DOMINGO
LIBRO

Viajar en la cuarentena

Lecturas para aprovechar –y superar– el aislamiento.

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Libros. Viajar pese a estar en cuarentena. | rene magritte

Los 50+ son  cada vez más protagonistas

La nueva longevidad es un nuevo paradigma que va más allá de la salud y el bienestar. Es una visión en 360 grados. Coloca a los que tenemos más de 50 años en un rol de fuerte protagonismo desde lo social, el consumo, la producción de servicios, la gobernabilidad, pero donde también la salud, el bienestar y la calidad de vida se vuelven determinantes. Lo hace tomando en cuenta el aporte que realiza este grupo etario en nuestra sociedad, que comenzará a estar cada día más influenciada y condicionada por los 50+.

Los 50+ se suelen considerar un momento bisagra y cargado de un simbolismo que representa la llegada al medio siglo de vida. Una cifra, si se quiere, redonda y que invita a la reflexión. Los 50 suelen confrontarnos con quiénes somos, quiénes creemos ser y con quiénes y cómo muchas veces nos impone ser la sociedad. A esta edad ya no somos jóvenes, pero tampoco somos personas mayores a la clásica usanza. Ya vivimos, ya hay un camino recorrido, ya hay pérdidas, pero también muchas ganancias en forma de familia e hijos, reconocimiento profesional, realización económica y muchos otros de índole personal que son difíciles de medir. La lista podría seguir. Sin embargo, también hay cambios que son propios de la edad, por limitaciones en la vitalidad, la stamina o transformaciones en la fisonomía o el aspecto, por citar algunos. Los 50+ son un momento donde ya hemos pasado lo que me gusta llamar el primer indicador social que nos muestra que dejamos de ser jóvenes. Ya nos han preguntado en el transporte público: “¿Desciende, señor?”, “¿Desciende señora?”. Nos guste o no, los 50+ suelen ser la instancia en la cual la noción de longevidad nos llega. Aun así, envejecer no tiene por qué ser necesariamente un inexorable deprimente paso luego de la juventud.

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La nueva longevidad es una oportunidad única que tenemos en este siglo XXI. Ninguna otra generación previa en la evolución humana ha tenido el privilegio de poder imaginarse longevos como ocurre hoy en día. Sin embargo, la desventaja es que prácticamente toda nuestra sociedad aún se gestiona, estructura y piensa con marcos referenciales del siglo pasado. Principios y formas de pensar de hace más de cien años, como la idea de un curso de vida rígido, la obligada jubilación laboral y de otras tan diversas como la sexualidad, o el abuelazgo como único rol familiar, aunque no sea de nuestro agrado. El dato edad como indicador que nos ancla en categorías de un rígido esquema social comienza a estar en revisión de la mano de los mayores y la nueva longevidad. La psicóloga estadounidense

Bernice Neugarten planteaba hace años la dificultad por etiquetar o normatizar las edades, cuando cada vez más hombres y mujeres se enamoran y se casan o, por qué no, emprenden un divorcio hasta más allá de los 70 años. ¿Usted sabe que en estos días en Europa Central la edad de casamiento para las mujeres está cerca de los 32 años y de los 35 para los hombres? ¿O que el nacimiento del primer hijo en esta región se da cercano a los 30 años? Cada día es más común el fenómeno por el que mujeres y hombres abandonan el mercado laboral e inician segundas y hasta terceras carreras profesionales. 

Por eso es muy difícil establecer límites precisos. A pesar de ello, todavía escuchamos o leemos sobre juniors o seniors, jóvenes y viejos. Esto refleja un pensamiento, una idea social aún rígida y plagada de etiquetas y no de desafíos y búsqueda de soluciones, que deberían caracterizar nuestra forma de vivir. Nos muestra y expone una forma de pensar el curso de vida al modo antiguo, conformado por una etapa inicial de educación, una larga etapa de trabajo y otra de jubilación. 

