Después de dos años de caídas, el pronóstico para la economía brasileña este año oscilaba entre 0,5 y 1%. “Es muy pronto para decir cómo va a impactar. La economía tocó un piso pero para este año no preveíamos más que eso: que como mucho Brasil dejara de ser un lastre”, explicó un funcionario del Gobierno sobre el impacto de la crisis por corrupción en el país vecino, donde el presidente que asumió después de destituir a Dilma Rousseff, Michel Temer, terminó implicado en presuntos sobornos.
La primera reacción fue generar una devaluación del peso frente al dólar, que llegó a $ 16,22 y le dio un poco de aire a los sectores que acusaban problemas de competitividad y atraso cambiario.
“El tipo de cambio flotante hizo que con la devaluación del real se beneficiaran también algunos sectores de la industria y exportadores”, indicaron en el Gobierno.
“El peso flexible demostró que es bueno porque permite absorber los impactos desde el exterior. Muchos en el Gobierno deben haber esbozado una sonrisa porque le dio un salto al tipo de cambio para moderar la pérdida de competividad”, evaluó el economista Dante Sica.
Los sectores más vulnerables a los vaivenes de Brasil son algunos donde las exportaciones dependen más del mercado del principal socio comercial, como automotor y químicos.
El escaso aporte de Brasil en la compra de bienes manufacturados también estaba descontado por los economistas. “La industria no será la impulsora del crecimiento de la actividad en 2017, tanto por la mala performance de Brasil como por un retraso en el consumo”, evaluaron desde la consultora de Orlando J. Ferreres.
Ayer la Confederación Nacional de la Industria (CNI, la UIA brasileña) presentó su índice de confianza del empresario industrial. Relevado antes del escándalo de esta semana, muestra un 0,6% de mejora frente a la medición anterior. Los encuestados marcaron condiciones actuales peores pero tenían expectativas más altas.