Ignacio tiene 30 años y está sólo un poco preocupado por la situación económica. Con trabajo en blanco, está recortando algo sus salidas porque perdió poder adquisitivo y mira de reojo el dólar. Su padre, de 60, está alarmado. Hace ya varios años que venía prediciendo “otro” colapso económico y cree que luego de la devaluación de enero y ahora con el default es inevitable. En la Argentina de los avances y retrocesos económicos por décadas, la edad diferencia de manera decisiva la mirada y las decisiones de los ciudadanos ante la recesión 2014.
Es muy diferente el impacto de las experiencias vividas que de las contadas, advierte Martín Tetaz, experto en economía del comportamiento. La camada de los Ignacio vivió la pobreza y el desempleo más la devaluación del fin de la Convertibilidad y la guardó en “memoria episódica”. Hay emociones que se activan con reminiscencias a esas crisis cuando, por ejemplo, empieza a moverse el dólar. En cambio, a esa generación, la inflación del 182,4% de 1975, el Rodrigazo, se lo contaron. “Se almacena en memoria semántica, con menos emociones attachadas”, por lo que hay menos temores que se activan.
La generación de los padres de Ignacio, en cambio, tienen muy presente tanto el Rodrigazo, como la hiperinflación de más de 3.000% de 1989 y de 2.800% en 1990. Según Rosendo Fraga, de la consultora Nueva Mayoría, quienes tienen más de 50 años se preocupan por inflación y recesión, y en cambio, los que tienene menos de esa edad, tienden a ver la crisis sólo en el espejo de 2001”. La generación marcada por la híper, dice Tetaz, está cerca de jubilarse, en cambio la que atravesó el 2001 puede haber quedado marcada por el fin del 1 a 1, y por eso tiene las antenas paradas cuando se mueve el tipo de cambio, como en enero último.
En ese cruce generacional, hay una especie de “guerra de pasados”: el temor al 2001 es mayor al ‘89 o al ‘75, explica Juan José Llach, sociólogo y ex viceministro de Economía: “Quedó más temor a la recesión o depresión, aún a costa de volver a tener la segunda inflación más alta del mundo”. La situación, además, contribuye a ello. “Hace ya doce años que no tenemos megacrisis, y serían necesarias aún mayores torpezas para llegar a la gravedad del 2001-2002, el Rodrigazo o la híper”, apunta.
No es inocuo cómo se ven las fotos de crisis pasadas. El recuerdo influye en qué hacer ante una crisis como la de este año. La inflación es del 35%, ni cerca de una híper o Rodrigazo. Y el PBI caería entre 2 y 3%, ni cerca del derrumbe del 15% de 2002. “El peligro es que en la economía que vivimos, el temor que tenemos sobre el futuro podemos hacerlo realidad si actuamos en consecuencia”, explicita Mariano de Miguel, de SIDBaires.
Estamos algo así como “acostumbrados al colapso”, acota el economista Matías Tombolini. Pero aclara que “las expectativas son algo mucho más complejo que mirar al pasado para proyectar el futuro”. El gran “hilo conductor” es la inflación, que es la expresión de la eterna espera de los argentinos de que su moneda se devalúe. Ahí emerge la habitual pregunta sobre “cuándo explota todo”, habitual en las charlas de café. En la respuesta a esa pregunta resaltan más las visiones generacionales. La comparación con hechos vividos puede alarmar y en otros aliviar. Conocer qué pasó en otros momentos puede activar comportamientos que deriven en “profecías autocumplidas”, o pasar por alto advertencias de la vida cotidiana. “En el caso de las experiencias recurrentes, como las devaluaciones, se genera un condicionamiento que hace que ante movimientos bruscos en el dólar, la gente se forme expectativas de crisis”, recuerda Tetaz, a quien el celular no paraba de sonarle cuando el Central llevó el dólar de 6 a 8 en enero. Eran sus amigos que le preguntaban “si se iba todo a la mierda”.
“La memoria histórica de la última crisis es tan dura que se prefiere pensar que no sucederá el default”, dice Fraga. La edad también es explicación política: más del 40% del padrón electoral, según Nueva Mayoría, tiene entre 20 y 40 años, es decir, que vivió sólo el kirchnerismo económico, con inflación, crecimiento, más acceso al primer auto que a la primera vivienda, y donde las crisis son más una advertencia que una posibilidad real.
De traumas y políticas
Análisis y estudios internacionales cuentan que en potencias como Alemania y Estados Unidos los traumas político-económicos del pasado definen el rumbo de las administraciones económicas actuales.
La férrea ortodoxia monetaria del Banco Central Europeo, hijo del Bundesbank, respondería en el fondo al recuerdo doloroso que quedó en el país de los altos índices de precios que derivaron en el caldo de cultivo del nazismo. Por eso se sacrifica actividad económica con tal de tener el costo de vida a raya.
En Estados Unidos, se vio en la salida de la crisis subprime, que no hay pruritos en emitir dólares y aumentar el gasto público con tal de recuperar el nivel de empleo y la producción. Allí opera de algún modo la mochila histórica de la crisis de 1929, que produjo una crisis social por la destrucción de puestos de trabajo. Esos pasados “operan en las instituciones económicas fundamentales, cuya estructura y objetivos expresan el espíritu de la época que las hizo parir”, indica Mariano de Miguel.