La realidad actual, en cambio, nos presenta personas que transitan múltiples situaciones en su vida, en la que se alternan etapas de formación, de trabajo, de reconversión o actualización con otros nuevos trabajos, dentro de una sociedad que nuclea por primera vez a cuatro generaciones de la misma familia en una mesa, o a cinco generaciones de trabajadores en el mercado laboral.

Un modelo de vida donde las transiciones son muchas más que tres, donde cada vez hay menos niños y más mayores y donde las tendencias que moldearán el desarrollo de nuestra sociedad en los próximos treinta años están bien identificadas: entre ellas, el aumento en la cantidad de personas mayores.

Hablar de longevidad no es nuevo. En el Senado romano, la mayor parte de sus integrantes eran mayores, duplicaban la expectativa de vida del momento. ¡Cuando don Quijote decidió emprender la marcha por los campos de Castilla, La Mancha, lo hizo con 50 años! Y su autor Miguel de Cervantes lo escribió a sus 56. Dos longevos para la época: el autor y el personaje.

La palabra “longevidad” refiere a la duración de la vida, algo que, como todos sabemos, se ha ido extendiendo prácticamente en todo el mundo y desde los últimos cien años de manera significativa.

Pero la construcción social que hemos vivido clásicamente sobre las personas mayores y su narrativa las coloca en una situación en la que la vejez es vista como apenas una miserable versión de la mediana edad. Narrativa que se apoya en el rol pasivo de los mayores y la necesidad de recibir asistencia, y que hoy se reduce a los últimos años de vida de las personas (aunque no en todos los casos). A decir de Simone de Beauvoir: “Pero si la vejez, como destino biológico, es una realidad transhistórica, no es menos cierto que ese destino es vivido de manera variable según el contexto social”. Allí están nuestro desafío y el objetivo de este libro: aprender a vivir la segunda mitad de nuestras vidas. Un proceso de construcción de la propia longevidad y por extensión, un cambio en la narrativa social.

 

☛ Título La segunda mitad

☛ Autor Diego Bernardini

☛ Editorial Aguilar

Datos sobre el autor

Diego Bernardini es médico y kinesiólogo por la Universidad de Buenos Aires, máster en Gerontología y doctor en Medicina por la Universidad de Salamanca, España.

Fue parte del Ministerio de Salud de la Nación (Argentina), la Organización Mundial de la Salud (Ginebra), la Organización Panamericana de la Salud y el Banco Mundial (Washington DC), la Fundación Academia Europea de Yuste (España) y el Centro Internacional de Longevidad (Río de Janeiro).

Tiene experiencia de trabajo en Estados Unidos, América Latina, Europa y el Sudeste Asiático, donde fue profesor visitante de la Universidad de Malaya, en Kuala Lumpur, Malasia.


 

Debilidades que se transforman en fortalezas

Bueno, aquí estoy para decirte que tus debilidades te llevarán a tus fortalezas, y que ese cerebro maldito algún día te hará escribir un libro y pensarás “¡oh, guau!, mi sufrimiento sirvió para que otras personas dejen de sufrir”.

La ansiedad no está aquí para que te de un ataque al corazón, ni para que te ahogues y mucho menos para volverte loco. Sé que tienes miedo a que eso pase y todo el día tienes miles de miedos. Aunque no lo creas, esta época de mierda que estás viviendo ahora te dará superpoderes.

Estoy acá para decirte que todo saldrá bien. (Uno de los síntomas más característicos de la depresión es creer que nunca vas a mejorar. Cuando pienses esto, recuerda que no eres tú, es la depresión hablando por ti). De tu sufrimiento sacarás los aprendizajes más valiosos de tu vida. No tengas miedo a cometer errores. Con cada error que cometas aprenderás una lección que te ayudará a acercarte a la mejor versión de ti mismo.

La ansiedad y la depresión han venido a revolucionar la manera que ves tu cuerpo y tu mente. Están aquí para hacerte ver que los debes cuidar. Necesitas darles el alimento que necesitan, dejar de criticar tu físico y agradecerles por lo que te dan; haz que suden y que se muevan, ten tus hormonas al día y duerme las horas que necesitas. Están acá para hacerte ver que no debes exigirte tanto y menos juzgarte, ni a ti ni a los demás. Están acá para mostrarte que si es que sueltas las ganas de controlarlo todo y de ser perfecto, te sentirás mejor. El único control que puedes tomar es el de ti mismo y, para recuperarlo, necesitarás aceptar que lo has perdido y retomarlo con fuerza. Necesitas aprender a relajarte y a tener tu mente en el presente.

