El economista Eduardo Levy Yeyati, fundador de la consultora Elypsis y profesor universitario, es también coordinador del Consejo Presidencial Argentina 2030. Allí tiene como objetivo el desarrollo de ideas que impulsen el crecimiento a mediano y largo plazo, con oficina en la propia Casa Rosada. Pero además, reparte su tiempo también en investigar el futuro del trabajo, mientras el mundo discute nuevas reglas laborales pero no para ganar productividad, como busca ahora Cambiemos, sino porque la revolución digital está borrando puestos de trabajo. Lo que se dice, Levy Yeyati está pensando la reforma laboral del futuro.
—En una charla TED en noviembre, hizo referencia a un estudio del Banco Mundial que concluye que potencialmente el 60% de los trabajos argentinos son automatizables. ¿Cómo entra ese diagnóstico en el debate actual de los convenios laborales?
—En el mediano plazo, hay un cambio de composición, con habilidades que se vuelven obsoletas y otras que son más requeridas. Como el trabajador no puede reconvertirse fácilmente, sobra empleo para algunos y falta para otros, que se ven forzados a trabajar menos o por menos. En el largo plazo, la creación neta de empleos probablemente sea negativa y caigan las horas trabajadas, la participación del trabajo en el producto y la equidad. Hay un delicado equilibrio entre facilitar la reconversión a sectores creadores de empleo, o en adaptar el trabajo a la colaboración con la máquina, y flexibilizar las condiciones laborales sin resguardo de los derechos laborales. El debate hoy está precisando una diagonal que reconcilie estos dos objetivos, por ejemplo, a la manera del modelo nórdico.
—Usted menciona, ante el cambio tecnológico, la posibilidad de introducir un “ingreso universal básico”, algo que se está testeando en Finlandia.
—Tiene dos sentidos. Por un lado, está el problema moral: así como tenemos asignaciones y pensiones universales, es válido pensar en un ingreso básico como herramienta de equidad, de distribución de los frutos del progreso tecnológico. Por otro lado, está el argumento “capitalista”: se necesita que el trabajador desplazado consuma. Pero el ingreso básico no es barato, requiere equilibrio fiscal; hoy no sería aplicable en la Argentina porque no sería financiable. Dicho esto, no es descabellado pensar en hacer un piloto como en Finlandia para entender sus efectos psicosociales.
—Entre la automatización por un lado y los nuevos escenarios de relaciones laborales cuentapropistas tipo Uber, ¿qué regulación laboral tendremos?
—El caso de Uber junta los dos problemas: hoy los taxistas sindicalizados con convenio resisten a los cuentapropistas de Uber, pero ambos serán eventualmente eliminados por la automatización, y el convenio se volverá abstracto. En otras actividades, los convenios, que se asocian al modelo fordista de línea de producción ydemarcación laboral, podrán adaptarse y en algunos casos lo han hecho. Pero el convenio es difícil de reconciliar con actividades part time o modelos a demanda como Handy o TaskRabbit (o el local IguanaFix), lo que genera un doble riesgo de desprotección laboral y ausencia de beneficios. El desafío hoy pasa por pensar un régimen laboral y de cobertura para estas nuevas modalidades en ascenso.
—¿Qué se está discutiendo en el mundo en materia laboral?
—Los países nórdicos instrumentaron una desregulación que protegió al trabajador, no a la empresa ni al sindicato, con programas sociales de calidad y formación de nuevas habilidades, la llamada “flexicurity” que incluso mejoró los ya altos niveles de equidad económica. Estados Unidos, en cambio, se inclinó por una liberalización sin protección que profundizó la desigualdad salarial y social.
—¿El Gobierno plantea fomentar un crecimiento basado en la inversión. ¿Esa inversión tracciona empleo? ¿O por el cambio tecnológico tracciona menos trabajos?
—Hay actividades como la energía, el agro o los servicios de alto valor que generan valor o divisas pero poco empleo, y hay servicios que generan empleo y que se nutren del valor generado por los otros, muchas veces a través de impuestos y transferencias. Las grandes inversiones fluyen más naturalmente a los sectores competitivos, que en la Argentina generan empleo pero no necesariamente todo el empleo que necesitamos. Pero la riqueza generada con esa inversión es que hace viable muchas otras actividades demandantes de trabajo argentino.