El proceso de globalización de la economía mundial se acelera a impulso de la recuperación de la revolución tecnológica del procesamiento de la información, que deja atrás y supera, tras 6 años de crisis, las consecuencias del estallido de la burbuja especulativa de las empresas de alta tecnología, que ocurrió en el 2000 (dot.com).
Comienza ahora una era de innovación a gran escala y de alcance global, en la que las ventajas competitivas no surgen sólo del aumento de la productividad o del auge de las nuevas invenciones, sino de la fusión entre éstas y la transformación de la totalidad de las actividades económicas, públicas y privadas, cuyo eje es la mutación completa de cómo las cosas son fabricadas y también de las formas y condiciones de toda la actividad social.
Carlota Pérez sostiene en su libro Technological Revolution and Financial Capital que cada revolución tecnológica de la historia del capitalismo sigue cinco fases repetidas: la irrupción; el crecimiento salvaje; la crisis; la sinergia y la madurez.
La revolución tecnológica del procesamiento de la información, surgida en la década del ‘70, después de un período explosivo de crecimiento que duró 30 años, y que adquirió un ritmo vertiginoso a partir de 1995, culminó con la crisis de 2000 (dot.com bust). Esta crisis provocó condiciones caóticas, acompañadas por la desaparición de miles de empresas de alta tecnología, sobre todo de Internet. En los siguientes seis años se desarrolló en el mundo, y en primer lugar en EE.UU., una fase de corrección, que coincidió, no casualmente, con la absorción por la totalidad del sistema económico norteamericano de la gigantesca “sobreinversión” en alta tecnología, en especial en telecomunicaciones e informática, de la década del 90.
Ese período de corrección y absorción, en lo esencial, parece haber terminado; y se abre paso un nuevo despliegue de las tecnologías del procesamiento de la información, que son inherentemente globales por su naturaleza. Se produce así un doble fenómeno de aceleración de la innovación y de profundización de la integración mundial, que tiende a convertirse en una única realidad. “Todo lo que asciende, converge”, dice Teilhard de Chardin.
Esta nueva ola de innovación de alcance mundial, pero centrada fundamentalmente en EE.UU., se revela en el redireccionamiento de la inversión extranjera directa (IED) global.
A partir de este año y hasta 2010, la mayor parte del incremento de la IED se dirigirá al mundo desarrollado, y en primer lugar a Estados Unidos; es lo contrario de lo que ha ocurrido en los últimos cuatro años. Hasta 2010, la IED crecerá 66% en los países de la OCDE, mientras que aumentará sólo 48% en el mundo emergente. Estados Unidos recibirá más del 60% del incremento de la IED que se dirige al mundo avanzado.
Según The Economist Intelligence Unit y la Universidad de Columbia, la razón del atractivo norteamericano para la IED es su boom de productividad, resultado de la absorción y despliegue de la revolución tecnológica de la información provocada por la fenomenal “sobreinversión” de la década del 90. Estados Unidos atrajo 122.000 millones de dólares anuales de IED en 2004 y 2005, el mayor nivel del mundo. Es el doble de lo que recibió China; y aún así representa el 1% del PBI estadounidense.
El boom de productividad en Estados Unidos no es obra del determinismo tecnológico, sino que éste, en todo caso, en una dimensión del proceso de acumulación, eje y fundamento del sistema capitalista.
“El capitalismo es un proceso autoinducido de acumulación que se manifiesta a través de sucesivas revoluciones tecnológicas”, dice Joseph Schumpeter. El cambio tecnológico no es en el capitalismo una variable exógena, sino endógena.
La nueva ola de innovación mundial se manifiesta principalmente en Estados Unidos; y, dentro de él, en el sector transnacional de la economía. El sector transnacional (trasnacionales norteamericanas más extranjeras radicadas allí) representó en el período 1995/2005 el ciento por ciento del incremento de la productividad del trabajo de toda la economía de Estados Unidos, salvo la agrícola. Significa que duplica la productividad del resto de los sectores, y que su participación en la productividad promedio es más del doble que su contribución al producto.
En esta nueva fase de innovación global, lo mundial deja definitivamente de ser lo internacional y lo externo. El sector transnacional de la economía norteamericana es hoy lo más profundamente mundial de los Estados Unidos; y lo mismo sucede con el comercio “internacional” chino, obra de las empresas transnacionales, sobre todo de alta tecnología.
En estas condiciones, nada significativo puede ser pensado desde la esfera nacional, pues lo mundial se torna primordial e inmediato y deja de ser, definitivamente, lo que está más allá de la nación.
¿Y qué es hoy la política nacional, ese árbol que no se trasplanta? Es sólo el modo de inserción de la nación en el espacio mundial.