La ansiedad y la depresión te obligarán a buscar ayuda, buscar información y buscar educarte sobre cómo funciona el cuerpo y la mente. Y gracias a eso aprenderás cómo alimentarte para mantener un equilibrio interno a nivel fisiológico y emocional (que en realidad son dos caras de la misma moneda). Y que no te quepa la menor duda de que gracias a este estilo de vida saludable prevendrás muchas enfermedades que resultan de un estilo de vida tóxico en el que solo te dedicas a comer azúcar, dormir y buscar placer instantáneo.

Como dice mi amiga Jenny: ¡bendice tus debilidades porque ellas también te llevarán a tus fortalezas! 

Por favor, escribe esta frase en la pared de tu cuarto y léela todos los días apenas te levantes y antes de acostarte. Deja de tenerle miedo al futuro. Confía. Todo empezará a mejorar. Te falta mucho por leer, por aprender, por viajar, por vivir, por amar y saber que todo eso que te falta te puede motivar para convertir tu angustia en motor.

Lo que vemos como una batalla se convierte en nuestra propia transformación. El verdadero camino es un desvío. “Transformarse no es convertirse en alguien nuevo, es llegar a ser uno mismo”, nos dice Cal Pippilota. El cuerpo humano se regenera cada seis meses. Cada célula de pelo, piel y hueso se muere y otra es creada para reemplazarla. Tú no eres quien eras el diciembre pasado. (…)

Tengo lo que se conoce como mente de mono. Es un tipo de mente que siempre está repasando su interminable lista de pendientes, planeando nuevos proyectos creativos, leyendo varios libros a la vez, tratando de estar ahí para las personas que quiero y respondiendo bastantes correos al día de lectores y seguidores que me escriben contándome sus historias de vida y buscando ayuda. Tengo mi propia historia, que ya les conté en mi primer libro, con su respectiva herencia de miedos que siguen rondando hasta el día de hoy como golondrinas enjauladas.

Por eso, meditar me parece la cosa más necesaria del mundo. Baja el volumen de mi cerebro, de modo que oigo menos el ruido que hace mi yo analítico y crítico. Es un descanso de mí misma. Son unas vacaciones de mi propia cabecita, y las disfruto mucho. Ese silencio se ha vuelto el lugar más delicioso al que puedo ir al final del día.

La verdad es que llegué a la meditación intentando deshacerme de algo que se puede resumir en el término dependencia emocional. Odio esas dos palabrejas cuando están juntas, pero supongo que es lo que más se acerca a explicar el hecho de que una persona influya tanto en tu estado de ánimo y en lo que uno piensa sobre sí mismo. Fue buscando desprenderme de mi dependencia emocional que me encontré con la meditación: una herramienta con la que yo solita podía influir en mi propio estado de ánimo.

Mantén tu cerebro enfocado en tus metas: Pueden ser metas pequeñas como simplemente ejercitarte dos veces por semana por veinte minutos. Los pensamientos negativos vendrán todos los días a intentar distraerte. Intentarán bajonearte y drenarte de energía. Por eso, debes desarrollar una práctica diaria de meditación. Ni tus peores enemigos, pueden hacerte tanto daño como tus propios pensamientos, nos dice Buda.

Hay que aprender a redirigir la mente muchas veces al día, porque si no, se nos dispara en direcciones indeseadas. Divagamos o rumiamos. El gran Yogi Ramakrishna dijo: “La mente es un mono loco picado por un escorpión, y todos los que comienzan a meditar e intentan concentrarse saben que esto es cierto”. Especialmente al comienzo, la mente es incontrolable y revoltosa.

