Germán García está preocupado. Tiene 29 años, un trabajo calificado, una novia con la que le gustaría convivir, pero su sueldo –que araña los mil dólares– no le permite mudarse del coqueto monoambiente que alquila en Palermo desde hace dos años. “Mi salario apenas me permite alquilar y pensé en un crédito para comprar, pero tampoco me lo dan. No llego.”, confía, consternado.
Su situación no es más que la metáfora del nuevo foco de la actividad inmobiliaria en la Ciudad: después de la crisis de 2001, el mercado comenzó a volcarse al desarrollo de departamentos de uno y dos ambientes. Los proyectos con más dormitorios y comodidades, concebidos para la familia tipo, son excepcionales.
El rango etario que puede acceder a unidades de más de dos ambientes –parejas con hijos o en vías de tenerlos– se achica cada vez más. La edad del matrimonio o la decisión de convivencia llega más tarde y el crecimiento de los divorcios inundaron las calles porteñas con cada vez más gente que vive sola, durante más tiempo.
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