Desde 1989, los autos de la Fórmula 1 no usan palancas sino botones para hacer los cambios, pero la figura es la misma: cada año que transcurre, Europa está cada vez más desesperada por poner (o pulsar) la sexta velocidad que disponen las cajas de los coches de la categoría (y hasta la séptima con la que cuentan algunos monoplazas, el límite permitido) para huir de su ahora deficitaria relación con la F1.