Cada vez que te venga el bolondrón de pensamientos negativos que te hunde en la miseria, cierra tus ojos y dirige tu atención únicamente a tu respiración. En mi experiencia, para que realmente funcione tienes que respirar por un mínimo de veinte minutos, dos o tres veces al día. Trata de hacerlo todos los días, ya que esto tiene la capacidad de transformar tu sistema nervioso. 

 

☛ Título ¿Yoga o clonazepam? Botiquín de emergencia emocional

☛ Autora Jessica Vega Puch

☛ Editorial Planeta
 

Datos sobre la autora

Jessica Vega Puch nació en Lima en 1988. En 2014 terminó la carrera de Ciencias y Artes de la Comunicación con una especialidad en Comunicación para el Desarrollo.

Su blog ¿Yoga o Clonazepam?  se convirtió en libro en octubre de 2016 y fue uno de los cinco más vendidos en el Perú durante los dos primeros años desde su publicación.

Entre 2017 y 2018 cursó estudios en Health Coaching, medicina mente-cuerpo y psiconeuroendocrino-inmunología.


 

Implicaciones sociales de las tecnologías

En este artículo, la tecnología se toma como un proceso social en el cual la propia técnica (esto es, el aparato técnico de la industria, el transporte y la comunicación) es solo un factor parcial. No preguntamos por la influencia o el efecto de la tecnología en los individuos, ya que ellos mismos son una parte y un factor integral de la tecnología, no solo como los hombres que inventan o se ocupan de la maquinaria, sino también como los grupos sociales que dirigen su aplicación y utilización. La tecnología, como un modo de producción, como la totalidad de los instrumentos, aparatos e inventos que caracterizan la edad de las máquinas, es así al mismo tiempo un modo de organizar y perpetuar (o cambiar) las relaciones sociales, una manifestación del pensamiento prevaleciente y los patrones de comportamiento, un instrumento para el control y la dominación. 

La técnica por sí misma puede promover tanto el autoritarismo como la libertad, la escasez así como la abundancia, la extensión así como la abolición del esfuerzo. El nacionalsocialismo es un notable ejemplo de los modos en los cuales una economía altamente mecanizada y racionalizada con la máxima eficiencia en la producción puede también operar en el interés de una opresión totalitaria y una escasez continuada. El Tercer Reich es, de hecho, una forma de tecnocracia: las consideraciones técnicas de la eficiencia y la racionalidad imperialistas superan las normas tradicionales de rentabilidad y bienestar general. En la Alemania nacionalsocialista, el reino del terror se sostiene no solo por la fuerza bruta, que es extraña a la tecnología, sino también por la manipulación ingeniosa del poder inherente a la tecnología: la intensificación del trabajo, la propaganda, el entrenamiento de jóvenes y trabajadores, la organización de la burocracia del partido, la industrial y la gubernamental todas ellas constituyen las implementaciones cotidianas del terror siguen las líneas de la mayor eficiencia tecnológica. Esta tecnocracia terrorista no puede ser atribuida a las necesidades excepcionales de la guerra económica; la guerra económica es más bien el estado normal del ordenamiento nacionalsocialista del proceso económico y social, y la tecnología es uno de los principales estímulos de este ordenamiento. 

En el curso del proceso tecnológico, una nueva racionalidad y nuevos estándares de individualidad se han extendido sobre la sociedad, diferentes de, e incluso opuestos a, aquellos que iniciaron el avance de la tecnología. Estos cambios no son efecto (directo o derivado) de la maquinaria sobre sus usuarios o de la producción en masa sobre sus consumidores; son, más bien, ellos mismos factores determinantes en el desarrollo de la maquinaria y de la producción en masa. Para poder entender toda su importancia, es necesario valorar brevemente la racionalidad tradicional y los estándares de individualidad que están siendo disueltos por la época presente de la edad de las máquinas. 

