Se respira paranoia en la sociedad argentina. Se respira estadio de alerta permanente. Se respira ansiedad.
La economía está colocando en vilo a la clase dirigente y a la ciudadanía en su conjunto. El 10 de diciembre de 2015 quedó demasiado atrás. No se trata de fechas sino del cúmulo de expectativas sembradas en torno al nuevo mandato presidencial.
Lo esperado no llegó o, al menos, con los resultados pronosticados empezando por las inversiones externas directas. El atraso cambiario, el endeudamiento del Banco Central, el desequilibrio fiscal y externo, la inflación que trepa devorando la capacidad adquisitiva salarial son senderos que conducen al desencanto político, social y económico.
Hay algo por detrás de esta escena que quizás no se deja analizar. Invisible pero latente. Existe y se llama “destrucción del otro”. Erosión en los niveles de confianza social. Desapego hacia los discursos políticos porque los hechos parecieran que hablan a gritos. El enfriamiento de la economía es palpable aunque lo más preocupante sean los lazos de credibilidad desgastados.
La ruptura socio-política contiene pinceladas más delicadas y profundas a la vez. Si se indaga en el tejido social, los lazos de solidaridad pueden ir enfriándose. El enfrentamiento supermercados-sociedad, tarifas de transportes y servicios públicos in crescendo, manifestaciones del sector sindical son algunas de las consecuencias visibles de la ausencia de diálogo que ya se gesta en la cúpula del sector gubernamental.
En medio del caos lo peor que puede suceder es agitar aún más las aguas. La embarcación se hundirá más rápido. Una cosa es decirlo, claro, otra distinta ejercitarlo. Pero la toma de conciencia es el paso número uno. Hacer un stop visual para analizar la situación, cuál es la foto que ven nuestros ojos y por qué nos afanamos en encrudecer más la interacción entre los actores de esta gran escena que es la vida. Una escena teatral donde cada uno asume roles, funciones, tareas, responsabilidades. Si cada uno velase por su parte sin endilgar al vecino… los resultados serían otros.
El agiotismo y la especulación se encuentran en la esencia del ser humano. Sube el dólar, la inflación no se controla y, en seguida suben los precios. Esperemos no llegar a los años de delirio donde se escondía mercadería para luego remarcarla.
Jürgen Habermas concibe la noción de crisis asociándola con la Teoría de Sistemas. “Las crisis surgen cuando la estructura de un sistema de sociedad admite menos posibilidades de resolver problemas que las requeridas para su conservación… son perturbaciones que atacan la integración sistémica”. Amenazan aquello que está en juego: la integración social. La base de consenso está tan dañada al punto tal de tornar a la sociedad en anómica. Los miembros de la sociedad sienten amenazada su identidad social. Esta crisis de identidad está ligada a los problemas de autogobierno. Frente a ello el Estado se ve obligado a amortiguar los efectos sistémicos producidos por el sistema económico a través de medidas compensatorias (incentivos, subsidios) para evitar el levantamiento de masas que cuestionaría el principio de organización conllevando a una crisis de identidad.
El Estado funciona como un mecanismo regulador del mercado manteniendo la crisis en estado latente. Así, cuando los sistemas no pueden contener los problemas que atacan su supervivencia, pierden la capacidad de control dando origen a una crisis sistémica.
Ahora bien, en el afán por resolver el problema, las crisis sistémicas pueden desplazarse a otro sistema. De esta manera, el Gobierno evita la pérdida de lealtad difusa de masas.
Hoy por hoy, el Ejecutivo da señales contundentes de una incapacidad creciente para dar cuenta de los inputs traducidos en demandas sociales generando en consecuencia, una crisis de racionalidad que opera bajo el ropaje de crisis sistémica del Estado.
El gran interrogante: ¿cómo hacer para que esa crisis no se convierta en crisis de lealtad de masas? El secreto es mover la tendencia. Pasar del “ser economicus” al “ser nacional”. En el barco estamos todos. En el barco no está sólo el Gobierno. En el barco estamos todos los argentinos con lo cual las responsabilidades son compartidas. La actitud de endilgar todo al sector público es infantil e irracional. Más grave aún, es cómoda. Cada ciudadano en el día a día impacta positiva o negativamente en el entorno en el que se mueve. Los formadores de precios deben desplazar el agio hacia la construcción y el desarrollo de un mismo país, una misma Nación.
Es preciso ceder para ganar. Morir al “yo individual” para que nazca el “yo colectivo”. Sólo de esa manera habrá un camino para todos. La crisis de credibilidad y confianza se habrá zanjeado y la noción de Nación dejará de ser bipolar para pasar a ser un identitario único.
(*) Analista Política. Magister en Relaciones Internacionales Europa – América Latina (Università di Bologna). Abogada, Politóloga y Socióloga (UBA).
Twitter: @GretelLedo
www.gretel-ledo.com