Los investigadores, de la Universidad de Tel Aviv y la Universidad Ben Gurion, exploraron el verdadero beneficio de la economía digital de intercambio de alimentos (cuando las personas anuncian y pasan los excedentes de alimentos a otros en lugar de tirarlos).
¿Es esta realmente una práctica respetuosa con el medio ambiente que ahorra recursos y reduce significativamente el daño al medio ambiente? Para responder a esta pregunta, se centraron en la eficacia de compartir alimentos según tres indicadores ambientales: agotamiento del agua, uso de la tierra y calentamiento global.
A través del experimento hallaron que una proporción significativa del beneficio para el medio ambiente se compensaba cuando el dinero ahorrado como resultado de compartir se utiliza para fines que tienen un impacto ambiental negativo.
Es importante buscar formas de reducir el desperdicio de alimentos y examinar una posible contribución a la mitigación del cambio climático
Una de las líderes del estudio, Tamar Meshulam, de la Escuela Porter de Medio Ambiente y Ciencias de la Tierra de la Universidad de Tel Aviv, recordó que “el desperdicio de alimentos es un problema ambiental crítico”.
“Todos tiramos comida, desde el agricultor en el campo hasta el consumidor en casa -dijo la experta-. En total, alrededor de un tercio de los alimentos producidos en el mundo se pierde o se desperdicia”.
Meshulam afirmó que la comida que se tira es responsable de aproximadamente el 10 por ciento de las emisiones de gases de efecto invernadero, mientras que la tierra utilizada para cultivar alimentos que luego se desperdician tiene el mismo tamaño que Canadá.
“Por eso es tan importante buscar formas de reducir el desperdicio de alimentos y examinar una posible contribución a la mitigación del cambio climático”, enfatizó.
Por su parte, la doctora Tamar Makov, de la Universidad Ben Gurión, agregó que las plataformas de internet para compartir alimentos “están ganando popularidad en todo el mundo y se consideran una solución natural que puede ayudar a abordar tanto el desperdicio” de comida “como la inseguridad alimentaria”.
“Si bien no hay nada nuevo en compartir alimentos, la digitalización ha reducido sustancialmente los costos de transacción, lo que permite que los alimentos se compartan no solo dentro de los círculos sociales de familiares y amigos, sino también con extraños absolutos”, añadió.
Al mismo tiempo, compartir en las plataformas “puede ahorrar a los usuarios una gran cantidad de dinero, lo que plantea la pregunta ¿qué hace la gente normalmente con esos ahorros?”.
Entrando en el centro del estudio, Makov dijo que “considerar lo que la gente hace con el dinero que ahorra a través de las plataformas de intercambio es fundamental para evaluar los impactos ambientales”.
“¿Es posible que al menos parte del dinero ahorrado se gaste en productos y servicios intensivos en carbono que anulan el beneficio de compartir?”, se preguntó la doctora Vered Blass, también de la Universidad de Tel Aviv.
Blass presentó, en ese sentido, “un pequeño ejemplo para ilustrar: digamos que durante un mes una pareja joven vive solo de la comida que obtuvieron gratis a través de una plataforma de intercambio y luego decide usar el dinero que ahorraron para volar al extranjero”.
En tal caso, “es obvio que el avión en el que volarán crea una contaminación que daña el medio ambiente más que todos los beneficios de compartir”, advirtió la académica.
Para su estudio, los investigadores se concentraron en la aplicación OLIO, una plataforma internacional de intercambio de alimentos entre pares, y en concreto en su actividad en Gran Bretaña entre los años 2017 y 2019.
Combinando modelos de los campos de la ecología industrial, la economía y la ciencia de datos, midieron los beneficios de compartir alimentos utilizando tres indicadores ambientales: el calentamiento global, el agotamiento de las fuentes de agua y el uso de la tierra.
Los expertos de la economía de intercambio proponen combinar la transición a una infraestructura verde con un consumo verde
Para comprender cómo los usuarios de OLIO invertían sus ahorros, utilizaron datos publicados por la Oficina Nacional de Estadísticas británica sobre el gasto de los hogares según el propósito del consumo (o COICOP, por su sigla en inglés).
El lugar en el que se llevó a cabo el intercambio de alimentos permitió a los investigadores asignar a cada usuario de recolección su percentil de ingresos del Reino Unido.
“Descubrimos que alrededor del 60 por ciento de los usuarios de la aplicación pertenecen a los cinco deciles inferiores, mientras que alrededor del 40 por ciento de las acciones fueron realizadas por los cinco deciles superiores”, informó Meshulam.
“También encontramos -prosiguió- que los deciles segundo y décimo constituían una cantidad relativamente grande de acciones, por lo que decidimos centrarnos en ellos, junto con datos sobre la población general: en qué gastan su dinero y cuál es el significado de estos hábitos de consumo. con respecto a los ahorros hechos posibles por compartir”.
Los investigadores realizaron una variedad de análisis estadísticos que arrojaron hallazgos “fascinantes”, según el reporte de las universidades. En muchos casos vieron una brecha considerable o “efecto rebote” entre el beneficio ambiental esperado y el beneficio que realmente se logró.
Este “efecto rebote” varió según la población y la categoría de impacto ambiental. Meshulam citó varios ejemplos: para la población general, el 68 % del beneficio se compensó en la categoría de calentamiento global, aproximadamente el 35 % se compensó en la categoría de agotamiento del agua y aproximadamente el 40 % se compensó en la categoría de uso de la tierra.
Además, en los hogares que utilizaron la mitad de sus ahorros para gastos de alimentación, el “efecto rebote” en todas las categorías aumentó del 80 al 95 por ciento.
La conclusión de la investigación es que los beneficios ambientales reales de las mejoras de eficiencia a menudo no alcanzan las expectativas, dijeron los expertos.
Eso se debe, apuntaron, a que las infraestructuras que sustentan las actividades humanas siguen siendo intensivas en carbono.
Mientras nuestros ahorros se midan en dinero y el dinero se utilice para gastos adicionales, el “efecto rebote” erosionará “nuestra capacidad para reducir las cargas ambientales a través de una mayor eficiencia”.
En este contexto, el estudio -cuyos resultados fueron publicados en la revista Journal of Industrial Ecology- los investigadores destacaron la necesidad de “combinar una transición a una infraestructura verde con un consumismo verde”.
“Cada uno de estos individualmente no logrará el impacto deseado y crítico necesario para la humanidad y el planeta”, completaron.
Publicado originalmente en IsraelEconomico.com