El individuo humano, a quien los exponentes de la revolución de la clase media convirtieron en la última unidad así como en el fin de la sociedad, representaba los valores que contradecían notablemente aquellos que dominan hoy la sociedad. Si intentamos reunir en un único concepto principal las diferentes tendencias económicas, políticas y religiosas que formaban la idea del individuo en los siglos XVI y XVII, podríamos definir al individuo como el sujeto de unos determinados estándares y valores fundamentales, los cuales ninguna autoridad externa se suponía que podía violar. Estos estándares y valores pertenecían a las formas de vida, tanto sociales como personales, que eran más adecuadas al completo desarrollo de las facultades y habilidades del hombre. Por la misma evidencia, fueron la verdad de su existencia individual y social. El individuo, en tanto ser racional, era considerado capaz de encontrar estas formas a través de su propio pensamiento y, una vez que hubo adquirido la libertad de pensamiento, persiguió el curso de acción que las actualizaría. La tarea de la sociedad era garantizarle tal libertad y eliminar todas las restricciones sobre su curso racional de acción.

El principio del individualismo, la búsqueda del interés propio, estaba condicionada por la proposición de que el interés propio era racional, es decir, que resultaba de, y estaba constantemente guiada y controlada por el pensamiento autónomo. El interés propio racional no coincidía con el interés propio inmediato del individuo, ya que este último dependía de los estándares y requisitos del orden social dominante, situado ahí no por su conciencia y pensamiento autónomos, sino por las autoridades externas. En el contexto del puritanismo radical el principio del individualismo pone al individuo en contra de su sociedad. Los hombres tenían que romper con todo el sistema de ideas y valores impuestos sobre ellos, y encontrar y captar las ideas y los valores conformes a su interés racional. Tenían que vivir en un estado de vigilancia, aprehensión y crítica constante, para rechazar todo lo que no era verdadero, no justificado por la razón libre. Esto, en una sociedad que todavía no era racional, constituía un principio de agitación y oposición. Los estándares falsos gobernaban todavía la vida de los hombres, y el individuo libre era por tanto aquel que criticaba esos estándares, buscaba aquellos que eran verdaderos y avanzaba hacia su realización. El tema nunca ha sido expresado de forma más apropiada que en la imagen de Milton de una malvada raza de tramposos, que (...) tomaron a la virginal Verdad, hicieron añicos su hermoso cuerpo, y la dispersaron por los cuatro vientos. Desde aquella época y por siempre jamás, los tristes amigos de la Verdad que osan presentarse, imitando la minuciosa manera como Isis buscó el cuerpo descuartizado de Osiris, comenzaron a andar por todas partes, recogiendo extremidad por extremidad hasta hallarlas todas. Nosotros aún no las hemos encontrado todas, ni lo haremos jamás, hasta que su dueño venga por segunda vez... Seguir todavía buscando lo desconocido, por medio de lo que sí conocemos, cosiendo aún verdad con verdad a medida que la hallamos (¡porque todo su cuerpo es homogéneo y proporcionado!). Este era el principio de la racionalidad individualista.

 

☛ Título Tecnología, guerra y fascismo

☛ Autor Herbert Marcuse

☛ Traducción Cristopher Bonilla

☛ Editorial Godot
 

Datos sobre el autor

Herbert Marcuse nació en Berlín, Alemania, en 1898. 

Estudió filosofía en las universidades de Berlín y Friburgo, donde conoció a Edmund Husserl y Martin Heidegger, que fue el director de su tesis, con la que se doctoró en 1922. 

En 1933, ingresó en el Instituto de Investigación Social de la Universidad de Frankfurt (la Escuela de Frankfurt), que fue clausurado ese mismo año por el régimen nazi. 

Fue docente en las universidades de Columbia, Harvard, Boston y San Diego, y gran inspirador del movimiento estudiantil que culminó en el Mayo del 68. Murió en 1979.


 

La soledad: una condición femenina

Por qué estamos solas, aun acompañadas?

¿Cómo llegamos a estar tan amargadas que no encontramos salida? ¿Cuáles de las cosas que nos pasan responden a un contexto político y económico, y cuáles tienen que ver con una desigualdad de género tan transversal e histórica que impacta en la vida de nuestros afectos, vínculos, decisiones? ¿Por qué estamos en soledad aun estando acompañadas?

