro, la desnudez en su quietud. La erección de un cuerpo sin apropiación. Hacer la guerra, saquear hasta el último signo vital es el principio como acción. No una palabra sustantiva sino un acto que se realiza a medida que se localiza el mapa tanático en el interior mismo de la máquina social. Un acto del tiempo. De modo que escribir sobre la guerra podría ofrecer un epitafio como final, como principio.
Desde la cosmología mitológica y el poema trágico, desde el fratricidio bíblico, la identidad va adherida a la violencia. El esquema político del lenguaje, las constituciones nacionales y la puesta en escena de la Justicia no son ajenos al desgarro violento. El mal de no poder de los linajes coloniales reclama por una escritura como fuerza pública. Advertidos de la función social de lo maldito, del excedente, del gasto. Si el arte no asume ese margen de catástrofe como deseo social. Si dejamos que la catástrofe flote sola como un hueso sin velo, sin encarnadura, nos topamos con el escándalo bélico de una sociedad subsumida a una beligerancia como modo vital, o mejor dicho, como disminución de sus latidos vitales.
Todo es después de un genocidio, de modo que escribir este después requiere no de una estrategia textual que se sedimente en alguna razón de Estado o en los modos patrios de una lengua nacional; sino en una geopolítica de la sensibilidad. Ni una lengua perdida, ni una lengua del paraíso cuya mano tienda a una profilaxis estética. Tramar un pensamiento del archipiélago que haga estallar la legitimación de una frontera, enhebrando los artificios de la imaginación donde la comunidad pueda tomar cuerpo para vivir y amar.
La guerra es un verbo cuenta con la artillería de la palabra de autores que han sido partícipes de las guerras. Tales como los armenios Levón Khechoyan y Hovhannés Yeranyan, o vecinos de los conflictos como Mariné Petrossian. O que son familiares de aquellos perseguidos por las guerras europeas, tal el caso de los autores argentinos Sandro Barrella o Perla Sneh; o acosados por el genocidio, el politólogo y experto en conflictos armados, el francés Gérard Chaliand. Los modos verbales indicadores de la postura del hablante, esa categoría gramatical, ese accidente consienten en recorrer un abanico de posibilidades hasta encontrar una ternura posible para una guerra que se nombre en pasado, así acompaña el texto la escritura del libro del filósofo argentino Diego Tatian.
Nuestra época se conocerá por la letra, por una percepción que dé cuenta de las capas de ficción que se adosan sobre cada una de nuestras subjetividades. Una mirada que adquiera el espesor de una lupa detenida sobre cada íntimo extravío, sobre ese punto vulnerable de cada vitalidad justo a riesgo de ser quebrada. A la lectura sobre los libros acerca de las guerras le acompañan la propia mirada sudamericana de la autora sobre los enfrentamientos en Armenia o sobre las medidas sanitarias globales pronunciadas desde un lenguaje bélico.
La cartografía contemporánea, estas coordenadas de tiempo marcadas por la inmovilidad de la víctima, por políticas que estallan en los afectos de las personas aislándolas, tiene contadores que deshilachan las madejas de crueldad que sostienen la trama social. Porque la violencia también puede ser un elemento que construye lazos. Esas relaciones tejidas desde la perversión de lo cruel no sólo desarman un entramado, sino que elaboran otro. Tomar la palabra, mostrar la herida de modo de poder concebir una vida en común. La guerra es un verbo porque intenta adentrarse en el modo en que la violencia se actualiza, en el sentido doble en el que la lucha se produce, pero también en el tiempo y espacio donde ésta se consume.
*Autora de La guerra es un verbo, La Cebra Ediciones. (Fragmento).