En el libro Paradoja de la soja argentina: modernización hacia el monocultivo esbozamos algunas ideas relacionadas con las potencialidades y obstáculos al desarrollo que la sojización del agro argentino genera a nuestro país. Sostenemos que el desarrollo nacional no depende de los precios ni del volumen de la próxima cosecha, sino de construir sobre las potencialidades que este proceso tiene y de reducir al mínimo los daños que causa.
Desde la perspectiva de los estudios del desarrollo, la sojización es un caso singular que no responde a un modelo usual. Mientras que la idea de modernización económica generalmente fue asociada a un tránsito de economías preeminentemente rurales hacia urbanas, o de la producción de commodities a la de bienes diferenciados con mayor valor agregado, o de bienes tradicionales hacia nuevos; por el contrario, esta modernización se centra en un commodity agrícola que tiene larga historia.
Es un proceso contradictorio en el que hay señales de modernización y de atraso. Reúne los dolores sociales que suele acarrear el tránsito hacia el desarrollo y las miserias de los procesos de concentración de la tierra y el capital, pero también sirvió para superar profundas crisis económicas por las que atravesó el país y viene siendo una fuente de recursos imprescindible en el marco de la actual política económica.
Desde el pico de precios internacionales de mediados de 2008, la producción y comercialización de soja estuvo en el centro del debate político en Argentina. Se abrieron enormes posibilidades para aprovecharlo para el desarrollo nacional pero se están desperdiciando en disputas cortoplacistas por la distribución de la renta entre los beneficiarios del cambio de contexto.
Es un proceso paradójico porque cuanto más aumentan los precios de la soja, más se profundiza la modernización y aumenta el desplazamiento de otros productos agrícolas. La modernización coadyuva a reducir los costos de producción, incrementando la renta agraria: cuanto más se moderniza la producción de soja, más se concentra la producción agrícola en ese cultivo y más escasean los alimentos que consumimos los argentinos y más aumenta su precio.
Entre los beneficiarios del nuevo contexto se encuentran los grandes productores sojeros, de insumos, industrias procesadoras y firmas exportadoras, así como el gobierno nacional, que mediante las retenciones logró reducir las restricciones fiscal y de balanza de pagos. En efecto, una de las mayores controversias generadas se refiere a la distribución de la renta agraria. Basta con señalar que la recaudación por retenciones saltó de ser el 0,11% de los ingresos fiscales en 2001 a 9,73% en 2002 y se mantuvo por sobre el 10% hasta 2010, con picos de alrededor 13% en 2003 y 2008. Es decir, pasó de ser insignificante durante los años noventa a explicar holgadamente los buenos resultados fiscales de los últimos 10 años.
No obstante, los años 2011 y 2012 parecen haber tenido una leve reversión en la tendencia, al reducirse la relación entre retenciones y recaudación total a 9,93% y 8,94% respectivamente. Si efectivamente se trata de una tendencia a futuro o simplemente un accidente circunstancial, depende del tipo de cambio real oficial que rija en el futuro. Si la cotización del dólar que se paga a los exportadores sigue estando retrasada, la recaudación por retenciones tendrá menos peso en el total, adonde aumentará la importancia de los impuestos relacionados con la economía doméstica como el que se aplica al valor agregado y los que se aplican a las ganancias de las personas y las empresas.
*Universidad Nacional de Quilmes.