La soledad nos une a todas por igual y al mismo tiempo refleja la desconexión de nuestras miradas, la necesidad de la vuelta a la complicidad, al código de rescate, a nuestro propio salvavidas. Es la clave, la contraseña, las letras que desbloquean la verdad dentro de la verdad y hacen luz ante las preguntas. ¿Cuándo sentimos soledad? ¿Cómo la vivimos?

¿Por qué socialmente no se percibe una solidaridad entre las mujeres? ¿Por qué al llegar a la maternidad o a la necesidad de cuidar a algún familiar la mujer es arrastrada hacia un espacio invisible? ¿Qué nos lleva hasta ahí desde niñas?

La soledad es parte de la vida de las mujeres, estemos solas o acompañadas. Se siente, se percibe, la soledad del corazón, del desasosiego y de las dudas que nos avergüenza plantearnos. La soledad que nos habla también de la locura, del miedo, de las voces internas que no paran. 

Elegí comenzar este capítulo con una frase de Frida Kahlo, ya que sus autorretratos representan la soledad hecha colores y también crudeza. Allí está ella, impávida, inmutable ante el tormento que sufría su cuerpo. Frida contrajo poliomielitis de niña y las sucesivas operaciones y los momentos de dolor la hicieron transitar una infancia y una vida adulta con adversidades, pero, sobre todo, en soledad. Cuando pensamos en Frida, imaginamos que fue feminista o cuestionamos por qué se obsesionó con Diego Rivera. Miramos sus fotos, sus ojos tristes, sabemos de sus enfermedades, amores y desamores. La conocemos poco como revolucionaria, la conocemos más como una amante triste y a la espera. Frida es la proyección de nosotras mismas, de esa soledad que atornilla nuestra columna y nos estanca en el piso más frío. Tenemos muchas mujeres en la historia que representan al feminismo, pero la imagen de Frida quedó anexada no porque realmente haya hecho de los derechos de las mujeres una causa propia, sino por la identificación que sentimos con una mujer que amó mucho, que amó ante el dolor, que soportó y que esperó. Frida fue una mujer que amó demasiado.

Cuando planteo que las mujeres estamos solas no me refiero solo al sentimiento de soledad. Me refiero a eso que muchas veces no tiene un nombre y esconde una explicación, me refiero a la presión entre nuestros deseos y una vida que nos enfrenta a limitaciones relacionadas con nuestro género. Esa soledad es la lucha diaria, tener que batallar por el hecho de ser mujeres, y dar esa batalla solas. Batallamos solas en nuestros trabajos cuando nos piden el cafecito y no podemos decir que no, batallamos solas cuando nos negamos a levantar los platos en el almuerzo del domingo, pero vemos que son otras mujeres las que los levantan. Sentimos la soledad cuando no podemos hablar de deseo sexual en la adolescencia, cuando nos tenemos que masturbar a escondidas y con miedo, cuando nos niegan información y nos aíslan. Estamos solas las madres cuando criamos y recibimos opiniones de todo el mundo. Está sola la que hace malabares para volver al trabajo. Está sola la que se queda en la casa. Está sola la que tiene que exigir alimentos a la justicia patriarcal.

Nuestra soledad es el ruido, el dolor de las llegadas y las partidas, nuestra soledad son las palabras y su sonido. Tu soledad, mi soledad, es la misma y es historia en común: es la de estar separadas, la de estar divididas. Ese espacio flotante, escondido, que nos habla de nuestra historia, la historia de las mujeres, borrada de un soplo, contada por sus vencedores pero no por sus protagonistas. Nuestra soledad es la historia que nos contaron sobre nuestra enemistad.

Nuestra soledad es un bullicio eterno, es no estar en nuestra cabeza sino en el afuera, en el qué dirán, en el deber ser, en el prejuicio y en el juicio que nos condenan a la cárcel de un destino que no sabemos si deseamos, si lo elegimos. La soledad son los mandatos. 

Transitamos este mundo con una cantidad enorme de mandatos y barreras de los que no somos conscientes. Como no somos conscientes, no los podemos poner en palabras y, como no los podemos poner en palabras, se quedan ahí, obstaculizando nuestro camino, sin ser vistos, sin ser reconocidos. En cambio, se transforman en pensamientos y comportamientos que van en contra de nosotras. 

Nuestra soledad nos encuentra en roles, en momentos, nos acompaña siempre y nos aísla. Somos la mujer que no se atreve a contarles a sus amigas aquella noche que su marido llegó borracho y la penetró sin preguntarle. Somos la adolescente cuyo novio extorsiona con fotos prohibidas, pero no puede pedir ayuda porque sus padres no saben que tiene sexo. Somos la madre agotada que llega al jardín con mochila, vianda, cartulina, mapamundi, paquete con las cremas de la perfumería que quedaba de paso, bolsa con la fruta y la verdura, turrón y jugo para la vuelta a casa y una mano libre para agarrar a su criatura y cruzar la calle; esa madre, la que no tiene otra mano, la mismísima mujer orquesta, que está sola y aturdida. Somos esa mujer que espera todo el día un mensaje de texto para encontrarle sentido a la rutina. 

La soledad son nuestras vergüenzas, nuestros llantos en el baño del bar, son las lágrimas que derramaba Tita, la protagonista de Como agua para chocolate, en cada receta cocinada para su familia. Nuestra soledad son los secretos, la impotencia misma que grita y nos enferma, la falta de entendimiento, la hostilidad, el deber ser.

Las mujeres estamos solas incluso estando acompañadas, y estamos cansadas. Estamos hartas y confundidas. Sin embargo, aguantamos, aguantamos porque nos enseñaron desde niñas que las mujeres aguantan, que las mujeres se enamoran y aman intensamente. Nos enseñaron que las mujeres pueden ver a través de la maldad del otro y nos engañaron diciendo que dentro de esa bestia hay un príncipe necesitado de ser amado. Nosotras queremos ser rescatistas, aunque eso signifique nuestra desdicha. Las mujeres buscamos salvar todo el tiempo, buscamos que nuestro amor salve y borre el maltrato, la violencia disfrazada de chiste, el cansancio y a veces los golpes. Las mujeres reímos porque preferimos creer que fue sin mala intención o reímos por querer agradar siempre. Sorteamos el miedo al descrédito, al maltrato, a la vergüenza pública para sostener el deseo de ser amadas, de cualquier forma. …

La soledad es nuestra condición como mujeres. En cambio, los hombres no están solos por ser hombres. Estarán solos por alguna condición económica adversa, pero así y todo entre ellos hay una solidaridad de género, un pacto entre caballeros, construido en su historia más primaria. Pero nosotras sí, estamos solas, nosotras sí tenemos quebrados nuestros diálogo y código como mujeres. Por esta razón molestan tanto las mujeres organizadas, porque los grupos de mujeres, en cualquier parte del mundo, cambian la fórmula del éxito de patriarcado: logran no sentirse solas, porque se sienten respaldadas.  La soledad son los agujeros negros en nuestra historia, es no saber qué nos trajo hasta aquí.

 

☛ Título Solas (aun acompañadas)

☛ Autora María Florencia Freijo

☛ Editorial El Ateneo

 

Datos sobre la autora

María Florencia Freijo es licenciada en Ciencias Políticas.

Reconocida por su trayectoria como militante de los derechos de las mujeres, se dedica a la divulgación de la historia y la situación actual de las mujeres en el mundo a través de redes sociales, prensa escrita, radio y televisión. 

Ha colaborado en medios como Clarín, Infobae, Anfibia, BAE Negocios, Noticias, La Nación, Sudestada, entre otros.

Brindó clases en la Universidad Complutense de Madrid, la Universidad de Buenos Aires, la Universidad Nacional de Rosario, la Universidad Nacional del Litoral, la Universidad Nacional de San Luis y la Universidad Nacional de Córdoba. Trabajó en Ecuador, Alemania y Paraguay en temas referidos a desarrollo humanitario. 

Madre sola, hace malabares con la exclusividad de los cuidados de su hijo de 7 años, su trabajo y otros sueños que persigue.